domingo, 19 de febrero de 2012

Parte 7 Los Caminos de las Cavernas

XXI
El último Sueño del Dragón

Ahora Bragmar soñaba despierto, dormir le resultaba imposible, su pensamiento estaba enfocado en su piedra mezclando todos sus deseos y desesperaciones. Divagaba envuelto en su sopor, esperaba sin saber que esperar, temía sin sentir miedo. Las rocas habían comenzado a derretirse bajo sus patas. El suelo antes escabroso y cubierto de polvo dorado era ahora de materia viscosa y ardiente igual que su alma. Su avidez se expandía al mismo tiempo que el vapor que exhalaba y revolvía el aire con polvo y roca en su propia morada convirtiéndola en una bomba a punto de estallar. Por eso no sintió la presencia de los intrusos que irrumpieron serpenteando en las antiguas cavernas de su mansión.
En sus ojos amarillos y llenos de fuego se reflejaban las imágenes tantas veces invocadas y odiadas. Repasaba en silencio las sombras de su pasado reciente tratando de descifrar su significado, entreviendo respuestas a su búsqueda. Sumido en su misma angustia consiguió esperar mientras trazaba en su interior un plan para encontrar su Piedra de la Inmortalidad, su propia alma perdida.
Aunque Bragmar lo ignoraba, la montaña había comenzado a cambiar bajo sus propias narices. El agua comenzaba a dominar la amalgama interna de la montaña luego de colarse lentamente abriéndose camino entre los intrincados resquicios en las piedras. Durante años y gota tras gota había logrado mudar la fachada de los muros y el adoquinado de los pisos. Tercamente consiguió tamizarse hasta los más enredados límites de su geografía y logró avasallarla. Desplazó al calor y al vapor en su tarea de talladores de las rocas y consiguió hacer florecer nuevos espacios y colonizar algunas de sus grandes extensiones.
El agua se hacía aliada de la luz y echando abajo las cubiertas de algunas cámaras obtenía el reflejo del sol durante algunas horas sobre sus afluentes subterráneas. Y bajo el influjo de esta nueva energía ignorados animales y plantas crecían protegidos en el lugar. Y aunque Bragmar no toleraba otros seres en sus dominios se vio infestado por esta existencia invasiva, imperceptible e imparable. Con la presencia protectora del agua los chicos avanzaban ignorantes de la ayuda que les brindaba a su paso por la montaña.
Durante muchos días los chicos siguieron el camino de las afluentes del agua subterránea hasta que sintieron que habían detenido el ascenso y se desplazaban a través de extensiones planas. Caminaban ahora por galerías donde la oscuridad no era total, donde se extendía una luz mortecina que llegaba desde algún lugar desconocido. Decidieron descubrir el origen de la luminosidad y se orientaron hacia ella.
Después de mucho avanzar distinguieron el final de un pasillo iluminado y cuando se acercaron quedaron maravillados frente a lo que vieron. Allí se mostró ante sus ojos un formidable lago de aguas mansas y oscuras en cuyo centro se balanceaba lentamente el reflejo brillante de una luz que se colaba por un agujero irregular y enorme, abierto en el techo. Debido a la presencia de miles de diminutas partículas de polvo en el aire el rayo de luz era visible a los ojos y se extendía como una línea recta y blanca desde el agujero hasta la superficie líquida. La distancia entre el lago y el techo era inconmensurable, los niños calcularon que podía contener otra montaña adentro.
Aún absortos por la belleza del hallazgo decidieron sentarse a comer a orillas del lago. Akím no quiso pescar y repartió con Anú algunos de los víveres que todavía quedaban en su bolso. Pero Walo no pudo conformarse con eso y se entretuvo bordeando las orillas del lago y sacando algunos peces demasiado trasparentes y sin ojos, que los niños miraron con repulsión, pero que Walo saboreó relamiéndose el hocico de puro gusto. El lago debía tener una increíble extensión porque cuando Walo estuvo en la orilla opuesta apenas si parecía un punto lejano entre las rocas.

