lunes, 23 de abril de 2012

Parte 9 El regreso a casa




XXXI
El viaje de Regreso

Una semana después de la Kermés, los chicos estaban listos para partir. Ambos vestidos con los trajes de los cazadores, con bolsos especiales a sus espaldas (que reemplazaban los que habían perdido en las montañas) llenos de provisiones y agua, además de pequeños paquetes de hojas secas de corteza de sauce y un atado de cuerdas, como obsequio de los miembros de la aldea, de la que ahora ambos formaban parte.
Antes de marcharse los chicos fueron conducidos al interior del árbol salón donde fueron recibidos el primer día. Allí estaban reunidos los aldeanos con su jefe al frente como la primera vez. El jefe de la pluma roja habló directamente a Anú diciendo
  • Siempre serán bienvenidos y deseamos que la fortaleza de las experiencias vividas entre nosotros les acompañen en su viaje
  • Muchas Gracias- dijo Anú
  • Ahora reciban este viejo mapa de las tierras desconocidas- agregó el hombre- les ayudará a encontrar su camino de regreso
  • ¡Gracias de nuevo!- volvió a decir Anú
Y salieron entre manifestaciones de adiós de los presentes.
Afuera soltaron a los Wakos. Montaron las provisiones al lomo de Ayizo y luego, ambos subieron al lomo de Walo, quien se sentía poderoso y con ganas de comenzar a correr. Kiba se resintió porque ella no cargaba con nada, entonces Anú desmontó, se dirigió a ella y puso alrededor de su cuello el atado de cuerdas que les otorgaron en la aldea. Kiba saltó y movió la cola contenta mientras agradecía su confianza ¡las chicas se entendían muy bien entre ellas!
Apenas Anú volvió a montar, se sujetó a la espalda de Akím y sintió como Walo de un salto se adentró a toda velocidad en los dominios del bosque de los Pitiless. Ayizo y Kiba los seguían de cerca. Esta vez no se dejaron envolver por el aroma dulce de las frutas e iban preparados para ignorar la “Melodía del Viento”, con respectivos tapones de corcho en las orejas de todos.
Inútilmente trataron los Pitiless de dar alcance a los rápidos animales que recorrieron de regreso el sendero del bosque como rayos deslumbrantes en la oscuridad. Los Wakos se mantenían en constante contacto visual, siguiendo los pasos de Walo-Alfa y la mirada seria de Akím. Mantenían sus cabezas bajas, evitando el ataque furtivo de algunos de los pájaros en vuelo. Salieron del bosque sin ningún rasguño y se dejaron envolver por la claridad del día, que había permanecido oculta bajo el dosel amplio de los árboles.
Los Wakos no disminuyeron la marcha hasta la noche, cuando Walo sintió tambaleante el cuerpo de Anú, quien ya iba dormida. Para que no se cayera, Akím deslizó a la chica delante de su cuerpo y la situó recostada sobre Walo mientras mantenía sujeto el poderoso lomo plateado del animal. Akím se sentía embrujado por el olor del cabello de la chica dormida que lo acompañó durante el resto del viaje. No se atrevió a turbar su sueño.
Por la mañana el grupo llegó a la orilla de un lago. Las montañas que debían estar a su espalda a la izquierda, habían desaparecido, no se veía ninguna elevación frente a aquel horizonte abierto.
Anú se despertó sobre la hierba. Frente a sus ojos vio la espalda de Akím agachado a orillas del lago. Los Wakos bebían con avidez de las aguas tranquilas. Anú se levantó
  • ¿Dónde estamos?
Akím la miró sonriente
  • Creo que en ruta hacia la “Planicie de la Tranquilidad” ¿la recuerdas?
  • Era tan distinta
  • Porque hemos llegado por otro lado- añadió- antes viajamos por el este, buscando las montañas de Bragmar, pero ahora hicimos el mismo camino por el oeste, que sin montañas, resulta mas corto
Anú consultó el mapa de tablilla
  • Si seguimos el curso de este río llegaremos allí- y señaló un punto en el mapa
  • ¿es la Planicie?
  • Sí. Pero no veo el río. El mapa lo señala.
  • Está seco- dijo Akím- pero he visto por aquel lado la huella de su recorrido, será nuestra guía.
  • Bien- dijo Anú sintiendo el estómago apretado- pero ahora ¡Tengo hambre!
Los chicos abrieron los fajos con las provisiones y compartieron los trozos más grandes con los animales, quienes luego de veinticuatro horas de carrera sin interrupción, se quedaron dormidos unos sobre otros con la panza llena.

XXXII
La Última Batalla
A finales de la tarde el grupo reinició la marcha. Durante el atardecer Akím se mantuvo callado y pensativo. Anú sabía que a esa hora él recordaba en su mamá y supuso que ahora sus pensamientos volaban al encuentro con su padre. Decidió no importunar los anhelos de su amigo. Apretó sus brazos alrededor de Akím y volvió la cabeza para mirar a Kiba y Ayizo correr. Eran animales sorprendentes. Mantenían sus cabezas en una misma dirección y se miraban de continuo a los ojos. Anú noto un cambio en aquellos ojos. En la noche parecían volverse rojizos y brillantes, quizás por su antigua condición de cazadores nocturnos, mientras que durante el día se veían castaños y suaves.
La marcha no varió mucho hasta diez días después cuando Walo reconoció el olor de otros Wakos salvajes. Habían alcanzado por el oeste la Planicie de la Tranquilidad y a lo lejos se veían las antiguas montañas de rocas calizas, hogar original de los Wakos Lomo Plateado. Kiba y Ayizo también sintieron el olor del territorio marcado por un grupo de Wakos distinto al suyo y sus cuerpos se tensaron bajo las cargas.
  • Reconozco este sitio- dijo Akím
  • Si- respondió Anú- es el lugar de las manadas ¿recuerdas?
  • Sí… parece que hubieran pasado años desde que estuvimos aquí
  • Las vimos cuando salimos de mi mundo
  • ¿lo extrañas?- preguntó Akím fijando sus ojos en los de la chica
  • No- dijo ella con sus ojos brillantes.
