domingo, 19 de febrero de 2012

Parte 7 Los Caminos de las Cavernas

XXI
El último Sueño del Dragón

Ahora Bragmar soñaba despierto, dormir le resultaba imposible, su pensamiento estaba enfocado en su piedra mezclando todos sus deseos y desesperaciones. Divagaba envuelto en su sopor, esperaba sin saber que esperar, temía sin sentir miedo. Las rocas habían comenzado a derretirse bajo sus patas. El suelo antes escabroso y cubierto de polvo dorado era ahora de materia viscosa y ardiente igual que su alma. Su avidez se expandía al mismo tiempo que el vapor que exhalaba y revolvía el aire con polvo y roca en su propia morada convirtiéndola en una bomba a punto de estallar. Por eso no sintió la presencia de los intrusos que irrumpieron serpenteando en las antiguas cavernas de su mansión.
En sus ojos amarillos y llenos de fuego se reflejaban las imágenes tantas veces invocadas y odiadas. Repasaba en silencio las sombras de su pasado reciente tratando de descifrar su significado, entreviendo respuestas a su búsqueda. Sumido en su misma angustia consiguió esperar mientras trazaba en su interior un plan para encontrar su Piedra de la Inmortalidad, su propia alma perdida.
Aunque Bragmar lo ignoraba, la montaña había comenzado a cambiar bajo sus propias narices. El agua comenzaba a dominar la amalgama interna de la montaña luego de colarse lentamente abriéndose camino entre los intrincados resquicios en las piedras. Durante años y gota tras gota había logrado mudar la fachada de los muros y el adoquinado de los pisos. Tercamente consiguió tamizarse hasta los más enredados límites de su geografía y logró avasallarla. Desplazó al calor y al vapor en su tarea de talladores de las rocas y consiguió hacer florecer nuevos espacios y colonizar algunas de sus grandes extensiones.
El agua se hacía aliada de la luz y echando abajo las cubiertas de algunas cámaras obtenía el reflejo del sol durante algunas horas sobre sus afluentes subterráneas. Y bajo el influjo de esta nueva energía ignorados animales y plantas crecían protegidos en el lugar. Y aunque Bragmar no toleraba otros seres en sus dominios se vio infestado por esta existencia invasiva, imperceptible e imparable. Con la presencia protectora del agua los chicos avanzaban ignorantes de la ayuda que les brindaba a su paso por la montaña.
Durante muchos días los chicos siguieron el camino de las afluentes del agua subterránea hasta que sintieron que habían detenido el ascenso y se desplazaban a través de extensiones planas. Caminaban ahora por galerías donde la oscuridad no era total, donde se extendía una luz mortecina que llegaba desde algún lugar desconocido. Decidieron descubrir el origen de la luminosidad y se orientaron hacia ella.
Después de mucho avanzar distinguieron el final de un pasillo iluminado y cuando se acercaron quedaron maravillados frente a lo que vieron. Allí se mostró ante sus ojos un formidable lago de aguas mansas y oscuras en cuyo centro se balanceaba lentamente el reflejo brillante de una luz que se colaba por un agujero irregular y enorme, abierto en el techo. Debido a la presencia de miles de diminutas partículas de polvo en el aire el rayo de luz era visible a los ojos y se extendía como una línea recta y blanca desde el agujero hasta la superficie líquida. La distancia entre el lago y el techo era inconmensurable, los niños calcularon que podía contener otra montaña adentro.
Aún absortos por la belleza del hallazgo decidieron sentarse a comer a orillas del lago. Akím no quiso pescar y repartió con Anú algunos de los víveres que todavía quedaban en su bolso. Pero Walo no pudo conformarse con eso y se entretuvo bordeando las orillas del lago y sacando algunos peces demasiado trasparentes y sin ojos, que los niños miraron con repulsión, pero que Walo saboreó relamiéndose el hocico de puro gusto. El lago debía tener una increíble extensión porque cuando Walo estuvo en la orilla opuesta apenas si parecía un punto lejano entre las rocas.