  • ¿Crees que estamos en medio de las montañas correctas?- preguntó de pronto Anú
  • Sí, según el mapa sí. ¿Por qué dudas?
  • Por la gran cantidad de agua. ¿No se supone que los dragones odian el agua?
  • Probablemente su morada se encuentra muy lejos de aquí
  • Y ¿Por qué construir su morada en una montaña llena de agua?
  • Bueno, quizás cuando el dragón llegó no había tanta agua… o quizás del otro lado las montañas son muy secas y calientes
  • Seguramente tienes razón ¿tenemos que llegar al otro lado?
Akím la miró extrañado
  • Me refiero a… ¿No podemos simplemente dejar la piedra en un lugar visible y marcharnos?
  • ¿Y si el dragón no la encuentra y continúa atacando nuestros bosques y aldeas?
Anú suspiró y deseó fervientemente ahogar al dragón en ese lago subterráneo que tenía enfrente, pero no le dijo nada a Akím, no quería que el chico pensara que su cabeza estaba llena de crueles ideas.
  • ¿Qué estas pensando?- dijo Akím de repente
- En la belleza del agua - dijo ella mirándole los ojos. Y él vio en ellos la misma luz maliciosa que había visto antes y que le causaba una mezcla de intimidación y encanto al mismo tiempo, y la impresión de saber que ella veía más allá de lo que decía y aún más allá de lo que era evidente.
XXII
La Persecución Subterránea
Unos kilómetros adelante llegaron a oídos de Yako los sonidos diluidos de las voces de los chicos en el aire y se dirigió directamente hasta ellos sin poder calcular la distancia que los separaba y sin darse cuenta que su loca carrera lo alejaba mucho de los demás miembros de su manada.
Walo se mantenía atento, no le gustaba aquel lugar, no le gustaba que los chicos estuvieran tan expuestos a los peligros que presentía. El aire estaba cargado de muchos olores. Walo pudo reconocer atisbos del vapor exhalado por la criatura del bosque, el monstruo que los chicos llamaban Bragmar. Pudo reconocer también el aroma de los Wakos que los asechaban persiguiéndolos desde los túneles distantes. Y junto a la carga de olores distinguía también una carga de ruidos. El aleteo de los animales nocturnos, las pisadas de otros en las galerías, el burbujeo lejano del dragón y el constante deslizamiento del agua que en algunos lugares se incrementaba y en otros se hacía más débil.
Aún así Walo se mantenía sereno, tensaba sus músculos y afinaba sus sentidos preparándose para el encuentro ineludible que los esperaba más adelante. No podía dormir pero aprovechaba el tiempo alimentándose bien y guardando fuerzas. No entendía por qué Akím se empeñaba en continuar por esta ruta peligrosa acercándose a una fatalidad inevitable. Pero no lo dejaría solo, hacía mucho tiempo que había decidido compartir el destino del chico aunque éste lo guiara hacía su propia destrucción y contra ese deseo no podía luchar. Lo último que verían sus ojos en el mundo sería el rostro de su amado dueño.
Akím estaba adormecido, todos sus sentidos le parecían lejanos, miraba bajo la bruma la figura de Anú sentada de espaldas a él frente al agua, veía el lejano andar de Walo al otro lado de la laguna y le parecía ver como la luz se desvanecía al centro de la cueva y escuchaba. Se hacía el silencio. De pronto como si un gran peso golpeara su espalda le vinieron encima todos sus temores, se levantó de un salto, había escuchado claramente los pasos que venían tras ellos, y los reconoció. Eran los mismos que lo habían seguido mucho tiempo atrás, la noche que escapaba de su aldea.
Miró a Walo, quien en ese momento elevaba sus orejas y lo miraba desde lejos emprendiendo una loca carrera de vuelta hacia ellos, él había escuchado también. Tomó a Anú por el brazo, tan fuerte e intempestivo, que la chica dio un grito de dolor. Ella apenas si tuvo tiempo de entender pues Akím ya la arrastraba fuera de la gruta hacia las cavernas descendentes. Walo les dio alcance. La luz se apagó en sus antorchas y se escondieron bajo unas piedras. Sobre sus cabezas miles de murciélagos esperaban. Cuando todo se hizo finalmente oscuro los murciélagos emprendieron vuelo hacia la salida de la gruta en el techo sobre el lago subterráneo.
En ese momento Yako entró jadeante a las cavernas. Entre el aleteo de los murciélagos, el ruido y el olor, no pudo rastrear a los chicos que lo miraron desde bajo las piedras. Yako se detuvo, olfateó, aulló y prosiguió su carrera caverna abajo. Walo no se movió y al poco rato vio como el resto de los Wakos pasaba corriendo frente a sus ojos detrás de su Yako-Alfa, quien ya se les había adelantado mucho. Más adelante se darían cuenta de que habían sido engañados y se devolverían por entre las galerías superiores casi hasta el lugar por el cual habían entrado cinco días antes.
Walo y los chicos esperaron a que sus pasos se alejaran para salir del escondite. Entonces tomaron el camino de vuelta a la laguna subterránea. Ascendieron por la caverna hasta alcanzar la gruta, apenas si pudieron mirar maravillados a los miles de animales que salían en ese momento volando a través del hoyo en el techo. Recorrieron parte de la orilla. Adelante encontraron dos aberturas que accedían a cavernas desiguales y descendieron sin pensarlo mucho por la del lado derecho. Apenas empezaron a bajar el piso comenzó a rodar bajo sus pies y rodando, junto a las miles de rocas que se despeñaban en desorden, cayeron al fondo de una mina llena de piedras brillantes.
Se levantaron con dificultad, sucios, magullados pero sin heridas visibles. Al ponerse en pié vieron que la entrada de la caverna había sido sellada hasta la mitad por las rocas que se deslizaron con ellos. Walo y Akím intentaron inútilmente remover las piedras, no se podía. El chico escaló el tumulto y notó que apenas quedaba espacio para que pasaran uno a uno por la parte de arriba, entre las rocas y el techo de la caverna. Desistieron de la idea.
Comenzaron a buscar otra salida cuando vieron las piedras brillantes en la pared de la mina y Anú advirtió la misma luz dentro del abrigo de Akím
  • Mira eso ¡Aquí abajo hasta tu piedra brilla!
Akím la extrajo asombrado de su bolsillo. Al retenerla en la mano la luz de la piedra escapaba entre sus dedos dándole una luminosidad especial a la mina y formando un coro de luces junto con las piedras de las paredes, que brilló sobre el chaleco de anillos metálicos de Akím, sobre el techo y el suelo y en los ojos de todos. Muy pronto la estancia estuvo resplandeciente. Los chicos advirtieron que todas las piedras estaban formadas del mismo material aunque la que Akím sostenía era visiblemente más grande que las demás.
  • ¿ Siempre ha brillado así?- preguntó Anú rompiendo la exaltación de todos
  • No… Me parece que no – Akím tardó un rato en contestar
  • ¿Y que las hace brillar aquí abajo en medio de la nada?- insistió ella
  • ¿Cómo saberlo?
  • ¿No había nada escrito sobre eso en los libros?
  • No- dijo él
  • Bueno, si alguna vez salimos de aquí yo agregare esta información al libro de los dragones- dijo ella. Y añadió:
  • Las piedras de un dragón brillan cuando están en su morada
  • O en su presencia- dijo Akím guardándose la piedra en el bolsillo del pantalón.
Los tres se quedaron quietos y silenciosos, no se escuchaba nada en la estancia cerrada, pero por algún lugar entraba aire. Akím se agachó y comenzó a buscar una salida cerca del piso por donde sentía la corriente del aire a sus pies y mientras lo hacía, Anú comenzó a recoger las otras piedras que brillaban en las paredes, le resultó fácil desprenderlas y se las metió en los bolsillos. De pronto escuchó al chico diciendo:
  • Encontré la entrada del aire. Es por aquí- y señaló un agujero en el piso
  • Síganme- y se introdujo por el hueco
Enseguida Walo fue tras él y luego Anú que aún tuvo tiempo de meterse otras piedras en los bolsillos. El estrecho túnel bajaba unos metros pero luego comenzaba a ascender. Era apenas lo suficientemente ancho para que Walo pasara raspándose los costados y todos se sintieran embotellados y asfixiados, el aire era pesado y polvoriento y al avanzar arrastrándose levantaban más polvo y arena de la que hubieran deseado ver.
Ahora comenzaban a entender que la montaña cambiaba. Ya no se sentía la presencia del agua alrededor y el aire se hacía tan seco que dolía la garganta al respirar. Y el ambiente anteriormente frío y húmedo se volvía caluroso y denso. Desde algún sitio se colaba una luz rojiza que flotaba tímidamente sobre las partículas de arena en el aire y lo enrarecía.
Caminaron a rastras por muchas horas, no se atrevieron a detenerse por miedo a que los Wakos que los perseguían les dieran alcance. El túnel reptaba profundamente a través de la montaña, la mayor parte del tiempo ascendía. El calor llegaba desde la parte baja del suelo, y encontraron algunas rocas muy calientes que les quemaron las manos. ¿Dónde estaba el dragón?
Finalmente el túnel se abrió a una galería rocosa, de paredes desniveladas pero altas donde Walo y los chicos pudieron ponerse de pie y caminar por un rato. Lo único que se les ocurrió fue seguir andando en dirección a la luz que aún podían ver danzando lentamente en el aire. Más adelante los pasajes se comenzaron a llenar con un vapor espeso y sofocante.
  • Estamos cerca del dragón- susurró Akím al oído de Anú
  • Tengo un plan- le dijo ella al oído también y agregó- Vamos a sacarlo de aquí
  • ¿Cómo?- preguntó él tratando de no levantar mucho la voz
  • Con esto- dijo la chica sacando las piedras brillantes de sus bolsillos
  • Las tomaste- dijo él mirándola con ojos suspicaces
  • Sí… para enseñarle el camino de salida
  • Bueno, primero tendremos que encontrar uno
Si continuaban caminando en línea recta por los pasajes desembocarían frente al dragón, o al menos eso creían, ya que el vapor parecía hacerse mas denso por ese camino. Decidieron intentar un ascenso por entre las rocas caídas que conformaban las paredes y pisos en las galerías superiores. A medida que subían los chicos iban colocando las piedras brillantes en lugares visibles para que el dragón al pasar por allí pudiera verlas. No estaban muy seguros de hacia donde se dirigían pero sentían que no tenían otra opción. En las últimas galerías se abrió frente a ellos un gran abismo del lado derecho donde podían escuchar elevándose desde el fondo un sonido burbujeante y continuo. Walo se mantuvo atento.
Mientras tanto Yako-Alfa daba vuelta al entender que había sido engañado. Se devolvió alcanzando un lugar entre las cavernas superiores y decidió esperar a que el grupo se viera obligado a pasar por allí, ya que aquella era la única salida por la parte superior de la montaña que los animales conocían. Y solo tuvo que esperar un día.