  • ¿Dónde estarán las manadas?- preguntó Akím desviando su mirada hacia el horizonte
  • No lo se…
  • Es extraño- dijo el chico
  • ¿Qué?
  • Walo y los demás parecen tensos
Anú miró a los animales. De verdad se advertían silenciosos y quietos contra el marco del cielo.
  • Creo que aún es temprano para preocuparnos
  • ¿En que piensas Akím?
  • En que quizás existan todavía Wakos salvajes en este territorio
Anú se estremeció ante la visión del primer ataque de los Wakos fuera de su aldea y el recuerdo de su propio enfrentamiento con aquel animal salvaje en medio de las cavernas del dragón ¡Ahora no tenía la espada de Akím! ¡Habían perdido el arma que les ayudó a cortar las cabezas de los Wakos enemigos!
  • ¿Qué sucede Anú?- Akím la sacó de sus pensamientos
  • ¿Cómo los enfrentaremos sin la espada?
  • Algo se nos ocurrirá- y agregó- recuerda que ahora no estamos solos ¡tenemos nuestra manada nosotros también!
Anú miró esperanzada los poderosos cuerpos de Walo, Kiba y Ayizo. Akím encendió fuego y preparó un sitio para dormir.

Al anochecer un grupo de Wakos Fuertes se acercó en silencio al campamento de los chicos. Estos animales advertían con asombro a los chicos recostados sobre los costados de aquellos Wakos Lomo Plateado que parecían aceptar naturalmente su presencia.
El Wako-Alfa de entre los Fuertes no quería aproximarse mucho. Walo, Kiba y Ayizo dormían rodeando una fogata que todavía mantenía sus llamas encendidas. Wako Fuerte recordaba su última batalla con aquellos terribles Lomo Plateado, siete días de muerte que los habían obligado a abandonar sus tierras y los habían echado para siempre de las asambleas generales de Wakos. Sin decidirse a atacar, los Wakos Fuertes esperaron la orden de su lider.
Walo sintió venir a la manada de los Fuertes. Presintió el silencio que precedía al ataque y se levantó despertando al grupo que dormía con él. A su alrededor varias docena de ojos rojos los acechaba vigilantes y un murmullo de gruñidos se fue arrimando a ellos, cercándolos en derredor de la fogata.
Akím abrazó a Anú y se ubicó con ella al centro del perímetro cerrado, muy cerca de las llamas. Era difícil saber cuantos animales había allí. Walo se había adelantado unos pasos y gruñía, apoyado por Ayizo y Kiba, ubicados uno a cada lado de sus flancos. Walo comenzó a emitir sonidos guturales y ladridos poderosos. Anú comprendió que estaba comunicándose con los salvajes en el lenguaje de los Wakos. Akím sintió lo mismo y le pareció entender el significado de las palabras de su amigo.
  • No queremos mas enfrentamientos- decía Walo-Alfa al grupo de Wakos Fuertes que les rodeaban y continuó - ¿No tienen acaso suficientes muertos ya?
  • ¿Que sabes tú de muertos?- le interrumpió el agresivo Wako-Alfa
  • Los vi morir inútilmente en la cueva de Bragmar y dejar sus cuerpos sin vida en los campos que rodean las aldeas de los hombres ¡Para mí y mi manada es suficiente!
  • Si deseas hacer tu voluntad debes pelear y quitarme la jefatura ¡si es que puedes!- decía Wako-Alfa
  • No deseo ninguna Jefatura, y no deseo pelear
  • ¿Qué dicen los que vienen contigo? Ellos estuvieron en la guerra de los Wakos
Kiba se adelantó y se acercó a Walo diciendo:
  • Permanecemos con él porque es nuestra voluntad- y añadió- sólo queremos atravesar este territorio
  • ¡Es nuestro territorio!- dijo Wako Fuerte
  • Entonces concédenos tu permiso para viajar por él- dijo Walo
  • El único permiso que concedemos los Wakos Fuertes es el del sometimiento
La manada de Wakos Fuertes comenzó a agitarse. No todos estaban de acuerdo con Wako-Alfa. Si este extranjero pedía su permiso ¿Por qué pelear? ¿Seguir muriendo en enfrentamientos inútiles? Los gruñidos comenzaron a crecer entre los asistentes.
Anú y Akím estaban intrigados con lo que presenciaban. Se encontraban en medio de una asamblea de Wakos y los sonidos eran tan fascinantes como aterradores. Akím se admiraba de ver el porte magnifico de Walo, quien mantenía su cuerpo tenso y sus ojos brillantes.
  • ¡Que se enfrenten por la jefatura!- gritó alguno de entre los salvajes
  • ¡No quiero pelear!- gritó Walo
  • Yo te enfrentaré a muerte- dijo Wako-Alfa y agregó- te haré entender el significado de la ley del Aullido y del Colmillo
  • No conozco esa ley, entre los hombres he aprendido a entender la ley de la amistad, de la lealtad y el entendimiento mutuo.
  • ¡Me burlo de tu ley heredada de humanos débiles!
  • ¡No quiero pelear!- insistía Walo
  • ¡Entonces morirás!- alcanzó a decir Wako-Alfa antes de abalanzarse sobre Walo

Akím intuyó el peligro y tomó un par de leños delgados que permanecían encendidos por las llamas de la hoguera. Alargó uno para Anú y se preparó para esquivar cualquier ataque de los Wakos en su contra.
Walo sorteó el ataque de Wako-Alfa. Este, enfurecido, se abalanzó nuevamente sobre el oscuro cuerpo de Walo para descubrir que el Wako lo evadía cada vez. Entonces saltó directamente sobre los niños.
Los chicos debieron luchar a punta de palos ardientes para detener al Wako salvaje que se había arrojado sobre ellos. Akím golpeaba el hocico del animal con las llamas y Anú le pegaba donde podía. El Wako quemado daba alaridos de dolor y rabia, y lanzaba puntapiés tratando de esquivar a Anú. Con una de aquellas patadas la empujó y la chica cayó al suelo. Viendo a su victima caer, Wako Fuerte se le aproximó con la intención de morderla. Entonces sintió los feroces dientes de Walo en su pescuezo.