  • ¿Crees que estamos en medio de las montañas correctas?- preguntó de pronto Anú
  • Sí, según el mapa sí. ¿Por qué dudas?
  • Por la gran cantidad de agua. ¿No se supone que los dragones odian el agua?
  • Probablemente su morada se encuentra muy lejos de aquí
  • Y ¿Por qué construir su morada en una montaña llena de agua?
  • Bueno, quizás cuando el dragón llegó no había tanta agua… o quizás del otro lado las montañas son muy secas y calientes
  • Seguramente tienes razón ¿tenemos que llegar al otro lado?
Akím la miró extrañado
  • Me refiero a… ¿No podemos simplemente dejar la piedra en un lugar visible y marcharnos?
  • ¿Y si el dragón no la encuentra y continúa atacando nuestros bosques y aldeas?
Anú suspiró y deseó fervientemente ahogar al dragón en ese lago subterráneo que tenía enfrente, pero no le dijo nada a Akím, no quería que el chico pensara que su cabeza estaba llena de crueles ideas.
  • ¿Qué estas pensando?- dijo Akím de repente
- En la belleza del agua - dijo ella mirándole los ojos. Y él vio en ellos la misma luz maliciosa que había visto antes y que le causaba una mezcla de intimidación y encanto al mismo tiempo, y la impresión de saber que ella veía más allá de lo que decía y aún más allá de lo que era evidente.
XXII
La Persecución Subterránea
Unos kilómetros adelante llegaron a oídos de Yako los sonidos diluidos de las voces de los chicos en el aire y se dirigió directamente hasta ellos sin poder calcular la distancia que los separaba y sin darse cuenta que su loca carrera lo alejaba mucho de los demás miembros de su manada.
Walo se mantenía atento, no le gustaba aquel lugar, no le gustaba que los chicos estuvieran tan expuestos a los peligros que presentía. El aire estaba cargado de muchos olores. Walo pudo reconocer atisbos del vapor exhalado por la criatura del bosque, el monstruo que los chicos llamaban Bragmar. Pudo reconocer también el aroma de los Wakos que los asechaban persiguiéndolos desde los túneles distantes. Y junto a la carga de olores distinguía también una carga de ruidos. El aleteo de los animales nocturnos, las pisadas de otros en las galerías, el burbujeo lejano del dragón y el constante deslizamiento del agua que en algunos lugares se incrementaba y en otros se hacía más débil.
Aún así Walo se mantenía sereno, tensaba sus músculos y afinaba sus sentidos preparándose para el encuentro ineludible que los esperaba más adelante. No podía dormir pero aprovechaba el tiempo alimentándose bien y guardando fuerzas. No entendía por qué Akím se empeñaba en continuar por esta ruta peligrosa acercándose a una fatalidad inevitable. Pero no lo dejaría solo, hacía mucho tiempo que había decidido compartir el destino del chico aunque éste lo guiara hacía su propia destrucción y contra ese deseo no podía luchar. Lo último que verían sus ojos en el mundo sería el rostro de su amado dueño.
Akím estaba adormecido, todos sus sentidos le parecían lejanos, miraba bajo la bruma la figura de Anú sentada de espaldas a él frente al agua, veía el lejano andar de Walo al otro lado de la laguna y le parecía ver como la luz se desvanecía al centro de la cueva y escuchaba. Se hacía el silencio. De pronto como si un gran peso golpeara su espalda le vinieron encima todos sus temores, se levantó de un salto, había escuchado claramente los pasos que venían tras ellos, y los reconoció. Eran los mismos que lo habían seguido mucho tiempo atrás, la noche que escapaba de su aldea.
Miró a Walo, quien en ese momento elevaba sus orejas y lo miraba desde lejos emprendiendo una loca carrera de vuelta hacia ellos, él había escuchado también. Tomó a Anú por el brazo, tan fuerte e intempestivo, que la chica dio un grito de dolor. Ella apenas si tuvo tiempo de entender pues Akím ya la arrastraba fuera de la gruta hacia las cavernas descendentes. Walo les dio alcance. La luz se apagó en sus antorchas y se escondieron bajo unas piedras. Sobre sus cabezas miles de murciélagos esperaban. Cuando todo se hizo finalmente oscuro los murciélagos emprendieron vuelo hacia la salida de la gruta en el techo sobre el lago subterráneo.
En ese momento Yako entró jadeante a las cavernas. Entre el aleteo de los murciélagos, el ruido y el olor, no pudo rastrear a los chicos que lo miraron desde bajo las piedras. Yako se detuvo, olfateó, aulló y prosiguió su carrera caverna abajo. Walo no se movió y al poco rato vio como el resto de los Wakos pasaba corriendo frente a sus ojos detrás de su Yako-Alfa, quien ya se les había adelantado mucho. Más adelante se darían cuenta de que habían sido engañados y se devolverían por entre las galerías superiores casi hasta el lugar por el cual habían entrado cinco días antes.
Walo y los chicos esperaron a que sus pasos se alejaran para salir del escondite. Entonces tomaron el camino de vuelta a la laguna subterránea. Ascendieron por la caverna hasta alcanzar la gruta, apenas si pudieron mirar maravillados a los miles de animales que salían en ese momento volando a través del hoyo en el techo. Recorrieron parte de la orilla. Adelante encontraron dos aberturas que accedían a cavernas desiguales y descendieron sin pensarlo mucho por la del lado derecho. Apenas empezaron a bajar el piso comenzó a rodar bajo sus pies y rodando, junto a las miles de rocas que se despeñaban en desorden, cayeron al fondo de una mina llena de piedras brillantes.
Se levantaron con dificultad, sucios, magullados pero sin heridas visibles. Al ponerse en pié vieron que la entrada de la caverna había sido sellada hasta la mitad por las rocas que se deslizaron con ellos. Walo y Akím intentaron inútilmente remover las piedras, no se podía. El chico escaló el tumulto y notó que apenas quedaba espacio para que pasaran uno a uno por la parte de arriba, entre las rocas y el techo de la caverna. Desistieron de la idea.
Comenzaron a buscar otra salida cuando vieron las piedras brillantes en la pared de la mina y Anú advirtió la misma luz dentro del abrigo de Akím
  • Mira eso ¡Aquí abajo hasta tu piedra brilla!
Akím la extrajo asombrado de su bolsillo. Al retenerla en la mano la luz de la piedra escapaba entre sus dedos dándole una luminosidad especial a la mina y formando un coro de luces junto con las piedras de las paredes, que brilló sobre el chaleco de anillos metálicos de Akím, sobre el techo y el suelo y en los ojos de todos. Muy pronto la estancia estuvo resplandeciente. Los chicos advirtieron que todas las piedras estaban formadas del mismo material aunque la que Akím sostenía era visiblemente más grande que las demás.
  • ¿ Siempre ha brillado así?- preguntó Anú rompiendo la exaltación de todos
  • No… Me parece que no – Akím tardó un rato en contestar
  • ¿Y que las hace brillar aquí abajo en medio de la nada?- insistió ella
  • ¿Cómo saberlo?
  • ¿No había nada escrito sobre eso en los libros?
  • No- dijo él
  • Bueno, si alguna vez salimos de aquí yo agregare esta información al libro de los dragones- dijo ella. Y añadió:
  • Las piedras de un dragón brillan cuando están en su morada
  • O en su presencia- dijo Akím guardándose la piedra en el bolsillo del pantalón.
Los tres se quedaron quietos y silenciosos, no se escuchaba nada en la estancia cerrada, pero por algún lugar entraba aire. Akím se agachó y comenzó a buscar una salida cerca del piso por donde sentía la corriente del aire a sus pies y mientras lo hacía, Anú comenzó a recoger las otras piedras que brillaban en las paredes, le resultó fácil desprenderlas y se las metió en los bolsillos. De pronto escuchó al chico diciendo:
  • Encontré la entrada del aire. Es por aquí- y señaló un agujero en el piso
  • Síganme- y se introdujo por el hueco
Enseguida Walo fue tras él y luego Anú que aún tuvo tiempo de meterse otras piedras en los bolsillos. El estrecho túnel bajaba unos metros pero luego comenzaba a ascender. Era apenas lo suficientemente ancho para que Walo pasara raspándose los costados y todos se sintieran embotellados y asfixiados, el aire era pesado y polvoriento y al avanzar arrastrándose levantaban más polvo y arena de la que hubieran deseado ver.
Ahora comenzaban a entender que la montaña cambiaba. Ya no se sentía la presencia del agua alrededor y el aire se hacía tan seco que dolía la garganta al respirar. Y el ambiente anteriormente frío y húmedo se volvía caluroso y denso. Desde algún sitio se colaba una luz rojiza que flotaba tímidamente sobre las partículas de arena en el aire y lo enrarecía.
Caminaron a rastras por muchas horas, no se atrevieron a detenerse por miedo a que los Wakos que los perseguían les dieran alcance. El túnel reptaba profundamente a través de la montaña, la mayor parte del tiempo ascendía. El calor llegaba desde la parte baja del suelo, y encontraron algunas rocas muy calientes que les quemaron las manos. ¿Dónde estaba el dragón?
Finalmente el túnel se abrió a una galería rocosa, de paredes desniveladas pero altas donde Walo y los chicos pudieron ponerse de pie y caminar por un rato. Lo único que se les ocurrió fue seguir andando en dirección a la luz que aún podían ver danzando lentamente en el aire. Más adelante los pasajes se comenzaron a llenar con un vapor espeso y sofocante.
  • Estamos cerca del dragón- susurró Akím al oído de Anú
  • Tengo un plan- le dijo ella al oído también y agregó- Vamos a sacarlo de aquí
  • ¿Cómo?- preguntó él tratando de no levantar mucho la voz
  • Con esto- dijo la chica sacando las piedras brillantes de sus bolsillos
  • Las tomaste- dijo él mirándola con ojos suspicaces
  • Sí… para enseñarle el camino de salida
  • Bueno, primero tendremos que encontrar uno
Si continuaban caminando en línea recta por los pasajes desembocarían frente al dragón, o al menos eso creían, ya que el vapor parecía hacerse mas denso por ese camino. Decidieron intentar un ascenso por entre las rocas caídas que conformaban las paredes y pisos en las galerías superiores. A medida que subían los chicos iban colocando las piedras brillantes en lugares visibles para que el dragón al pasar por allí pudiera verlas. No estaban muy seguros de hacia donde se dirigían pero sentían que no tenían otra opción. En las últimas galerías se abrió frente a ellos un gran abismo del lado derecho donde podían escuchar elevándose desde el fondo un sonido burbujeante y continuo. Walo se mantuvo atento.
Mientras tanto Yako-Alfa daba vuelta al entender que había sido engañado. Se devolvió alcanzando un lugar entre las cavernas superiores y decidió esperar a que el grupo se viera obligado a pasar por allí, ya que aquella era la única salida por la parte superior de la montaña que los animales conocían. Y solo tuvo que esperar un día.