XXIII
El Asalto en la Caverna
Los chicos calculaban que se encontraban dando un gran rodeo por encima de la cabeza del dragón y suponían (por la cantidad de veces que se habían detenido a descansar y a comer) que debían llevar una semana caminando dentro de la montaña. Se sentían exhaustos. Al día siguiente desembocaron en la caverna superior donde los Wakos los estaban esperando.
Cuando llegaron al lugar Walo se puso en guardia, se le erizaron todos los pelos plateados de la espalda y emitió un gruñido feroz, acababa de ver los nueve pares de ojos rojos que los observaban desde el fondo de la caverna. Akím y Anú los vieron también y por un segundo se sintieron desfallecer. Antes de pensarlo siquiera ya estaban retrocediendo dentro de la galería por la que habían subido, corriendo en fila pues solamente podía pasar uno a la vez.
De un gran salto Yako-Alfa se plantó en la entrada de la galería por la que el grupo retrocedía ahora y se lanzó en persecución de Walo que iba al último. Al desembocar en un lugar más amplio, donde se abría parte de un precipicio a la derecha, los chicos vieron como Walo entraba de espaldas y se plantaba delante de ellos haciéndole frente a Yako. Detrás de Yako venían los demás Wakos pero aún no podían entrar porque el cuerpo de Yako-Alfa ocupaba toda la entrada.
  • Cada Guerrero espera que una buena muerte lo encuentre y tu andas buscando la tuya - Fue lo único que Yako-Alfa le dijo a Walo.