La furia de Walo había estallado frente a la visión de sus amos-niños en peligro. Se lanzo sobre el Wako-Alfa, ensartando su cuello. Wako Fuerte se debatía por liberarse, giraba sobre si mismo, daba grandes saltos, se revolcaba. Finalmente logró soltarse. Se puso en pie mareado y se fue encima de su oponente. Walo sintió aquel cuerpo pesado venir y no lo esquivó, lo desafió de frente con sus poderosas dentelladas. Recibió algunos rasguños de su adversario pero no cedió. Se enlazaron en una furiosa pelea de movimientos rápidos, mordiscos fugaces y cuerpos revolcados por el empolvado suelo. Los gruñidos de ambos eran estremecedores. La manada permanecía atenta al desenlace. Nadie se movía. Akím se había acercado a su amiga y ambos de pie miraban estupefactos.
Wako Fuerte ignoraba que Walo ya se había enfrentado a otros como él, a los Pitiless y a un dragón enfurecido. La rabia de Walo no se disipó hasta que sintió extenuado el ánimo de su victima, superado por la violencia de su enorme cuerpo.
Entonces Walo aplastó contra el piso al Wako Fuerte, este lanzó un chillido de dolor y se quedó quieto. Walo triunfante, con las patas delanteras aún sobre el pecho de su oponente vencido, dijo en alta voz para ser escuchado por todos:
  • No he venido aquí a matar a nadie y no quiero la jefatura de la manada de Wakos Fuertes ¡déjennos pasar!
Y viendo que sus palabras eran atendidas por toda la asamblea agregó:
- ¡Hasta aquí llegó la ley del enfrentamiento entre manadas, de ahora en adelante marcharemos en paz y respetaremos a los HUMANOS!
Y soltó el cuerpo de Wako-Alfa malherido y humillado. Los Wakos Fuertes que presenciaron el enfrentamiento se quedaron mudos. Nunca habían visto que uno de entre ellos perdonara la vida a un adversario vencido. La asamblea estaba paralizada. Pero cuatro de los Wakos que acompañaban al Wako-Alfa no aceptaron aquella demostración y mostraron sus colmillos con odio. Entonces Ayizo y Kiba, que hasta ese momento se habían mantenido apartados, se acercaron mostrando sus colmillos también.
Una docena de aquellos salvajes saltó y cercó a los cuatro Wakos agresivos y los obligó a retroceder evitando una pelea. Ninguno de ellos se sentía orgulloso de lo ocurrido, agacharon todos sus cabezas frente a Walo y en señal de sumisión bajaron los ojos.
Wako-Alfa, quien había quedado vencido y humillado sobre el suelo se levantó. Divisó a su alrededor la demostración pública de respeto y humildad que daba su manada a los tres Wakos Lomo Plateado y se sintió abochornado. Agachando la cabeza él también se dirigió a Walo, a Kiba, a Ayizo y a los chicos, y se marchó manteniendo la cabeza gacha tras los pasos de su manada. Nunca más se acercarían a ningún grupo de humanos.
Akím, Anú y su grupo de animales recogieron su campamento y se alejaron en silencio. Marcharon durante muchas noches más acompañados por el eterno centellear de las estrellas.
XXXIII
El retorno de Akím
El día que Akím distinguió su aldea a lo lejos luego de tanto tiempo, estaba lloviendo a cántaros. La marcha era pesada. Por la ladera de la montaña desde donde Akím resbaló aquella primera noche de huída, venían ahora empapados y a paso lento los dos chicos tomados de la mano y seguidos en fila por los tres animales.
Era media tarde, pero no se percibía nada en las cercanías debido a la cortina de lluvia que los envolvía a todos. Resultaba imposible determinar si habían sido vistos por los habitantes de la Aldea en lo Alto o si alguien saldría a recibirlos.
El grupo caminaba ahora en silencio por entre los bosques de troncos que sostenían las plataformas de las casas en lo alto. La lluvia entonaba sus chorros de caída. El suelo estaba enlodado y resbaladizo. De todas las casas salía humo por las angostas chimeneas, señal de que los aldeanos estaban adentro, guarecidos del aguacero.
Akím se detuvo frente a una de las casas y miró en alto. Kimath estaba allí, como todas las tardes asomado en su balcón esperando el retorno del hijo. El hombre notó unas sombras detenidas frente a su casa y sintió un vuelco que apresó su estómago.
Tomó la escalera colgante y la dejó caer. Descendió por ella cojeando y enfrentando el diluvio para mirar de frente los ojos del recién llegado. Durante su viaje Akím había cumplido los catorce años y había alcanzado el tamaño de su padre, miró su cara frente a la suya:
  • Papá…- dijo con una voz que Kimath no le conocía
Sin poder articular palabra Kimath se fundió en un abrazo con su hijo. La lluvia y las lágrimas resbalaban de igual forma sobre su rostro. Lo medía, lo tocaba, le miraba la cara, las cicatrices en los brazos. Hasta que de pronto notó tras su hijo la presencia amenazante de tres enormes animales y se quedó paralizado.
  • Ellos son mis amigos papá, no representan ningún peligro- y agregó- Y ella es Anú.
Anú se asombró frente al hombre que le devolvía la mirada con los mismos ojos de Akím y Kimath vio aparecer detrás de su hijo a una chica de largo cabello negro. La abrazó también, algo en su interior reconoció el lazo que los unía. Anú se sintió profundamente conmovida.
  • Pero entremos, estamos helados aquí afuera- dijo Kimath con un hilo de voz y señaló la escalera de mano.
Entonces recordó a los animales y añadió:
  • Dile a tus animales que se refugien junto a los troncos, bajo el andamio de la casa- y se rió diciendo- no creo que halla suficiente espacio arriba para ellos.