XXIII
El Asalto en la Caverna
Los chicos calculaban que se encontraban dando un gran rodeo por encima de la cabeza del dragón y suponían (por la cantidad de veces que se habían detenido a descansar y a comer) que debían llevar una semana caminando dentro de la montaña. Se sentían exhaustos. Al día siguiente desembocaron en la caverna superior donde los Wakos los estaban esperando.
Cuando llegaron al lugar Walo se puso en guardia, se le erizaron todos los pelos plateados de la espalda y emitió un gruñido feroz, acababa de ver los nueve pares de ojos rojos que los observaban desde el fondo de la caverna. Akím y Anú los vieron también y por un segundo se sintieron desfallecer. Antes de pensarlo siquiera ya estaban retrocediendo dentro de la galería por la que habían subido, corriendo en fila pues solamente podía pasar uno a la vez.
De un gran salto Yako-Alfa se plantó en la entrada de la galería por la que el grupo retrocedía ahora y se lanzó en persecución de Walo que iba al último. Al desembocar en un lugar más amplio, donde se abría parte de un precipicio a la derecha, los chicos vieron como Walo entraba de espaldas y se plantaba delante de ellos haciéndole frente a Yako. Detrás de Yako venían los demás Wakos pero aún no podían entrar porque el cuerpo de Yako-Alfa ocupaba toda la entrada.
  • Cada Guerrero espera que una buena muerte lo encuentre y tu andas buscando la tuya - Fue lo único que Yako-Alfa le dijo a Walo.


Los chicos retrocedieron hasta chocar sus espaldas contra la pared rocosa. Allí se desprendieron de sus bolsos, pero Akím mantuvo su espada en la mano izquierda. En aquel momento Yako le decía algo a Walo en un bufido y los dos se enfrascaron en un combate feroz, parecían un amasijo de carne, pelos, gruñidos y sangre que giraba frenéticamente sobre si mismo. Los niños escalaron la pared rocosa y se ubicaron unos tres metros por encima de los animales enfurecidos.
Alcanzaron a ver como Walo con sus dientes relucientes y la cara transformada por el odio mordía a Yako-Alfa en el cuello, mientras que este lo mantenía sujeto y lo hacía girar y caer muchas veces sobre el piso. El cuerpo de Walo era más grande que el de su adversario pero aquel sabía luchar con fiereza. Ambos emitían gruñidos y aullidos estremecedores. Desde el abismo abierto a la derecha de la entrada en la cueva se comenzaba a colar una niebla espesa y una luz rojiza.
Mientras Yako-Alfa mantenía combate con Walo, cinco de sus ocho seguidores entraron en la cueva y fijaron sus ojos en los chicos encaramados en la pared de roca al fondo del lugar. Se les fueron encima, brincando y queriendo darles alcance. Akím llevando su espada con una mano, usaba la otra para empujar hacia arriba a Anú, alejándola lo más posible de los dientes de los Wakos que saltaban dando mordiscos en el aire tratando de atraparlos.
Anú miraba con ojos desorbitados los dientes de los Wakos que parecían de pronto acercarse demasiado a su cara. En aquel momento Akím saltó sobre el lomo de uno de los animales que estaba más cerca. Aferrándose fuertemente a él clavó su espada en medio de la nuca del animal y sintió bajo sus piernas como el enorme cuerpo cedía y expiraba. Entonces otro Wako saltó y atrapó a Akím por la cintura y lo desmontó del cuerpo de su compañero muerto, llevándoselo prendido entre sus dientes. Akím gritaba y forcejeaba tratando de soltarse y ambos rodaron pendiente abajo. En la caída el chico perdió la espada de acero azul que quedó suspendida entre las piedras.
Sintiendo una rabia que nacía desde el fondo mismo de su alma Anú se descolgó y alcanzó la espada. La tomó con fuerza y la hundió profundamente en la garganta del siguiente Wako que acercó sus dientes para morderla. La sangre del animal le salpicó en las manos, el pecho y la cara. Perdiendo el equilibrio y con los ojos cerrados la chica rodó hasta el suelo y cayó de espaldas manteniendo la espada en alto. Los otros Wakos corrieron de vuelta hacia la entrada de la cueva viendo a la niña con aquel diente azul lleno de sangre.
Con las manos temblorosas, la cara manchada y la ropa desvencijada Anú se puso en pie. A su lado Walo daba muerte a Yako-Alfa desgarrando finalmente su garganta, y aún jadeando y con el hocico bañado en sangre, se fue al ataque sobre el grupo de animales atemorizados y confundidos que esperaban en la entrada.
Akím yacía de espaldas unos metros a la izquierda del cuerpo muerto de Yako. En la caída el Wako que lo atrapó se había quebrado el cuello y soltó al chico que rodando fue a parar al suelo. Uno de los dientes del animal todavía estaba incrustado en los anillos de malla del chaleco de Akím y bajo la ropa se veía una mancha de sangre.
Akím miraba entre las brumas una sombra acercándose a él, tenía el cabello rojizo extendido al borde de su figura ¿o era una bruma rojiza? Akím no supo decirlo luego. La cara conocida se acercó a su rostro y el chico balbuceó
- Mamá…
  • Levántate y salgan de aquí…- dijo ella como en un sueño
  • Quédate conmigo…
- Akím - Akím- los gritos de Anú reventaban en sus oídos y rebotaban en su cerebro. La chica estaba encima de él, su rostro cerca del suyo. Con las manos movía violentamente los hombros del chico y lo golpeaba contra el piso en un espasmo frenético. Akím abrió los ojos recobrando dolorosamente la conciencia y le dijo:
  • Estoy bien, estoy bien, no estoy herido
- ¿Por qué me asustas así? - lloraba ella y lo abrazaba causándole daño al apretar el chaleco de anillos con el diente en su costado.

El chico se incorporó, la abrazó también y luego la apartó mostrándole el diente que aún tenía clavado bajo la ropa. Ella lo miró y lo ayudó a quitarse el chaleco, sacándoselo por entre los brazos. Luego miraron el rasguño sobre la piel en su costado y pusieron una venda improvisada con un trozo de tela de la ropa de ella, alrededor de la herida.

Estaban rodeados por los cuerpos de los cuatro Wakos muertos. El olor de la sangre y el humo eran insoportables. Buscaron a Walo con la mirada pero no pudieron verlo. Supieron que se hallaba persiguiendo túnel arriba al resto del grupo de animales que los había atacado. Entonces no tuvieron tiempo de pensar en nada más, el suelo comenzó a temblar, desde el abismo se elevaron llamas y una humareda negra y densa. Las piedras comenzaron a resbalar y a caer y los chicos corrieron a refugiarse bajo un dosel en la pared del fondo desde donde observaron petrificados como el dragón ascendía de las profundidades. Se escuchaba un ruido sordo elevándose desde lo profundo junto al enorme cuerpo del monstruo del que los chicos pudieron distinguir parte del vientre, las patas posteriores y una cola que se prolongó durante un buen rato antes de llegar arriba.
Walo seguía con su loca carrera de persecución túnel arriba cuando sintió la tierra estremecerse bajo sus patas. El suelo comenzó a rodar y a llenarse de piedras que venían de todos lados, desde arriba, de las paredes, del suelo mismo. El aire se volvió mas pesado y difícil de respirar, sus ojos se llenaban de lágrimas. Walo vio más adelante como los otros Wakos quedaban aplastados bajo una lluvia de rocas que se desprendió de repente y cubrió la salida de la cueva.
Perturbado aún por la furia y con una fuerza que no podía medir, Walo empezó a escarbar entre las rocas buscando una salida. Al cabo de unos minutos escucho quejidos bajo sus patas. No se detuvo hasta que alcanzó a mover toda la parte superior del muro y despejó la salida del túnel. Entonces se dio vuelta y ayudó a salir a un par de Wakos que habían quedado vivos pero sepultados en el derrumbe.
Cuando estuvieron fuera apenas hubo tiempo de respirar el aire limpio, tuvieron que echarse a correr porque el dragón sobrevolaba el área por encima de sus cabezas amenazándolos, escupiéndoles encima grandes llamaradas de fuego que ellos lograron esquivar orientados por Walo. Pero de pronto algo distrajo la atención del dragón y orientó su vuelo hacia la pendiente de rocas desparramadas que había quedado desnuda luego de la acción destructora de su ascenso desde el fondo de la montaña.