Los chicos retrocedieron hasta chocar sus espaldas contra la pared rocosa. Allí se desprendieron de sus bolsos, pero Akím mantuvo su espada en la mano izquierda. En aquel momento Yako le decía algo a Walo en un bufido y los dos se enfrascaron en un combate feroz, parecían un amasijo de carne, pelos, gruñidos y sangre que giraba frenéticamente sobre si mismo. Los niños escalaron la pared rocosa y se ubicaron unos tres metros por encima de los animales enfurecidos.
Alcanzaron a ver como Walo con sus dientes relucientes y la cara transformada por el odio mordía a Yako-Alfa en el cuello, mientras que este lo mantenía sujeto y lo hacía girar y caer muchas veces sobre el piso. El cuerpo de Walo era más grande que el de su adversario pero aquel sabía luchar con fiereza. Ambos emitían gruñidos y aullidos estremecedores. Desde el abismo abierto a la derecha de la entrada en la cueva se comenzaba a colar una niebla espesa y una luz rojiza.
Mientras Yako-Alfa mantenía combate con Walo, cinco de sus ocho seguidores entraron en la cueva y fijaron sus ojos en los chicos encaramados en la pared de roca al fondo del lugar. Se les fueron encima, brincando y queriendo darles alcance. Akím llevando su espada con una mano, usaba la otra para empujar hacia arriba a Anú, alejándola lo más posible de los dientes de los Wakos que saltaban dando mordiscos en el aire tratando de atraparlos.
Anú miraba con ojos desorbitados los dientes de los Wakos que parecían de pronto acercarse demasiado a su cara. En aquel momento Akím saltó sobre el lomo de uno de los animales que estaba más cerca. Aferrándose fuertemente a él clavó su espada en medio de la nuca del animal y sintió bajo sus piernas como el enorme cuerpo cedía y expiraba. Entonces otro Wako saltó y atrapó a Akím por la cintura y lo desmontó del cuerpo de su compañero muerto, llevándoselo prendido entre sus dientes. Akím gritaba y forcejeaba tratando de soltarse y ambos rodaron pendiente abajo. En la caída el chico perdió la espada de acero azul que quedó suspendida entre las piedras.
Sintiendo una rabia que nacía desde el fondo mismo de su alma Anú se descolgó y alcanzó la espada. La tomó con fuerza y la hundió profundamente en la garganta del siguiente Wako que acercó sus dientes para morderla. La sangre del animal le salpicó en las manos, el pecho y la cara. Perdiendo el equilibrio y con los ojos cerrados la chica rodó hasta el suelo y cayó de espaldas manteniendo la espada en alto. Los otros Wakos corrieron de vuelta hacia la entrada de la cueva viendo a la niña con aquel diente azul lleno de sangre.
Con las manos temblorosas, la cara manchada y la ropa desvencijada Anú se puso en pie. A su lado Walo daba muerte a Yako-Alfa desgarrando finalmente su garganta, y aún jadeando y con el hocico bañado en sangre, se fue al ataque sobre el grupo de animales atemorizados y confundidos que esperaban en la entrada.
Akím yacía de espaldas unos metros a la izquierda del cuerpo muerto de Yako. En la caída el Wako que lo atrapó se había quebrado el cuello y soltó al chico que rodando fue a parar al suelo. Uno de los dientes del animal todavía estaba incrustado en los anillos de malla del chaleco de Akím y bajo la ropa se veía una mancha de sangre.
Akím miraba entre las brumas una sombra acercándose a él, tenía el cabello rojizo extendido al borde de su figura ¿o era una bruma rojiza? Akím no supo decirlo luego. La cara conocida se acercó a su rostro y el chico balbuceó
- Mamá…
  • Levántate y salgan de aquí…- dijo ella como en un sueño
  • Quédate conmigo…
- Akím - Akím- los gritos de Anú reventaban en sus oídos y rebotaban en su cerebro. La chica estaba encima de él, su rostro cerca del suyo. Con las manos movía violentamente los hombros del chico y lo golpeaba contra el piso en un espasmo frenético. Akím abrió los ojos recobrando dolorosamente la conciencia y le dijo:
  • Estoy bien, estoy bien, no estoy herido
- ¿Por qué me asustas así? - lloraba ella y lo abrazaba causándole daño al apretar el chaleco de anillos con el diente en su costado.

El chico se incorporó, la abrazó también y luego la apartó mostrándole el diente que aún tenía clavado bajo la ropa. Ella lo miró y lo ayudó a quitarse el chaleco, sacándoselo por entre los brazos. Luego miraron el rasguño sobre la piel en su costado y pusieron una venda improvisada con un trozo de tela de la ropa de ella, alrededor de la herida.