Akím atrajo a Walo y a sus compañeros bajo el andamio de su morada y luego subió por la escalera colgante acompañado de su padre y Anú. Cuando estuvo bajo la puerta de entrada frente a la estancia se asombró:
  • ¡No recordaba que fuera tan pequeña!
  • ¡Y yo no te recordaba tan alto Akím!- respondió Kimath abrazando nuevamente a su hijo.
Akím notó que todo seguía igual, la pequeña cocina a leña, la marmita sobre el fuego, el cuarto de su papá, el baúl de madera, su cama infantil junto a sus viejas cosas de pescar, el suelo de madera limpia y el andamio donde se sentaba a mirar el atardecer. Y el olor tantas veces añorado. Los ojos de Akím se nublaron y sintió que un nudo ahogaba su garganta.
  • Y ahora quiero saber todo sobre ti- le animó Kimath- y sobre ti también- dijo mirando a la chica que le devolvía una mirada desde los ojos mas oscuros que el hombre pudiera recordar.
  • Papá…- volvió a decir Akím- cuanto te he extrañado…
  • Y yo a ti- dijo su padre en tono cómplice- no te dejaré dormir hasta que le cuentes todo a tu viejo padre
  • ¡Entonces no dormiremos en varios días!
  • Bien, que así sea- y se dirigió a la hoguera donde se calentaba el agua.
Mientras los chicos se sentaban alrededor de la única mesa del lugar y se secaban con mantas limpias, Kimath trajo tasas con té caliente, pan de la despensa y frutos secos. Akím comenzó a hablar y Anú se disculpó y se fue a la antigua cama de Akím donde se quedó dormida, abrigada por el aroma infantil de su amigo. Kimath y Akím permanecieron toda la noche despiertos, hablando sobre las experiencias maravillosas, peligrosas e inimaginables que había vivido su hijo en compañía de sus nuevos amigos. Finalmente antes de la salida del sol, Kimath le dijo a su hijo:
  • La noche en que recibí la piedra supe que algo inquietaba tu pensamiento
  • Estaba preocupado por ti, papá
  • Lo sé. Sin embargo no te detuve, no pude detener tu acción
  • ¿Por qué?
  • Porque los actos generosos del corazón no deben ser obstaculizados, son parte del camino que recorremos al crecer y que nos hace nobles
  • Entonces ¿viste cuando salí de la casa?
  • No. Pero no quise salir al día siguiente a buscarte. Debías encontrar tu propia fuerza para hacerte hombre. Así que decidí esperar tu regreso
  • ¿Siempre supiste que volvería?
  • No. Yo también tuve miedo. Pero decidí tener fe en ti y en las enseñanzas que has recibido.
  • ¿Qué siente ahora papá?
  • Que no me equivoqué
  • Gracias… Papá

Por la mañana, ambos salieron y vieron el amanecer desde la parte trasera de la casa. Akím aprovechó el momento para bajar y darle algo de comer a los animales que se habían quedado dormidos bajo el andamio.
Alguien vio a los Wakos resguardados bajo la plataforma de la casa de Kimath y dio la alarma, los vecinos comenzaron a llegar de puerta en puerta, a través de los puentes colgantes y el desorden y el miedo empezaron a apoderarse de la aldea. Nadie se atrevía a mirar de frente a los monstruos. Y entonces los ancianos convocaron a todos los habitantes de la aldea a la Casa-Centro del pueblo.
La gente, que ya estaba ubicada en la gran estancia de la Casa-Centro enmudeció al ver retornar a Akím esa mañana, tras los pasos de Kimath y de la mano de una extraña chica de cabello oscuro. Los Viejos-Sabios interpelaron al chico frente a todos los habitantes de la Aldea en lo Alto y entonces Akím volvió a narrar su historia.
Akím le aseguró a todos los habitantes de la Aldea en lo Alto que Walo, Kiba y Ayizo nunca se atreverían a hacerles daño y los invitó a bajar con él para observarlos de cerca. La mayoría se atrevió a tocarlos y algunos niños jugaron con ellos. Los Wakos se sintieron encantados de pertenecer a aquella manada a la que protegerían y respetarían por siempre. Kiba cargaba a los más pequeños sobre su lomo y los llevaba corriendo por el campo.
Pasó mucho tiempo antes de que en la Aldea en lo Alto se dejara de hablar de las extrañas aventuras que había vivido aquel chico temerario. Los Viejos-Sabios le dieron a Akím el título de protector de la aldea y a Anú le rogaron que les ayudara a organizar una biblioteca que contuviera las bases de su sabiduría y de la historia del mundo en el cual vivían. Tarea a la que la chica se entregó con pasión.


XXXIV
Separaciones y Encuentros
Aquel año fue especialmente productivo para la Aldea en lo Alto. Los habitantes aprendieron a usar la parte baja de sus casas a modo de corrales o alacenas. Algunos construyeron paredes bajas para guardar los granos o las provisiones. Otros, alentados por Akím, ensamblaron corrales entre los troncos, donde comenzaron a criar animales domésticos. Ya no tenían la necesidad de vivir encaramados sobre andamios para sobrevivir, desde la llegada de los chicos no se vieron nunca más los Wakos salvajes en la zona, ni volvieron a escucharse sus aullidos.
Las nuevas técnicas traídas por Anú iniciaron a los aldeanos en una era de tecnología que utilizaba tubos, tanques y sistemas de bombeo para acarrear el agua, antorchas de bajo humo para iluminar las estancias y materiales novedosos para la construcción y la fabricación de objetos.
Las rutas trazadas por los niños sirvieron para que caravanas de viajeros comenzaran a surgir entre las aldeas dispersas y remotas. Así el pueblo de Akím tuvo contacto con el mundo exterior y recuperó mucho del pasado, la historia, las tradiciones y los cuentos que habían sido olvidados.
La vida de los Wakos también se transformó. Los sobrevivientes de los salvajes se reprodujeron en bosques y praderas lejanas dejando de amenazar la vida de los hombres. Y los que llegaron con Akím encontraron entre los humanos una acogida tan familiar que los alentó a tener familia ellos mismos.