Entonces el grupo de animales se detuvo. Al principio Walo miró con cautela a los dos Wakos que tenía frente a sí, pero ellos agacharon las cabezas y se le acercaron lentamente, lamiendo sumisos sus patas y su hocico. Lo habían elegido como Wako-Alfa y acatarían su voluntad. Walo los aceptó y les prohibió que tocaran a los niños que venían con él, y los amenazó diciendo que “si alguno intentaba desobedecerlo lo mataría”. Entonces se devolvió por donde había venido y fue en busca de los chicos. Los otros lo siguieron.

XXIV
EL Escape de la Montaña
Cuando el terremoto terminó la cueva era un desastre, casi todo el suelo había desaparecido rodando pendiente abajo, la entrada estaba cubierta y la salida era ahora una pequeña abertura llena hasta la mitad de rocas apiladas y escabrosas, desde el fondo aún llegaba la luz de las llamas y el aire era asfixiante.
Los chicos tardaron un rato en salir de su escondite. Se deslizaron hasta la pequeña abertura sosteniéndose con pies y manos de la pared de rocas. Si miraban hacia abajo solo distinguían un abismo interminable y una columna de fuego flameante que lamía los cimientos de la montaña. Consiguieron rescatar parte del equipaje que se encontraba en uno de los bultos y Akím se lo había colgado a la espalda. La espada y el chaleco de anillos de acero de su papá se habían perdido para siempre en el derrumbe.
A medio camino Anú se detuvo:
- No puedo seguir me estoy ahogando- gritaba delante de Akím, sujeta de las rocas
  • No pienses en eso, sigue adelante
  • Me caeré, las rocas están calientes
  • ¿Cuantos Wakos mataste allá atrás?
  • Uno solo ¿Por qué me preguntas eso ahora?
  • Las rocas te atacarán menos que el Wako que mataste
  • ¿Y si me caen encima?
  • ¡Apúrate! para que eso no suceda
  • No puedo moverme, me tiemblan las manos
  • Espera un momento
Akím sacó con gran esfuerzo la cuerda que iba enrollada dentro de su bolso. Tomó uno de los extremos y el otro se lo lanzó a la chica diciendo
  • Aferra la cuerda y amárrala a tu cintura
  • No puedo, mis manos están pegadas a las rocas
  • Sí puedes ¡nunca vi antes una chica como tú! ¡Puedes hacer lo que quieras!
  • Pues deberías salir mas a menudo
Pero diciendo esto se sintió con más confianza y muy despacio desprendió su mano izquierda y la estiró tomando la cuerda. La deslizó obediente y la amarró alrededor de su cintura. Entonces Akím se amarró a su vez y le gritó
  • Si caes te sostendré
  • Solo intenta no caer tu también – dijo ella sin que él pudiera escucharla
Una vez sujeta Anú comenzó a moverse muy lentamente, le costaba trabajo aferrar sus dedos de las salientes calientes y los orificios entre las piedras, sentía como de manera muy torpe sus botas se incrustaban en las estribaciones del muro. Con cada paso soportaba además de su peso, su propio miedo.
Finalmente alcanzaron la salida y se deslizaron por encima del torrente de piedras que había llenado el túnel hasta la mitad. Arriba se veía luz y se escuchaban aullidos y un continuo crepitar de llamas que iba en aumento. Salieron y soltaron la cuerda, guardándola en el bolso.
Cuando acabaron de salir vieron un paisaje desolado. La montaña en un costado se había desgarrado y desbarrancado con todo lo que tenía encima, árboles, vegetación, rocas y tierra. Las llamas cubrían buena parte del lugar y el humo se elevaba muchos metros hacia el cielo. La fuerza del viento era abrumadora, empujaba todo en ráfagas que aparecían de pronto y se elevaban nuevamente, tardaron un buen rato en darse cuenta de que era el dragón quien las producía bajo el batir furioso de sus alas.
El monstruo parecía bastante confundido. Allá abajo en medio de la devastación brillaban como diseminadas en varios kilómetros las muchas piedritas resplandecientes que los chicos habían dejado caer durante su ascenso subterráneo por la montaña. Ahora estaban expuestas, habían salido a la superficie debido a la acción destructora del dragón sobre la montaña. Y allí estaba el monstruo también, volando de un lado a otro, observando incrédulo los miles de trozos en los que se había transformado su Piedra de la Inmortalidad y parecía absorto en su desolación.
Mientras observaban asombrados, los chicos vieron una sombra aparecer en medio del humo y las llamas. Era Walo que emergía herido, con su lomo plateado lleno de sangre y sus ojos brillantes exaltados. Corrió hasta los chicos y al darles alcance lamió irreverente sus caras, manos y botas. Ellos lo abrazaron y trataron de limpiar sus heridas con la poca agua que les quedaba y con trozos de las mangas de sus camisas que aún les colgaban de los hombros.
De pronto los chicos enmudecieron, acababan de ver dos nuevas figuras de Wakos que emergían del humo delante de ellos. Sin embargo Walo no se movió y los otros dos no se mostraron agresivos, al contrario, se echaron al suelo, sumisos y manteniendo las cabezas gachas, siempre atrás de Walo y mostrándole respeto.
Con un movimiento de su fuerte cuello y de su enorme cabeza, Walo le dio a entender al chico que quería que lo montara. Akím le sonrió, comprendió que su amigo había encontrado dos aliados y alzando a Anú, antes de que ella se quejara, la montó sobre Walo y luego montó él también. Walo se levantó conservando a los chicos en su lomo y comenzó a correr encabezando la marcha, los otros dos venían detrás manteniendo prudente distancia y dispuestos a seguir a su nuevo Wako-Alfa hasta el fin del mundo. Asombrados se descubrieron recorriendo la montaña bajo la luz del sol que durante tanto tiempo habían evitado (Pero si el nuevo líder Alfa corría bajo el sol, ellos también lo harían).
Unos kilómetros adelante Anú distinguió un amplio agujero en el suelo por el que a esa hora emergían algunos murciélagos. Señalándolo le pidió a Walo que se acercara, desmontó y aproximándose a la orilla pudo ver muy al fondo el lago subterráneo. La luz se reflejaba y se devolvía desde la superficie del agua. Akím se acercó también a mirar y se sintió sobrecogido y tembloroso.
  • Debemos traer a Bragmar hasta aquí- dijo Anú
  • No, es mejor dejar la piedra en algún lugar visible y que el dragón la encuentre
  • Él no se marchará, nos perseguirá, puedo entender sus intenciones
  • ¿Qué quieres hacer con la piedra? ¿volver a las cuevas?
  • Quiero arrojarla al fondo del lago subterráneo.
Akím miró a Anú asombrado y un poco desconcertado
  • ¿Crees que el Dragón nos siga hasta aquí?
  • Sí, volvamos, llama su atención y tráelo a la trampa
  • Mejor sería si tu me esperas aquí, cerca de los árboles, no puedo seguir exponiéndote
  • ¿Y como sabremos a quien perseguirá?
  • Yo le mostraré la piedra y haré que nos persiga a Walo y a mí.