Estaban rodeados por los cuerpos de los cuatro Wakos muertos. El olor de la sangre y el humo eran insoportables. Buscaron a Walo con la mirada pero no pudieron verlo. Supieron que se hallaba persiguiendo túnel arriba al resto del grupo de animales que los había atacado. Entonces no tuvieron tiempo de pensar en nada más, el suelo comenzó a temblar, desde el abismo se elevaron llamas y una humareda negra y densa. Las piedras comenzaron a resbalar y a caer y los chicos corrieron a refugiarse bajo un dosel en la pared del fondo desde donde observaron petrificados como el dragón ascendía de las profundidades. Se escuchaba un ruido sordo elevándose desde lo profundo junto al enorme cuerpo del monstruo del que los chicos pudieron distinguir parte del vientre, las patas posteriores y una cola que se prolongó durante un buen rato antes de llegar arriba.
Walo seguía con su loca carrera de persecución túnel arriba cuando sintió la tierra estremecerse bajo sus patas. El suelo comenzó a rodar y a llenarse de piedras que venían de todos lados, desde arriba, de las paredes, del suelo mismo. El aire se volvió mas pesado y difícil de respirar, sus ojos se llenaban de lágrimas. Walo vio más adelante como los otros Wakos quedaban aplastados bajo una lluvia de rocas que se desprendió de repente y cubrió la salida de la cueva.
Perturbado aún por la furia y con una fuerza que no podía medir, Walo empezó a escarbar entre las rocas buscando una salida. Al cabo de unos minutos escucho quejidos bajo sus patas. No se detuvo hasta que alcanzó a mover toda la parte superior del muro y despejó la salida del túnel. Entonces se dio vuelta y ayudó a salir a un par de Wakos que habían quedado vivos pero sepultados en el derrumbe.
Cuando estuvieron fuera apenas hubo tiempo de respirar el aire limpio, tuvieron que echarse a correr porque el dragón sobrevolaba el área por encima de sus cabezas amenazándolos, escupiéndoles encima grandes llamaradas de fuego que ellos lograron esquivar orientados por Walo. Pero de pronto algo distrajo la atención del dragón y orientó su vuelo hacia la pendiente de rocas desparramadas que había quedado desnuda luego de la acción destructora de su ascenso desde el fondo de la montaña.

Entonces el grupo de animales se detuvo. Al principio Walo miró con cautela a los dos Wakos que tenía frente a sí, pero ellos agacharon las cabezas y se le acercaron lentamente, lamiendo sumisos sus patas y su hocico. Lo habían elegido como Wako-Alfa y acatarían su voluntad. Walo los aceptó y les prohibió que tocaran a los niños que venían con él, y los amenazó diciendo que “si alguno intentaba desobedecerlo lo mataría”. Entonces se devolvió por donde había venido y fue en busca de los chicos. Los otros lo siguieron.