Durante cuatro meses, Walo y Kiba se perdieron juntos entre los bosques cercanos, corriendo en libertad y recorriendo los caminos de la felicidad absoluta. Al volver traían consigo una camada de nueve cachorros muy distintos a ellos. Los cachorritos eran moteados algunos y manchados otros, como si la nueva vida bajo el sol se empeñara en cambiar sus colores. Estos crecieron menos en estatura que sus padres y fueron adoptados por los chiquillos de la aldea. Así que Kiba y Walo no distinguían entre sus hijos humanos y sus hijos cachorros. Ayizo fue nombrado el tío de todos.
Eventualmente Anú volvió a su pueblo en el Bosque Prohibido y se dedicó a escribir las aventuras que vivió con Akím, para dejarlas en la biblioteca junto a los mapas, la tablilla de los cazadores de Pitiless y los dibujos que había traído con ella. Su Ciudad Subterránea también cambió y algunos decidieron vivir bajo el sol en nuevas casas cerca de las salas de salida.
Cuando Akím sintió que extrañaba profundamente a Anú se despidió de su padre y se dispuso a ir tras ella. En cuanto llegó a la Ciudad Subterránea se vio obligado a presentarse ante el Tribunal de los Tres y reponer con su trabajo el gallinero que Walo había destrozado el día de su huída.
Después de cumplir con el encargo del tribunal, Akím continuó viajando y viviendo grandes aventuras, siempre al lado de Anú que decidió acompañarlo por el resto de su vida.

Luego de la muerte de Bragmar no se tuvo noticia alguna sobre la existencia de otros dragones. La historia de los chicos con el paso del tiempo se convirtió en leyenda y con los siglos se transformó en uno de los cuentos infantiles que los niños ansían a la hora de dormir. Y sólo aquellos capaces de ver con el corazón saben que la fantasía siempre tiene un origen real y que es el regalo de quienes se atreven a ir más allá de sus sueños.

lunes, 12 de marzo de 2012

Parte 8 La Aldea de los Pitiless

XXVI
La Trampa de las Frutas
En lugar de aclarar, el cielo se fue oscureciendo más y más. La cumbre no dejó de escupir sus bocanadas de humo negro hasta después de dos días. Vagando entre las laderas, desorientados y confusos, tanto por la oscuridad como por el humo que casi no les permitía respirar bien, los niños y los Wakos se perdieron.
Súbitamente al tercer día y sin anunciarse comenzó a llover, una lluvia copiosa, como si el cielo quisiera limpiar los restos de la explosión abrumadora y la capa de humo que no le permitía observar la tierra. La lluvia arrastró todo a su paso y terminó de enfriar los ánimos rugientes de la montaña.
Los ríos crecieron, la humareda se extinguió, el sol expuso un paisaje de superficie negra, de árboles contraídos y de piedras sombreadas. Sin embargo la lluvia no lograba borrar del aire el olor a incendio que se metía entre cada resquicio y desafiaba al viento.
Los Wakos no encontraban rastros olfativos para seguir, ni huellas en el suelo. Los chicos habían estado comiendo mal (habían perdido hasta el último de sus bolsos) y descansando peor, así que no lograban ver la diferencia entre los caminos ni tomar una decisión de hacia dónde marcharse. Sin darse cuenta cruzaron la cadena montañosa hasta el otro lado y se dirigieron en la dirección opuesta por la que habían venido.
Después de cinco días caminando mareados, durmiendo de modo intermitente y andando sin rumbo, el grupo observó no muy lejos contra el horizonte una masa compacta que parecía una pared verde. Viendo más de cerca notaron que estaba formada por inmensos árboles, cuyas copas se abrían como paraguas oscuros y colosales, creando un dosel compacto de techumbre, donde ni las hojas ni las ramas permitían el paso de la luz. El grupo se adentró en silencio y casi de manera inmediata se sintieron envueltos por el aroma endulzante de miles de frutas, que flotaba en el aire.
Antes de avanzar mucho más encontraron bajo los árboles unos pequeños arbustos, membrudos y cargados de frutos dulces y jugosos, que colgaban de las pequeñas ramas casi doblándolas hasta el piso. Se lanzaron todos en desesperada carrera hacia ellas. Comieron hasta que se hartaron, se chorrearon de jugo, se arrojaron las conchas suaves y finalmente guardaron un montón en sus bolsillos.
Luego de refrescarse con la fruta decidieron buscar un lugar donde descansar. Los troncos de los árboles eran realmente gigantescos y las raíces en el suelo debían ser escaladas para poder pasar al otro lado. Akím se encaramó en una de ellas y le ofreció la mano a Anú, quien tomándosela se apoyó y subió con él.
De pronto los chicos comenzaron a escuchar una voz en el aire. Parecía que todo el bosque cantaba y los arrullaba. Las hojas se movían al compás del viento y mecían las ramas. Akím empezó a sentir mucho sueño y notó que su amiga hacía grandes esfuerzos por mantenerse en pié y con los ojos abiertos. Miró también como los Wakos se habían reclinado en la parte baja de la raíz que se hundía en el suelo del bosque y empezaban a quedarse dormidos unos sobre otros. Entonces se sentó recostado al tronco y se durmió con la cabeza de Anú apoyada sobre sus rodillas y el sentimiento confuso de ser observado desde lejos.
Sin saber por cuanto tiempo habían andado y ya sin aguantar más el propio cansancio, Walo y los demás Wakos se durmieron al mismo tiempo. No les gustaba aquel lugar. Todos sentían una presencia invisible sobre ellos. No podían ver a las extraordinarias criaturas que se erguían sobre sus cabezas, entre el denso techo del bosque. Eran los Pitiless. Astutos, despreciativos y carnívoros, pero pasmosamente sensibles a la luz e incapaces de vivir lejos de los árboles.