XXV
La Caída de Bragmar
Confundido y desolado, aquella tarde Bragmar pudo distinguir derramados sobre el abismo, miles de trozos brillantes de su Piedra de la Inmortalidad. Pero no era su piedra, eran las piedritas brillantes que Anú había recogido en las paredes de la caverna. Bragmar no lo sabía y vertió en el lugar sus llamaradas poderosas y notó con frío desánimo como los fragmentos de las rocas iban perdiéndose uno a uno bajo las llamas.
Luego de permanecer largo tiempo sobre el sitio comprendió que había sido engañado. Lograron despertarlo en su cueva con los aullidos y gruñidos furiosos de los animales que se peleaban sobre su cabeza. Consiguieron hacerlo ascender desde el fondo de la montaña tratando de darles alcance y finalmente, confundiéndolo, lo habían hecho tropezar con el engaño de los trozos brillantes sobre el suelo.
Con la mente en blanco por la furia y conteniendo la fuerza de su desolación Bragmar se elevó muchos kilómetros sobre la cadena montañosa. Desde el cielo borroso a la hora del crepúsculo pudo distinguir unos puntos lejanos que como sombras se perdían bajo el forraje espeso de un bosque que se extendía en las laderas bajas. Pero uno de aquellos puntos estaba acercándose ahora al lugar del derrumbe.
Akim venía sobre Walo y mostraba en alto la Piedra de la Inmortalidad del Dragón. “Bragmar” gritó Akím muchas veces y el dragón expuso con furia sus dientes al escucharlo. Decir el nombre de un dragón en su presencia equivalía a ofenderlo y el corazón del monstruo se heló por un instante. No podía moverse porque la sola mención de su nombre lo hechizaba y lo paralizaba. Era una ofensa que perseguiría de por vida a quien se atreviera a cometerla. Bragmar fijó sus ojos ardientes en Akím y la cara del niño se grabó para siempre en las ondulaciones oscuras de su cerebro feroz. Y sus ojos comenzaron a actuar como un sortilegio inevitable sobre la mente del chico.
Akím no entendía lo que estaba ocurriendo, podía escuchar de pronto la voz de odio del dragón en su cabeza como un eco que llegaba de muy lejos y muy profundamente. Parecía querer nublarle toda su voluntad. Mitad confundido y mitad admirado, y sin salir completamente de su espasmo sintió bajo su cuerpo el musculoso cuerpo de Walo, que ahora se tensaba y retrocedía sus pasos al sentir que el dragón comenzaba a revolotear justo por encima de sus cabezas, en su mente un solo pensamiento se hizo espacio, debía proteger a Akím.
Bragmar era ahora completamente visible en toda su magnificencia. Una luz rojiza iluminaba el enorme cuerpo del monstruo que se acercaba peligrosamente a Akím. El cuerpo del chico también estaba envuelto en aquella luz rojiza, lo hechizaba, la voluntad de ambos estaba entrelazada y sus mentes divagaban en algún rincón lejano y profundo imaginado por Bragmar.
Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad y sintiendo los latidos de su propio corazón enloquecido por la rabia, Akím mantuvo en alto la piedra y se sujetó al cuerpo de Walo, juntos emprendieron el regreso al punto en el que habían dejado a Anú.
Bragmar levantó su cabeza furioso y el hechizo se rompió dejándole sin aliento. Se elevó batiendo sus alas, tratando de empujar a Walo con el aire que expelía pero el animal se mantuvo en equilibrio y continuó con su desesperada carrera.
Exasperado y frenético el dragón se esfumó vertiginoso de la vista de Walo. Akím sentía su propia respiración agitada y los alocados latidos de su corazón, el sudor que bajaba por su espalda y el miedo y la determinación que lo impulsaban en su carrera. Bajo sus piernas los tensos músculos de Walo parecían bailar a unísono con la energía del chico.
De pronto el aire se hizo helado, bajaba como un susurro desde las cumbres elevadas de las montañas. El horizonte comenzaba abrirse como una pizarra pálida donde brillaban estrellas lejanas. Era la hora que precede al anochecer, la hora más fría, cuando el mundo se silencia y se abren los sentidos. Anú escuchaba claramente los jadeos poderosos de los Wakos ocultos a su lado y deseaba con todo su corazón ver aparecer a Akím en lo alto de la montaña que contenía el secreto lago subterráneo. Y allí los vio de pronto, pero no vio al dragón que los perseguía.
Cuando llegaron a la cima Walo y Akím no sintieron la presencia del dragón. Aquella cima era ancha como una meseta cuyos lados descendían en pendientes suaves y extensas. A su izquierda, sobre un ancho dosel del suelo, se extendía la abertura que daba acceso al lago subterráneo. Parecía un gran ojo abierto en medio del paisaje, cuya pupila miraba indescriptible al infinito. A esa hora miles de murciélagos alocados se precipitaban en salida de su gruta subterránea. Se escuchaba su aleteo frenético y el sonido estridente de sus gargantas.
Walo fue acercándose lentamente a la orilla del agujero observando a los últimos animales rezagados. En ese momento se detuvo. Delante de sus ojos pudo observar como de la profunda pendiente opuesta de la meseta emergía el dragón. Se elevó de frente, sus ojos los apuntaron enloquecidos y sangrientos, su enorme cuerpo estaba cubierto de escamas espinosas y grises. La piedra comenzó a brillar incandescente y a calentarse en la mano de Akím. Antes de que Bragmar pudiera atacarlos Akím sostuvo en alto la piedra y con toda la fuerza que tenía su brazo la lanzó directamente al centro del agujero en el piso. Por un instante la piedra brilló como estrella fugaz en plena caída.
Bragmar contuvo el aliento y siguió con la mirada la trayectoria de la piedra, elevó por última vez sus vigorosas alas y se lanzó en picada a través del agujero en la meseta que sucumbió bajo la poderosa fuerza de la bestia y con sus bordes hechos añicos se agrandó tanto como para que el dragón se introdujera directamente hasta el fondo del abismo, sumergiéndose en su propia perdición.
En ese instante la tierra comenzó a temblar fuertemente bajo las patas de los Wakos que se lanzaron pendiente abajo en vertiginosa carrera. Akím llegó montado en Walo y recogió a Anú de entre los árboles. Ambos se sujetaron enérgicamente el cuerpo de Walo. Huyendo notaron como la explanada alta en la cima se iba desmoronando a su paso acompañada de un rugido profundo que parecía ascender desde las mismas entrañas de la tierra. Comenzaban a emerger columnas de vapor por entre los resquicios del suelo. Tras sus cabezas un formidable chorro de agua se elevó desde el abismo a muchos kilómetros hacia el cielo originando un ruido atronador, era el rugir del agua poderosa alcanzando altura.
Corrían ladera abajo cuando miles de rocas de todos los tamaños empezaron a llover sobre sus cabezas. Los animales las esquivaban ágilmente. La luz mortecina les mostraba un paisaje gris, que se iba cubriendo de ceniza y rocas y donde parecía que las emisiones gaseosas se tragaban todos los colores.
Cuando alcanzaron las faldas bajas del monte se volvieron para mirar como una masa amorfa de roca blanda molida e incandescente brotaba desde los bordes en la cumbre y arrastraba y aplastaba a su paso los árboles, las piedras del suelo, la ceniza y el polvo. Hervía con llamaradas crepitantes y creaba resplandores fulgurantes que consumían las peñas y lamían la superficie mientras se deslizaba vertiente abajo. Consumía todo, dejando un vacío de laderas retorcidas y chamuscadas. La montaña vomitaba sus entrañas.
De pronto los chicos notaron asombrados que estaban rodeados de una multitud de animales grandes y pequeños que venían huyendo también del desastre en la cima. Incluso algunos murciélagos lograron abandonar a tiempo la cueva donde cayó el dragón. Ahora todos corrían, se diseminaban, se perdían de vista tras las estribaciones de la cadena montañosa. Para alejarse del peligro de la erupción Akím decidió que debían seguirlos.