XXIV
EL Escape de la Montaña
Cuando el terremoto terminó la cueva era un desastre, casi todo el suelo había desaparecido rodando pendiente abajo, la entrada estaba cubierta y la salida era ahora una pequeña abertura llena hasta la mitad de rocas apiladas y escabrosas, desde el fondo aún llegaba la luz de las llamas y el aire era asfixiante.
Los chicos tardaron un rato en salir de su escondite. Se deslizaron hasta la pequeña abertura sosteniéndose con pies y manos de la pared de rocas. Si miraban hacia abajo solo distinguían un abismo interminable y una columna de fuego flameante que lamía los cimientos de la montaña. Consiguieron rescatar parte del equipaje que se encontraba en uno de los bultos y Akím se lo había colgado a la espalda. La espada y el chaleco de anillos de acero de su papá se habían perdido para siempre en el derrumbe.
A medio camino Anú se detuvo:
- No puedo seguir me estoy ahogando- gritaba delante de Akím, sujeta de las rocas
  • No pienses en eso, sigue adelante
  • Me caeré, las rocas están calientes
  • ¿Cuantos Wakos mataste allá atrás?
  • Uno solo ¿Por qué me preguntas eso ahora?
  • Las rocas te atacarán menos que el Wako que mataste
  • ¿Y si me caen encima?
  • ¡Apúrate! para que eso no suceda
  • No puedo moverme, me tiemblan las manos
  • Espera un momento
Akím sacó con gran esfuerzo la cuerda que iba enrollada dentro de su bolso. Tomó uno de los extremos y el otro se lo lanzó a la chica diciendo
  • Aferra la cuerda y amárrala a tu cintura
  • No puedo, mis manos están pegadas a las rocas
  • Sí puedes ¡nunca vi antes una chica como tú! ¡Puedes hacer lo que quieras!
  • Pues deberías salir mas a menudo
Pero diciendo esto se sintió con más confianza y muy despacio desprendió su mano izquierda y la estiró tomando la cuerda. La deslizó obediente y la amarró alrededor de su cintura. Entonces Akím se amarró a su vez y le gritó
  • Si caes te sostendré
  • Solo intenta no caer tu también – dijo ella sin que él pudiera escucharla
Una vez sujeta Anú comenzó a moverse muy lentamente, le costaba trabajo aferrar sus dedos de las salientes calientes y los orificios entre las piedras, sentía como de manera muy torpe sus botas se incrustaban en las estribaciones del muro. Con cada paso soportaba además de su peso, su propio miedo.
Finalmente alcanzaron la salida y se deslizaron por encima del torrente de piedras que había llenado el túnel hasta la mitad. Arriba se veía luz y se escuchaban aullidos y un continuo crepitar de llamas que iba en aumento. Salieron y soltaron la cuerda, guardándola en el bolso.
Cuando acabaron de salir vieron un paisaje desolado. La montaña en un costado se había desgarrado y desbarrancado con todo lo que tenía encima, árboles, vegetación, rocas y tierra. Las llamas cubrían buena parte del lugar y el humo se elevaba muchos metros hacia el cielo. La fuerza del viento era abrumadora, empujaba todo en ráfagas que aparecían de pronto y se elevaban nuevamente, tardaron un buen rato en darse cuenta de que era el dragón quien las producía bajo el batir furioso de sus alas.
El monstruo parecía bastante confundido. Allá abajo en medio de la devastación brillaban como diseminadas en varios kilómetros las muchas piedritas resplandecientes que los chicos habían dejado caer durante su ascenso subterráneo por la montaña. Ahora estaban expuestas, habían salido a la superficie debido a la acción destructora del dragón sobre la montaña. Y allí estaba el monstruo también, volando de un lado a otro, observando incrédulo los miles de trozos en los que se había transformado su Piedra de la Inmortalidad y parecía absorto en su desolación.
Mientras observaban asombrados, los chicos vieron una sombra aparecer en medio del humo y las llamas. Era Walo que emergía herido, con su lomo plateado lleno de sangre y sus ojos brillantes exaltados. Corrió hasta los chicos y al darles alcance lamió irreverente sus caras, manos y botas. Ellos lo abrazaron y trataron de limpiar sus heridas con la poca agua que les quedaba y con trozos de las mangas de sus camisas que aún les colgaban de los hombros.
De pronto los chicos enmudecieron, acababan de ver dos nuevas figuras de Wakos que emergían del humo delante de ellos. Sin embargo Walo no se movió y los otros dos no se mostraron agresivos, al contrario, se echaron al suelo, sumisos y manteniendo las cabezas gachas, siempre atrás de Walo y mostrándole respeto.
Con un movimiento de su fuerte cuello y de su enorme cabeza, Walo le dio a entender al chico que quería que lo montara. Akím le sonrió, comprendió que su amigo había encontrado dos aliados y alzando a Anú, antes de que ella se quejara, la montó sobre Walo y luego montó él también. Walo se levantó conservando a los chicos en su lomo y comenzó a correr encabezando la marcha, los otros dos venían detrás manteniendo prudente distancia y dispuestos a seguir a su nuevo Wako-Alfa hasta el fin del mundo. Asombrados se descubrieron recorriendo la montaña bajo la luz del sol que durante tanto tiempo habían evitado (Pero si el nuevo líder Alfa corría bajo el sol, ellos también lo harían).
Unos kilómetros adelante Anú distinguió un amplio agujero en el suelo por el que a esa hora emergían algunos murciélagos. Señalándolo le pidió a Walo que se acercara, desmontó y aproximándose a la orilla pudo ver muy al fondo el lago subterráneo. La luz se reflejaba y se devolvía desde la superficie del agua. Akím se acercó también a mirar y se sintió sobrecogido y tembloroso.
  • Debemos traer a Bragmar hasta aquí- dijo Anú
  • No, es mejor dejar la piedra en algún lugar visible y que el dragón la encuentre
  • Él no se marchará, nos perseguirá, puedo entender sus intenciones
  • ¿Qué quieres hacer con la piedra? ¿volver a las cuevas?
  • Quiero arrojarla al fondo del lago subterráneo.
Akím miró a Anú asombrado y un poco desconcertado
  • ¿Crees que el Dragón nos siga hasta aquí?
  • Sí, volvamos, llama su atención y tráelo a la trampa
  • Mejor sería si tu me esperas aquí, cerca de los árboles, no puedo seguir exponiéndote
  • ¿Y como sabremos a quien perseguirá?
  • Yo le mostraré la piedra y haré que nos persiga a Walo y a mí.