XXVII
Los Pitiless y los Cazadores del bosque
Los Pitiless eran inmensas aves voladoras, con picos fuertes y crueles, con grandes membranas que en su lomo crecían como alas extendidas, con patas del tamaño de troncos que terminaban en feroces garras. Con enérgicas plumas en su cuerpo que se levantaban cuando el animal se enfurecía y teñían de rojo su color blanco. Eran además ciegos pues sus ojos no les servían para distinguir nada en la superficie del bosque bajo la luz del sol, solo concebían las formas bajo la protección de la sombra. Pero tenían un extraordinario sentido de orientación y oídos muy agudos. Conocían muy bien la ubicación de los árboles, rocas y raíces, de los arbustos de frutas que atraían a sus presas, de los arroyuelos que se deslizaban entre los árboles, de la distancia y la extensión total del bosque.
Utilizaban además de su orientación y su capacidad de vuelo otra cualidad que les hacía temibles, podían entonar la “Melodía del Viento” que adormecía a sus víctimas para luego ser atrapadas. Sin embargo se encontraban limitados al techo de la arboleda ya que la luz y el calor del sol resultaban mortíferos para ellos.
Los Pitiless habían sentido la llegada de los niños y los Wakos a la fronda, los habían asechado mientras comían las frutas y los habían arrullado bajo la melodía del viento. Ahora se disponían a bajar de las altas ramas de los árboles donde vivían y tomar las presas abajo dormidas, pero algo los detuvo. Eran los pasos de los cazadores que se aproximaban desde el centro del bosque. La presencia de estos seres era lo único que atemorizaba a los Pitiless.
Walo también los escuchó, levantó sus orejas pero no tuvo tiempo de hacer ningún movimiento para ayudar a sus amigos. En ese momento se sintió inmovilizado y envuelto por una red de fuertes ramas entretejidas que no permitía que extendiera sus patas o estirara su cuerpo. Se vio arrastrado por manos que jalaban la red, levantando una densa polvareda que los envolvía a todos.
Durante un rato Walo escuchó los murmullos de los niños y el jadeo de los otros Wakos, y sintió el suelo duro pasando bajo su lomo, pero de pronto no escuchó ni sintió nada más y la caminata se detuvo. Tardó un rato en dispersarse la arena que cubría toda visibilidad alrededor.
En cuanto el aire estuvo despejado Walo notó que se encontraban en un claro en medio de la espesura. Aquí no había plantas altas y el sol brillaba templado en el cielo. El sitio era como una planicie en forma circular, con suelo de grama verde y suave y rodeada por árboles enormes y negros que parecían cantar y mecerse en el contorno. No parecía haber nadie por los alrededores, aunque era una sensación engañosa porque en su interior Walo podía sentir que lo observaban.
XXVIII
La vida entre los Árboles
Cuando la marcha se detuvo todos pudieron sentir que la red se aflojaba bajo sus lomos y lograron estirar un poco sus patas y enderezar sus espaldas, pero aún no podían liberarse. Walo sabía que a su lado y en iguales condiciones que él se encontraban los otros Wakos que lo miraban atónitos. Ninguno entendía lo que estaba ocurriendo y todos tenían la certeza de haber sido abandonados allí.
Al centro de la planicie y alineadas también en forma circular los animales pudieron ver unas casitas cuyas puertas y ventanas apuntaban en dirección al bosque alrededor de la improvisada aldea y cuyas partes de atrás todas juntas formaban un corral interior donde no se podía saber lo que había. Notaron también los restos de fogatas dispuestas en orden frente a las casas, con leños todavía apilados y brazas consumiéndose. Pero en ninguna parte notaron presencia humana ni siquiera la de sus pequeños amigos.
Para los chicos la captura no fue menos fatigosa. Se habían despertado juntos cuando sintieron la red que los retenía. Se dieron cuenta de que eran cargados y llevados hacia el centro del bosque donde se podía ver la luz del sol. Luego fueron depositados en el piso y pudieron ver una cuadrilla de seres humanos de pequeña estatura, vestidos todos con hojas y forrajes de la espesura.
Ante el asombro de ambos, los cazadores abrieron una puerta que daba directamente al centro de un árbol hueco, tan grande que cabía una sala dentro a la que fueron conducidos. Una vez dentro de la extraña estancia les quitaron las redes y cerraron a sus espaldas la puerta. El tronco de aquel árbol era muy singular y espacioso, tanto por fuera como por dentro y había sido tallado por manos habilidosas que lograron darle un aspecto de salón oculto a la vista de los seres del bosque. El lugar olía a madera y ceras quemadas. Las paredes lucían adornadas con plumas de diversos tamaños y colores. El salón estaba iluminado por una fogata interior y central cuyo humo era absorbido por una gran boca de chimenea que subía como un embudo hasta la copa del árbol y lo dejaba salir lejos de la sala.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la nueva luz, los chicos vieron a su alrededor una docena de hombres fornidos pero pequeños, camuflados desde los pies hasta las cabezas con hojas, y con la piel y la ropa pintada en tintes marrones y verdes como si fueran la continuación de los troncos de los árboles allá afuera. En el centro del grupo había un individuo que se destacaba por sobre los demás, de ojos brillantes y adornado con una pluma larga y roja sobre la cabeza. Fue él quien primero se dirigió a los recién llegados y habló con un lenguaje que Akím no había escuchado nunca.
  • ¿Noj Tiejen?
  • Rehkikon Fialehos- Contestó Anú, quien conocía bien aquel idioma
  • ¿Kenxijo Tuas?
  • Askea Nu – dijo Anú y agregó- Rojiejxe selon
  • ¿Ajiyasen Resizhonon?
  • Jo- volvió a contestar Anú y añadió- Koyijakol es
De pronto hubo un gran murmullo que se extendió entre los presentes. Todos comenzaron a mirar a Akím, quien aprovechando la confusión preguntó a Anú en voz baja
  • ¿De que están hablando?
  • Me preguntó quienes somos y a donde vamos y además parece estar muy interesado en saber acerca de Walo y sus compañeros
  • ¿Qué te preguntó?
  • Quería saber si eran peligrosos. Cuando les dije que tú los dominabas, comenzó esta reacción.