sábado, 4 de febrero de 2012

Parte 6 Caminos Bajo el Sol

XVIII
La Puesta de Sol

Caminar no les resultó tan difícil después de todo. Siguieron el sendero del río. A media tarde escucharon al grupo de gente que desde la Ciudad Subterránea los seguía y decidieron esconderse, sabían que sus perseguidores se verían obligados a volver con la cercanía de la noche, ya que no se expondrían a un posible ataque de los Wakos, cuyas probabilidades de aparecer aumentaban al caer la tarde.
Y no se equivocaron. Antes de que el cielo terminara de oscurecer, los chicos vieron como los aldeanos dieron media vuelta y regresaron por el sendero por el que habían venido. Sólo entonces se sintieron seguros y descargaron los fardos y las provisiones.
Akím se quedó mirando por primera vez, luego de más de seis meses, la puesta de sol y de golpe se le vinieron encima los recuerdos de su madre con el cabello al viento y de su padre asegurándole con su voz lejana que ella lo veía. Sintió unas terribles ganas de llorar, pero se aguantó pensando en el valor que demostraba Anú al ocultar sus propios sentimientos. Descubrió que se sentía mejor mirándola y decidió ayudarla a sacar las provisiones que repartieron esa noche y a buscar un lugar seguro y alto para descansar mientras los Wakos aparecían.
Pero aquella noche y luego durante muchas noches más los animales no aparecieron y los niños y Walo se vieron liberados del temor y la rabia que provocaban los Wakos en sus correrías nocturnas. Aún así repartieron turnos para vigilar, pero como Walo se empeñaba en quedarse despierto continuamente, los niños terminaron por dormir al mismo tiempo y despertar con el sol picándoles la cara.
Caminaron varios días siguiendo el sendero del río, sin tomar ninguna decisión definitiva acerca del próximo paso a seguir o el plan que llevarían a cabo para resolver el dilema de la piedra. Como el río era una fuente de agua inagotable, descargaron el fardo del agua y lo llevaron vacío, lo que aligeró su carga. Se limitaron a disfrutar la belleza del paisaje, los sonidos de la naturaleza a su alrededor y la paz de su propia compañía.

El río se abría camino a través de un valle que se extendía hasta el horizonte. Ningún ser humano vivía por allí, pero sí grandes manadas de animales que se propagaban en grupos dispersos coloreando el paisaje solitario. Era una extensión de verde interminable con árboles disgregados, inacabables flores de colores, coros de pájaros y danzas de mariposas. Todo bañado por un sol constante que elevaba mucho la temperatura pero permitía aquella vida reverberarte.
Walo se divertía durante muchas horas correteando a las manadas de animales salvajes que a su paso echaban a correr diseminándose. Le encantaba sobre todo espantar a las aves que anidaban en inmensas colonias sobre los árboles y al escuchar el paso y los ladridos de Walo se elevaban en vuelo contándose por miles y cambiando el matiz del cielo, parecían nubes de colores extravagantes, bandadas amarillas, rojas y con un sinfín de tonos brillantes. Lo más impresionante para los chicos era el ruido de sus alas batiéndose en desenfrenada huída y el graznar de sus gargantas en conjunto como si invocaran una sola voz para asustar a sus enemigos. Cuando Walo no estaba correteando se pasaba el tiempo dormitando en los lugares donde los chicos se sentaban a comer.
Las noches en aquel lugar eran increíblemente claras y estaban acompañadas por un croar incesante de ranitas al borde de los riachuelos, lagartijas bajo las hojas, mágicas cigarras de voces nocturnas, hormigas que no paraban de trabajar de día o de noche, y el vuelo ocasional de alguna lechuza buscadora de ratas bajo el suelo.
El amanecer se anunciaba con el mugir de algunos animales, el canto interminable de los pájaros en vuelo tras su desayuno y los rayos de un sol que parecía querer desatar un incendio. Walo era el primero en ponerse en pié, lo hacía de un salto empujando hacia arriba su enorme cabeza, lanzándose directamente al agua del río, chapoteando y volviendo para lamer las caras y las manos de los niños que aún dormían. Y como continuaban repartiéndose las provisiones, Walo no necesitaba cazar su alimento.
A esa hora los niños decidieron sacar los mapas que habían traído consigo y averiguar donde se encontraban
  • Creo que es aquí- dijo el chico poniendo su dedo sobre un espacio vacío del mapa
  • Lo llaman “Planicie de la tranquilidad”- dijo Anú señalando la leyenda del mismo
  • Si continuamos hacia el este veremos aparecer a nuestra izquierda una gran cadena de montañas ¿las ves?
  • Si pero me cuesta calcular la distancia
  • Debemos pensar que aún estamos muy lejos porque no vemos nada en el horizonte
  • Hacia el final de la cadena montañosa y sobre uno de los picos dice “ M-Guarida de Bragmar”
  • Si… La Montaña Guarida de Bragmar- dijo Akim como en sueños- Debemos seguir nuestra ruta hasta allí
Sabían que se encontraban en territorio Wako, pero no podían explicarse por qué no parecían correr ningún peligro ¿Qué habría pasado con la manada? ¿Por qué no habían vuelto a verlos? ¿Estarían preparándoles una trampa? Desecharon la idea ya que la planicie no les otorgaba a los Wakos ningún lugar para esconderse, y menos aún para preparar una celada, estaban además rodeados de animales por todas partes que saldrían en loca carrera al apenas percibirlos, así es que cuando se acercaran inevitablemente los chicos los verían llegar.
XIX
La división de los Wakos

Luego de la carrera desenfrenada persiguiendo a los chicos y al Walo traidor, y luego de las muertes causadas por la furia de Bragmar y por el diente largo y azulado que cargaba uno de los humanos, los Wakos se hallaban desconcertados, molestos con su líder y más agresivos que nunca.
Algunos de los animales más viejos o más débiles habían sido liquidados por aquellos que no pudieron ser controlados luego de desatarse el desorden colectivo y endemoniado que causó el ataque del dragón. Otros volvieron a sus guaridas originales alejándose para siempre de las altas rocas calizas de los Wakos Lomo Plateado, viviendo vidas separadas y muriendo sin dejar nuevas generaciones. Y otros más se perdieron en los alejados territorios que nunca estuvieron dentro de las fronteras de los Wakos.
Pero los que se quedaron formaron dos grupos bien definidos. Uno al mando de Yako-Alfa, quien aún era considerado líder, este grupo estaba conformado por los restantes Lomo Plateado y muchos Wakos Enanos. El otro grupo quedó integrado por los Wakos Fuertes, eternos rivales de los Lomo Plateado, y habían acogido entre sus filas a la gran mayoría de Wakos Rojizos que desconfiaban de Yako y de sus métodos para convencer empleando la fuerza y la brutalidad contra ellos.
Estos grupos desataron una guerra que duró siete noches, al cabo de las cuales su número se había reducido considerablemente sin establecer un ganador absoluto. La primera noche los Wakos Fuertes fueron emboscados por los Lomo Plateado, quienes los esperaron agazapados tras los arbustos cercanos al río. Lo único que los Fuertes tuvieron tiempo de ver fueron las sombras de sus atacantes cayéndoles encima. Muchos de los Fuertes terminaron masacrados. Así fue como decidieron vengarse.
La segunda noche los Fuertes, junto a sus aliados Rojizos, llegaron sigilosamente a las altas rocas calizas dominio de sus enemigos. Los vieron salir y dirigirse a cazar y esperaron durante horas su retorno. Cuando comenzaron a escuchar los primeros aullidos salieron a su encuentro arrojando rocas desde lo alto, aplastando a muchos e hiriendo a otros. Luego devolvieron, sobre los sobrevivientes, el feroz ataque recibido la noche anterior, dejando las ranuras entre las peñas manchadas con su sangre.
La tercera y cuarta noche no hubo tregua, ambos grupos protagonizaron escaramuzas en cada lugar donde se hallaron y los cuerpos amanecían destripados en grandes extensiones de terreno.
Las noches que siguieron fueron ejemplo del canibalismo que se extendió entre los sobrevivientes. Los animales cansados y hambrientos se dedicaban a devorar a los caídos aún antes de morir. Imperaba el desorden y el miedo, ninguna manada se salvó del desastre. Finalmente los dos grupos decidieron separarse y declararse un odio que se preservaría con el paso del tiempo.
Pero aún luego de aquellos repetidos ataques Yako-Alfa no olvidó al pequeño grupo de humanos que los habían emboscado a la salida del Bosque Prohibido, dando muerte a tres de sus amigos una semana atrás. Y después de reunir lo que quedaba de su manada y aliados, quienes no llegaban a una decena, resolvió montarles cacería. Yako los olfateó y aullando fuerte para ser escuchado por todos dio inicio a la persecución, prometiéndole a sus compañeros que probarían la carne humana.