XXV
La Caída de Bragmar
Confundido y desolado, aquella tarde Bragmar pudo distinguir derramados sobre el abismo, miles de trozos brillantes de su Piedra de la Inmortalidad. Pero no era su piedra, eran las piedritas brillantes que Anú había recogido en las paredes de la caverna. Bragmar no lo sabía y vertió en el lugar sus llamaradas poderosas y notó con frío desánimo como los fragmentos de las rocas iban perdiéndose uno a uno bajo las llamas.
Luego de permanecer largo tiempo sobre el sitio comprendió que había sido engañado. Lograron despertarlo en su cueva con los aullidos y gruñidos furiosos de los animales que se peleaban sobre su cabeza. Consiguieron hacerlo ascender desde el fondo de la montaña tratando de darles alcance y finalmente, confundiéndolo, lo habían hecho tropezar con el engaño de los trozos brillantes sobre el suelo.
Con la mente en blanco por la furia y conteniendo la fuerza de su desolación Bragmar se elevó muchos kilómetros sobre la cadena montañosa. Desde el cielo borroso a la hora del crepúsculo pudo distinguir unos puntos lejanos que como sombras se perdían bajo el forraje espeso de un bosque que se extendía en las laderas bajas. Pero uno de aquellos puntos estaba acercándose ahora al lugar del derrumbe.
Akim venía sobre Walo y mostraba en alto la Piedra de la Inmortalidad del Dragón. “Bragmar” gritó Akím muchas veces y el dragón expuso con furia sus dientes al escucharlo. Decir el nombre de un dragón en su presencia equivalía a ofenderlo y el corazón del monstruo se heló por un instante. No podía moverse porque la sola mención de su nombre lo hechizaba y lo paralizaba. Era una ofensa que perseguiría de por vida a quien se atreviera a cometerla. Bragmar fijó sus ojos ardientes en Akím y la cara del niño se grabó para siempre en las ondulaciones oscuras de su cerebro feroz. Y sus ojos comenzaron a actuar como un sortilegio inevitable sobre la mente del chico.
Akím no entendía lo que estaba ocurriendo, podía escuchar de pronto la voz de odio del dragón en su cabeza como un eco que llegaba de muy lejos y muy profundamente. Parecía querer nublarle toda su voluntad. Mitad confundido y mitad admirado, y sin salir completamente de su espasmo sintió bajo su cuerpo el musculoso cuerpo de Walo, que ahora se tensaba y retrocedía sus pasos al sentir que el dragón comenzaba a revolotear justo por encima de sus cabezas, en su mente un solo pensamiento se hizo espacio, debía proteger a Akím.
Bragmar era ahora completamente visible en toda su magnificencia. Una luz rojiza iluminaba el enorme cuerpo del monstruo que se acercaba peligrosamente a Akím. El cuerpo del chico también estaba envuelto en aquella luz rojiza, lo hechizaba, la voluntad de ambos estaba entrelazada y sus mentes divagaban en algún rincón lejano y profundo imaginado por Bragmar.
Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad y sintiendo los latidos de su propio corazón enloquecido por la rabia, Akím mantuvo en alto la piedra y se sujetó al cuerpo de Walo, juntos emprendieron el regreso al punto en el que habían dejado a Anú.
Bragmar levantó su cabeza furioso y el hechizo se rompió dejándole sin aliento. Se elevó batiendo sus alas, tratando de empujar a Walo con el aire que expelía pero el animal se mantuvo en equilibrio y continuó con su desesperada carrera.
Exasperado y frenético el dragón se esfumó vertiginoso de la vista de Walo. Akím sentía su propia respiración agitada y los alocados latidos de su corazón, el sudor que bajaba por su espalda y el miedo y la determinación que lo impulsaban en su carrera. Bajo sus piernas los tensos músculos de Walo parecían bailar a unísono con la energía del chico.
De pronto el aire se hizo helado, bajaba como un susurro desde las cumbres elevadas de las montañas. El horizonte comenzaba abrirse como una pizarra pálida donde brillaban estrellas lejanas. Era la hora que precede al anochecer, la hora más fría, cuando el mundo se silencia y se abren los sentidos. Anú escuchaba claramente los jadeos poderosos de los Wakos ocultos a su lado y deseaba con todo su corazón ver aparecer a Akím en lo alto de la montaña que contenía el secreto lago subterráneo. Y allí los vio de pronto, pero no vio al dragón que los perseguía.
Cuando llegaron a la cima Walo y Akím no sintieron la presencia del dragón. Aquella cima era ancha como una meseta cuyos lados descendían en pendientes suaves y extensas. A su izquierda, sobre un ancho dosel del suelo, se extendía la abertura que daba acceso al lago subterráneo. Parecía un gran ojo abierto en medio del paisaje, cuya pupila miraba indescriptible al infinito. A esa hora miles de murciélagos alocados se precipitaban en salida de su gruta subterránea. Se escuchaba su aleteo frenético y el sonido estridente de sus gargantas.
Walo fue acercándose lentamente a la orilla del agujero observando a los últimos animales rezagados. En ese momento se detuvo. Delante de sus ojos pudo observar como de la profunda pendiente opuesta de la meseta emergía el dragón. Se elevó de frente, sus ojos los apuntaron enloquecidos y sangrientos, su enorme cuerpo estaba cubierto de escamas espinosas y grises. La piedra comenzó a brillar incandescente y a calentarse en la mano de Akím. Antes de que Bragmar pudiera atacarlos Akím sostuvo en alto la piedra y con toda la fuerza que tenía su brazo la lanzó directamente al centro del agujero en el piso. Por un instante la piedra brilló como estrella fugaz en plena caída.
Bragmar contuvo el aliento y siguió con la mirada la trayectoria de la piedra, elevó por última vez sus vigorosas alas y se lanzó en picada a través del agujero en la meseta que sucumbió bajo la poderosa fuerza de la bestia y con sus bordes hechos añicos se agrandó tanto como para que el dragón se introdujera directamente hasta el fondo del abismo, sumergiéndose en su propia perdición.
En ese instante la tierra comenzó a temblar fuertemente bajo las patas de los Wakos que se lanzaron pendiente abajo en vertiginosa carrera. Akím llegó montado en Walo y recogió a Anú de entre los árboles. Ambos se sujetaron enérgicamente el cuerpo de Walo. Huyendo notaron como la explanada alta en la cima se iba desmoronando a su paso acompañada de un rugido profundo que parecía ascender desde las mismas entrañas de la tierra. Comenzaban a emerger columnas de vapor por entre los resquicios del suelo. Tras sus cabezas un formidable chorro de agua se elevó desde el abismo a muchos kilómetros hacia el cielo originando un ruido atronador, era el rugir del agua poderosa alcanzando altura.
Corrían ladera abajo cuando miles de rocas de todos los tamaños empezaron a llover sobre sus cabezas. Los animales las esquivaban ágilmente. La luz mortecina les mostraba un paisaje gris, que se iba cubriendo de ceniza y rocas y donde parecía que las emisiones gaseosas se tragaban todos los colores.
Cuando alcanzaron las faldas bajas del monte se volvieron para mirar como una masa amorfa de roca blanda molida e incandescente brotaba desde los bordes en la cumbre y arrastraba y aplastaba a su paso los árboles, las piedras del suelo, la ceniza y el polvo. Hervía con llamaradas crepitantes y creaba resplandores fulgurantes que consumían las peñas y lamían la superficie mientras se deslizaba vertiente abajo. Consumía todo, dejando un vacío de laderas retorcidas y chamuscadas. La montaña vomitaba sus entrañas.
De pronto los chicos notaron asombrados que estaban rodeados de una multitud de animales grandes y pequeños que venían huyendo también del desastre en la cima. Incluso algunos murciélagos lograron abandonar a tiempo la cueva donde cayó el dragón. Ahora todos corrían, se diseminaban, se perdían de vista tras las estribaciones de la cadena montañosa. Para alejarse del peligro de la erupción Akím decidió que debían seguirlos.