En ese momento, el hombre que estaba frente a ellos hizo un gesto que acalló los murmullos. Cuando todos volvieron a estar atentos a sus palabras, el hombre dijo:
  • Ni kiten tiehxo yutcatco ranah ruepa coyphe. Kepe yojxah Pitiless toj zehhehon. Enxa jotce.
  • Noso yahtca – dijo Anú tratando de no parecer alarmada- fayon tayiko
  • Jezah jo- dijo el hombre- ¡fika xuva nasfayon! Kise es.
Anú se dirigió a Akím diciendo:
  • Me ha ordenado que te diga que serás sometido a la Prueba de los Hombres
  • ¿Qué es eso?
  • Deberás montar a los Pitiless con los guerreros
  • ¿Qué son los Pitiless?
Y Anú repitió
- ¿Pitiless noj te?
- Pitiless zajken ralahon toye coyphe.
Anú volvió nuevamente sus ojos oscuros hacia Akím y mirándolo repitió las palabras del hombre:
  • Pitiless son grandes pájaros devoradores de hombres. Nos salvaron de ellos al entrar al bosque
  • ¿No hay modo de decirles que no?
  • Parece que no. Creo que están muy impresionados porque domaste a los Wakos
  • ¿Cuándo será eso?
  • Esta noche
El hombre al centro de la habitación alzó la voz y dijo:
  • Ni rhuepa ranaj xokon siphen ni jo ajiyasen yohih
Luego fijó sus ojos severos en Anú y le advirtió
  • No intenten escapar. Es imposible. Están rodeados. El bosque los matará.
Todos los presentes comenzaron a hablar a grandes voces y Akím, volviéndose a su amiga le preguntó:
  • ¿Qué ocurre?
  • Estamos atrapados, si pasas la prueba seremos libres- y agregó- Si no, Walo y los otros morirán
  • Saldremos de aquí
  • ¡No podemos! estamos rodeados por el bosque
  • Buscaremos a Walo
  • Si no hacemos lo que nos dicen, ¡moriremos!
  • Entonces haremos lo que dicen ¡Ya veremos si es tan difícil esa prueba!
Antes de que los chicos pudieran decir algo más, dos hombres del grupo se acercaron a ellos. Les tomaros de las manos y los condujeron fuera de la sala. Afuera el sol aún estaba alto y los niños se vieron forzados a cerrar los ojos frente a la brillantez extrema de la luz. De un gran árbol a la derecha habían amarrado a Walo y a sus otros dos compañeros. Cuando Walo vio a los chicos comenzó a agitarse y a ladrar pero por más intentos que hacía, no podía romper las cuerdas que lo sujetaban. El hombre que guiaba a Akím le hizo señas para que se acercara al animal y Akím se lanzó corriendo hasta Walo abrazando su gran cabeza al llegar. Walo respondió a su abrazo lamiendo su cara y emitiendo suaves lamentos de prisionero. Anú también se acercó.
  • No temas, amigo- decía Akím- te sacaremos de esta situación.
  • Sí- repetía Anú- pero por ahora quédate tranquilo- y ella acariciaba la pelambre negra del animal.
Walo pareció entender y se tranquilizó. Dos mujeres se acercaron a los chicos y les dieron restos de huesos aún cubiertos de carne para alimentar a los animales. Sólo de las manos de Akím y Anú, los Wakos se atrevieron a comer aquello que se les ofrecía.
Cuando los animales terminaron de comer y parecían menos temblorosos, los chicos se alejaron siendo conducidos al interior de una de las cabañas ubicadas en el centro del claro.
Las cabañas eran casitas bastante cómodas. Una sala central, rodeada de habitaciones y al fondo una cocina con un fogón. En la casa había dos mujeres que se encargaron de servir alimento para los niños. Les dieron un plato de fruta, nueces y carne que tenía el mismo sabor de la carne del pollo. Y luego de tantos días durmiendo a la intemperie y comiendo mal, aquel banquete, el calor del hogar y las mullidas camas lograron que los chicos se durmieran enseguida y sin pensar en el peligro por venir.
IXXX
La Prueba
Era medianoche cuando los hombres sacudieron a Akím. El chico se despertó con la sensación de no saber donde se encontraba y de pronto distinguió a los mismos dos hombres que lo habían conducido en la mañana a la sala dentro del árbol. Bostezó y se sentó en silencio. Los hombres habían traído ropa para Akím, se la ofrecieron haciéndole señas para que se cambiara. Akím obedeció. Luego, tomando unas marmitas con pinturas marrón y verdusca, los hombres se dedicaron a pintar toda la ropa, la cara, los brazos y hasta el cabello de Akím, quien finalmente parecía un pedazo de tronco extraído de uno de los árboles del bosque.
Cuando Anú entró a la habitación, ninguno de los dos pudo distinguirse ya que ambos habían sido sometidos al mismo procedimiento de camuflaje.
El grupo salió en silencio de la aldea, moviéndose con disciplina y cautela. Era una noche sin luna. Totalmente oscura. Las únicas armas que cargaban consigo eran atajos de cuerdas irrompibles hechas con lianas del bosque. A pesar del frío, Akím y Anú sudaban. No sabía lo que les esperaba bajo los árboles, pero les recorría el cuerpo una sensación de ser vigilados de cerca. Al entrar al bosque les envolvió el dulce aroma de las frutas que crecían al pie de los grandes troncos y comenzaron a escuchar la melodía que los había adormecido el día anterior.
Los hombres del grupo repartieron pequeños tapones de corcho para los oídos. Al ponérselos, los chicos entraron a un mundo de total silencio. Al quedarse sordos sintieron que sus sentidos de la vista y el tacto se agudizaban y entendieron el lenguaje gestual de sus acompañantes. No era fácil seguirlos, tenían una natural habilidad para desaparecer entre los árboles.