XX
El Hallazgo en la Montaña

Tras varios días caminando bajo el sol Anú se sentía agotada, necesitaba más horas para dormir y bebía grandes cantidades de agua. Ciertas veces Walo la llevaba en su lomo y enternecido trataba de no moverse bruscamente para no molestarla. Akím escogía las frutas mas jugosas para ella y le daba raciones extras del alimento que llevaban, algunas veces se turnó con Walo para cargarla y le sorprendió lo ligera que estaba y lo pequeñas que parecían sus manos. Aún así ella mantenía su buen ánimo y se levantaba aparentando sentirse más fuerte.
Llevaban cerca de doce noches viajando cuando Walo sintió los distantes pasos de los Wakos que los perseguían, olfateó su inconfundible olor empujado por el viento nocturno y escuchó sus aullidos a lo lejos, Akím también los escuchó y un temblor de miedo le recorrió la espalda. Se miraron y decidieron prepararse.
Akím sacó del equipaje lo que no necesitarían y cargó los fardos a su espalda, llevó poca agua pues dedujo que el río se nutría de muchos afluentes que bajaban de las montañas, montó sobre Walo y logró que Anú, medio dormida, se aferrara a él con los brazos al cuello y las piernas cruzadas alrededor de su cintura, y así montados los dos sobre el enorme cuerpo de Walo emprendieron la carrera hacia las lejanas montañas del este cuyas cumbres ya se divisaban en la distancia.
Walo era un animal fabuloso, Akím veía su brillante pelaje reflejar la luz de la luna sobre su lomo plateado donde ahora aferraba sus manos para sostenerse. La cabeza enorme subía y bajaba en plena carrera dándole impulso al resto del cuerpo, sus patas eran tan sigilosas que no dejaba restos a su paso y casi no se escuchaba su correteo y sus orejas bien levantadas mantenían una vigilancia permanente.
Walo era ahora tan grande y fuerte que apenas si notaba el peso de los chicos en su espalda y su marcha era tan veloz que no podía distinguir nada de lo que iban dejando atrás. Akím sentía el azote del viento sobre su cara y casi no podía abrir los ojos. Sentía también el suave balanceo del cuerpo de Walo que hacía saltar ligeramente a Anú entre sus brazos. De pronto hundió su nariz en el pelo de Anú y se estremeció descubriendo su cuerpo sujeto al suyo, sus brazos y piernas rodeándole y su cabeza dormida. Se reprobó a si mismo por no concentrase en medio de una huída peligrosa y se limitó a dormitar sentado y a agarrarse fuerte para no caer ni del lomo de Walo ni en sus divagaciones románticas.
Unos kilómetros atrás Yako presintió la huída de su presa, aceleró el paso y decidió dirigir al grupo hacia las montañas entendiendo de pronto que los chicos y el otro Wako se dirigían hacía allí.

Un día y su noche completa duró el viaje, Walo no se detuvo en ningún momento y Anú solo se despertó para tomar agua y volver a dormir. Akím dormitó un poco pero trató de mantenerse despierto pensando en lo que harían al llegar. El paisaje comenzaba a cambiar bajo sus pies, el suelo se volvía más húmedo y el aire más fresco. Frente a sus ojos podía ver claramente la silueta de las montañas mientras se iban acercando a ellas. Una mole fría y oscura contra el cielo gris.
Cuando llegaron estaba amaneciendo y comenzaba a llover. Akím sacó una manta del equipaje y cubrió a Anú para evitar que se mojara mientras Walo escalaba las poco empinadas laderas que daban acceso a la cadena montañosa. Ahora estaban rodeados de árboles y una vegetación abundante. Las hojas mojadas en el suelo formaban una alfombra resbaladiza y recién lavada. Un sol tímido apenas asomaba entre la espesura de las copas. Cerca escucharon el sonido del agua que caía abruptamente desde la cima y acercándose vieron una cascada. Estaba en medio de una garganta angosta cuya única entrada era el camino que acababan de cruzar. El ruido despertó completamente a Anú que se sacudió ligeramente antes de desmontar. Akím ya estaba en el suelo bajando el equipaje. Apenas Walo sintió que la chica descendía de su lomo se echó en el piso y durmió seis horas continuas antes de despertar.
Mientras Walo dormía y sintiéndose seguros los chicos se lanzaron al agua del río que era muy abundante bajo la cascada. Jugaron, chapotearon, se empujaron en el agua. Se bañaron bajo la corriente que caía fuertemente sobre sus cabezas y descubrieron detrás una gruta abierta entre las rocas. Juzgándose muy hambrientos se sentaron a la orilla, y cuando dejó de llover Akím logró pescar algo un poco más abajo donde la corriente era más calma. Prepararon el pescado cerca del lugar donde Walo dormía y comieron en silencio dejándose llevar por la belleza del paraje. A esa hora el sol ya apuntaba muy alto en el cielo.
  • ¿Qué era eso detrás de la cascada?- preguntó Anú
  • Era una gruta o un camino, no estoy seguro…
  • Según el mapa estamos en las montañas del este donde vive el dragón
  • ¿Crees que viva en alguna gruta así?- dijo Akím
  • Sí, pero no aquí porque no le gusta el agua ¿Cómo encontraremos su cueva?
  • Vamos a seguir esa gruta, quizá nos lleve más al fondo de las montañas
  • ¿Y si nos perdemos?
  • Lo dudo Anú, con Walo a nuestro lado es imposible perder un rastro
La chica se rió acariciando la enorme cabeza del animal que dormía profundamente. Walo se estremeció en sueños y gimió, moviendo sus patas delanteras. Akím y Anú contuvieron la risa, se levantaron y se alejaron caminando descalzos por la suave orilla del río. De pronto se encontraron riendo y tomados de las manos, más animados ya, después de haberse lavado y comido. Se sentaron en la rivera baja y sumergieron con gran placer los pies descalzos en el agua fría. Repentinamente la cara de Akím se puso seria y miró a su amiga:
- Anú
  • ¿Qué?- dijo ella mirando los ojos de Akím
  • Nos vienen siguiendo
  • ¿Cómo sabes?
  • Walo y yo lo presentimos hace dos días mientras tú dormías
  • ¿Quién nos sigue?
  • Creo que son los Wakos que nos atacaron la noche que escapamos de tu ciudad
  • ¿Los viste?
  • No, pero escuchamos sus aullidos
  • Ellos no viajan de día ¿Dónde estarán ahora?
  • Imposible saberlo
  • Tenemos varias horas de ventaja mientras el sol brille
  • Vamos a dejar que Walo descanse, cuando despierte veremos…
La tarde declinó lentamente. Los chicos recorrieron las cercanas arboledas del bosque sin alejarse mucho del río. Anú recogió todos los tipos de flores que vio. Unas rosadas pequeñitas y muy perfumadas, unas grandes con pétalos amarillos, unas que caían como campanitas moradas y azules y otras blancas y delicadas que crecían a ras del suelo. Cuando volvió a la rivera se sentó y comenzó a tejer una guirnalda multicolor.