9 comentarios:

  1. Hola María, muy interesante tu trabajo como autora y este bello blog. Un abrazo desde Buenos Aires, Marisa

    ResponderEliminar
  2. Hola María, muchas gracias por tu comentario en Puros Cuentos! www.puroscuentos.com.ar ¡Me alegra mucho que te haya gustado!
    Te felicito por tu blog, me encantan las historias de fantasía así que leeré la tuya y dejaré mis comentarios.
    Mucha suerte!
    Abrazos,
    Gustavo.

    ResponderEliminar
  3. Hola María!, acabo de ver tu comentario en mi blog y vengo a aclararte tu duda.

    Decirte que para poder hacerte la ficha de socia necesito que me facilites cierta información. Tengo que saber cuántos escritos tienes, tanto en proceso como terminados, y que me indiques cuáles de ellos son publicados aquí, en tu blog, o han sido publicados (tanto por alguna editorial, como autopublicados por ti). Me tienes que decir también cuáles son sus argumentos, los enlaces donde se pueden, o bien leer, o acceder a la tienda donde poder hacerse con un ejemplar. Y tambíen tienes que entregarme sus portadas (todo por via email).

    Todo esto es con el fin de darle a conocer a los seguidores del club lo que tienes para ofrecer. Digamos que la ficha de socia es como una carta de presentación, ¿entiendes?. Espero que así sea, jejeje.

    Y creo que eso es todo. Si tienes alguna duda o quieres comentarme algo, puedes comentarmelo por medio de este correo:

    elclubdelasescritoras@hotmail.com

    Saludos guapa y feliz Martes!

    ResponderEliminar
  4. Hola María, me han recomendado tu historia y aquí estoy.
    Hoy la empiezo, ya te contaré.
    Un placer

    ResponderEliminar
  5. Hola María,
    lo primero de todo muchas gracias por pasarte del blog y dejarnos un comentario. Siempre se agradecen las bellas palabras ;)
    Y sobretodo, gracias por compartir con todos nosotros tan bellas palabras e historias. No siempre tenemos la posibilidad de conocer a una escritora y menos que se pase por nuestro blog.
    Nos encantaría poder añadirte a nuestros amigos del blog, para que todo aquel que entre en nuestro blog pueda encontrar una puerta al tuyo. Espero que no te moleste ;)
    Por aquí nos tendrás a partir de ahora leyendo con avidez tu historia, tanto a mi compañera de blog como a mí.
    Un beso enorme,
    Noa.

    ResponderEliminar


  6. Las palabras nacen en el jardín de tu alma
    como las flores brotan en el vergel de los sueños
    de pétalos transparentes besados por la tundra
    emanando fragancias que aromatizan mis oídos…

    Un abrazo de ruiseñor
    y un beso de mariposa
    para enarbolar una sonrisa
    en el arcoíris de esta mañana…

    María del Carmen

    ResponderEliminar


  7. Un buen fin de semana te deseo con el afecto que hemos granjeado desde que he tenido el gusto de conocerte.

    Un beso y una melodía en armonía al día de hoy.

    María del Carmen


    ResponderEliminar
  8. Muy buena narrativa, excelente, se ve que has triunfado.
    Yo pruebo suerte , para el mes que viene sale mi primera novela y estoy llena de nervios.

    Un beso,

    Gracias por tu comentario y mil por tu vista.

    ResponderEliminar
  9. Me enamore de Su escritura, sus pensamientos y la forma en que cautiva mis sentidos ..Felicidades, ha logrado captar la atención Juvenil y se merita llamar Una mujer capacitada para lograr sus metas y sus deseos... Feliz día de la madre =)
    Att: Una fan mas de su club literario (Andrea)

    ResponderEliminar