Akím regresó un rato más tarde y se detuvo para mirar a la chica envuelta en los resplandores del atardecer. Respiró profundamente el aire perfumado por las flores esparcidas en desorden a su alrededor. Se acercó sin hacer ruido y la empujó suavemente por la espalda, al contacto repentino ella dio un brinco y dejó escapar un grito de susto. Akím se rió de ella y terminó con todos los pétalos de flores encima de su cabeza. Ella también reía.
  • ¿Por qué siempre pareces más feliz al atardecer?
  • Bueno, papá solía decirme que los rayos rojos del sol a esta hora son como los cabellos sueltos de mi madre
  • Nunca me habías hablado de ella…
  • Porque no la conocí, apenas guardo recuerdos muy lejanos
  • ¿Cómo cuales?
  • Como el aroma de las flores y el color de su pelo
  • Debió parecerse a ti- dijo ella pasando suavemente los dedos entre las hebras rojizas del cabello de Akím y desprendiendo los pétalos que aún tenía enredados en el pelo.
Akím se estremeció levemente y se sintió inmovilizado como por un encantamiento, volvió la cabeza y miró la cara sonriente de la chica, sus ojos poseían una luz que desde algún lugar oculto llegaba para alcanzarle el corazón y quedarse allí, atrapándolo eternamente.
Permanecieron en silencio hasta que en la mirada de ambos murió el día. La noche se levantó súbitamente fría sacando a los chicos de sus pensamientos. Se levantaron, tomados nuevamente de las manos y se acercaron a Walo que aún dormía. Se acurrucaron juntos cerca del cuerpo peludo, calentándose y durmiendo en paz bajo las estrellas que comenzaban a brillar lejanas contra el cielo nocturno.
Cuando Walo despertó, antes de la media noche, vio a los chicos dormidos sobre el césped, se levantó lánguidamente y descendió por la rivera. Pronto encontró en un sitio donde había muchos peces y relamiéndose el hocico se lanzó al agua y atrapó un montón porque estaba muerto de hambre.
Akím sintió a Walo cuando se levantaba y despertó bruscamente. Se incorporó, la luna estaba alta en el cielo, el frío había disminuido y el bosque se encontraba aletargado y silencioso. Akím miró a Anú dormida. Se inclinó suavemente sobre ella y la despertó susurrándole al oído:
- Walo ya despertó, debemos continuar la marcha
Ella lo miró largamente volviendo de un sueño que no recordaba y el continuó diciendo:
  • No quiero esperar hasta el amanecer para recorrer el túnel
  • Pobre Walo debe estar cansado aún- alcanzó a susurrar ella
Al oír aquello Walo se acercó de un salto y mostró su pecho elevado y sus ojos orgullosos y moviendo efusivamente la cola se lanzó al agua olfateando la cascada y salpicando a los niños en la orilla.
  • Bueno eso lo decide todo- dijo Akím riéndose al ver que Walo apuraba el paso para encontrar la gruta.

Entonces los chicos se levantaron, se pusieron las botas y llenaron el fardo de agua pues no sabían si dentro de la montaña encontrarían alguna corriente límpida y se cargaron los bolsos a la espalda. Luego saltaron al agua, sintiendo un estremecimiento profundo al contacto frío. Imitando a Walo traspasaron la cascada cubriéndose esta vez ambos con una manta y se introdujeron en la gruta. Quedaron ciegos al principio, y aturdidos por el poderoso rugir de la caída del agua, ahora amplificado dentro de la caverna.
Torpemente lograron encender una luz improvisada pues aún cargaban en los bolsos restos de las viejas antorchas que extrajeron de la Ciudad Subterránea. Bajo el brillo de la luz la gruta les devolvió una visión magnífica y extraña. Era un túnel redondeado, cargado de piedras que parecían hacer acrobacia para mantenerse al borde de las paredes. Caminaron un poco para ver un techo lleno de estalactitas que filtraban lentas y gordas gotas de agua que se negaban a caer pero lo hacían finalmente en un constante chapoteo. Sobre el suelo una tímida corriente de agua se deslizaba hacia la salida y enlodaba todo a su paso, estaba cubierto además por rocas sueltas y resbaladizas.
- Si nos perdemos podemos seguir esta pequeña corriente- dijo Anú y en las paredes rebotó su propia voz incrementada junto al estallido de miles de aletas de murciélagos que enloquecieron en el techo y comenzaron a circundar las cabezas de los recién llegados.
Sin otra salida posible ante aquel bombardeo de pequeños seres huidizos los tres se vieron obligados a seguir adelante en el túnel hasta que lograron evadirlos. El túnel se extendía siempre en ascenso y a veces se estrechaba obligándolos a caminar en fila y otras veces se ampliaba mostrándoles unas enormes estancias que el resplandor de la antorcha no lograba iluminar por completo.
Resultaba imposible medir el tiempo ni saber cuanto habían avanzado ya o cuanto les faltaba aún por caminar. Sólo se detenían cuando sentían hambre o sed y dormían por turnos montados sobre Walo quien nunca sintió necesidad de dormir. Le molestaba la sensación de ser observado y la certeza de ser perseguido de cerca por otros Wakos.
Tres noches después Yako encontró los restos de la pesca que Walo y los chicos habían dejado en las orillas del río y siguiendo su rastro llegó hasta el lugar donde se elevaba la cascada. El grupo de Wakos que lo seguía se detuvo a pescar y a comer pues luego de llevar tanto tiempo corriendo, escalando y gastando energías en la búsqueda se encontraban hambrientos, y muy cansados. Fue imposible para Yako obligarlos a continuar y tuvo que limitarse a comer y después descansar con ellos, lo que agriaba aún más su carácter.
Aquella noche y sintiéndose abatido Yako perdió el rastro de su presa bajo la cascada. El amanecer los encontró aún olfateando, trotando de arriba abajo por el río, escalando la cuesta desde donde caía el agua, hasta que la luz los obligó a buscar refugio para continuar la noche siguiente.
La siguiente noche Yako comprendió que tendrían que encontrar otra entrada si quería continuar la cacería. Tenía la certeza de que el pequeño grupo se dirigía a las entrañas mismas de la cueva del dragón y supuso que habían decidido devolverle la piedra. Entendió que debía darse prisa pues si Bragmar encontraba primero a los chicos entonces él fracasaría nuevamente en su disposición de cazar carne humana y ya no podría continuar siendo jefe Alfa de su manada.
Yako sabía también que la única manera de abandonar el lugar de Wako-Alfa en una manada como la suya era mediante la muerte y en un resplandor de clarividencia supo que moriría en aquel lugar. Entonces sintió un profundo silencio a su alrededor y se vio a si mismo robando la piedra del dragón muchos meses atrás, intuyendo que desde aquel día había sellado irremediablemente su destino.
La certeza de ver su propia muerte tan cercana encendió nueva ira en su corazón, agrandó su energía e hizo resurgir su voluntad, envolviendo con ella a sus compañeros que en aquel momento vieron reaparecer una vieja luz de desprecio en sus ojos. Y como reanimados por aquella nueva fuerza lo siguieron sumisos y esperanzados ignorando que iban buscando su propia destrucción.
Se dirigieron entonces a la única entrada que Yako-Alfa conocía y que nuevamente se atrevía a cruzar ingresando en los dominios de Bragmar, olfateando en silencio, acechando en la oscuridad, enfocando todos sus sentidos en la búsqueda febril del pequeño grupo que ahora constituía su única razón para continuar con vida. Exploró seis días con sus noches antes de dar con ellos.