Y de pronto la cacería comenzó. Por sobre sus cabezas comenzaron a sentir el aire que se movía por el paso del vuelo rápido de los Pitiless entre los troncos. Algunos de los hombres ascendieron a los troncos y al ver a las aves pasar, se lanzaban en vuelo sobre sus lomos y se sostenían apretando las cuerdas alrededor de las gargantas de las aves. El espectáculo era aterrador. Algunos hombres caían al piso y eran alcanzados y devorados en un instante por los picos crueles de los Pitiless. Pero la mayoría lograba ahogar al ave que montaba y entonces se veía a ambos, jinete y pájaro rodar en un intenso estruendo sobre el suelo del bosque. Los Pitiless no atacaban a quienes se ubicaban al lado de los cadáveres de los pájaros. Así que quienes caían, corrían a protegerse cerca de sus compañeros exitosos.
Uno de los hombres empujó a Anú bajo el cuerpo muerto de una de las aves y desde allí, ella pudo ver como Akím subía al tronco de un árbol y al llegar su turno se lanzaba con un grito sobre el lomo de uno de los horrorosos Pitiless. Anú sintió en aquel momento como una convulsión helada llegaba desde su estómago y estallaba en gritos de miedo.
Akím no la escuchó. No tenía tiempo de pensar en lo que hacía. Se agarraba nerviosamente del lomo de aquella ave poderosa e intentaba de manera inútil atarle el cuello con el rollo de cuerda que traía con él. El ave se movía delirante bajo el peso de Akím y sintiendo que no podía quitarse aquel intruso de encima, se elevó por sobre los árboles, abriendo aún mas sus membranosas alas desteñidas. El pájaro comenzó a volar dando vuelta y poniendo boca abajo a Akim. Sin embargo, el chico no disminuyó la presión que ejercían sus piernas y brazos sobre el cuerpo del ave para mantenerse sujeto. Se mareaba, se sentía sacudido por fuertes espasmos y cerraba los ojos no sabiendo que esperar.
De modo inesperado el impulso del ave pareció disminuir. Akím se sentía inundado por el desagradable olor del cuerpo del animal y maltratado por las miles de poderosas plumas que cubrían su espalda. Trató de sacudir la soga, pero estaba impedido de moverse. El ave volteó su cuello y enfocó sus terribles ojos casi ciegos en el niño que cargaba sobre el lomo. Akím sintió su crueldad y entendió que el animal se defendería a muerte.
En ese momento el ave descendió y el estómago de Akím dio un vuelco en el vacío. Se acercaron peligrosamente a tierra, pero Akím no cedió y el ave se vio obligada a alzar el vuelo de nuevo. Realizó varios intentos pero cada vez se veía obligada a elevarse antes de rodar ella también por el piso. Las patas del animal comenzaron a moverse furiosas rasgando sus costados, pero no alcanzaban el cuerpo del intruso.
Entonces el cuello del ave se volteó y comenzó la lanzar picotazos sobre la cabeza de Akím. El chico se movía esquivando el ataque pero no evitó que el ave le alcanzara varias veces en los brazos sujetos alrededor de su cabeza. El pico del ave estaba manchado con la sangre de Akím. Desesperado, Akím intentó moverse un poco para atrás y soltó sin querer uno de los extremos de la soga que extendiéndose a su derecha fue a enrollarse alrededor del ala de animal. El ave comenzó a lanzar fuertes graznidos y perdiendo altura por su ala inmovilizada, dejó de atacar a Akím.
Presa de movimientos oscilatorios y enardecidos, el ave trató de liberar su ala, cada vez mas enrollada, mientras mantenía su altura y perdía velocidad. Akím pudo entonces elevar un poco su cabeza y evaluar su situación. Tomó el otro extremo de la cuerda con una de sus manos y la atrajo enérgico hacia sí, obligando al pájaro a doblar el ala tras el lomo y verse imposibilitada de retomar el rumbo. Bajo el impulso de la cuerda el ave volteó en giros rápidos hacia su izquierda y comenzó a caer dando vueltas sobre si misma.
Akím sentía la velocidad de la caída y el desenfreno de los vuelcos. Soltó un poco la cuerda y el ave hizo un gran esfuerzo por nivelar su vuelo. Akím juzgaba bajo su cuerpo las conmociones de cansancio del ave. El animal intentaba con todas sus fuerza sacudir al chico y liberar su ala malherida. Akím se mantenía empecinado sujetando aquella membrana con la soga y conservando sus piernas apretadas contra la espalda del animal. El ave se debatía, se sacudía y lanzaba feroces chillidos en el aire.
Bajo la imperiosa necesidad de sobrevivir Akím liberó el miembro del pájaro y recogió la cuerda. En su desenfreno, el ave había dañado la membrana de su ala y no tuvo más remedio que disminuir su velocidad y perder altura para tratar de mantenerse en el aire. Akím podía ver ahora, bajo el Pitiless, las extensas praderas y lejanos árboles que se extendían allá abajo en el suelo, que a esa hora comenzaba a clarear bajo los primeros influjos del sol.
El chico trató varias veces de enlazar su cuerda a través del cuello del animal pero todo intento resulto inútil, no tenía la habilidad. Cuando estuvo a punto de darse por vencido algo extraño comenzó a ocurrir con el pájaro.
Bajo la influencia de los rayos nacientes, el cuerpo del animal empezó a calentarse y a exhalar un vapor fétido. El ave desesperada trató de emprender el vuelo de retorno al bosque que era su hogar y en el que se hallaría a salvo bajo la sombra de los árboles. Pero en las condiciones en las que se hallaba no llegaría a tiempo. Comenzaron a descender cuando divisaron los árboles en la distancia. El vuelo del pájaro terminó en un aterrizaje aparatoso de su cuerpo exánime, que rodó dejando tras de si un camino de polvo, dando vueltas varios metros sobre el suelo. Akím cerró sus ojos y lo último que sintió fue la tierra seca que se le metió entre la ropa, la boca y los ojos inundando todo su pensamiento.

XXX
La Aldea Central
Cuando abrió los ojos, Akím se vislumbró en un mullido lecho dispuesto bajo un tejado de bambú y palma seca. El aire estaba cargado con el fuerte olor vegetal de una planta que le era desconocida. Movió un poco su cabeza y sintió dolor en todos los músculos de la espalda y el cuello. Trató de incorporarse pero se sentía muy débil. Se dio cuenta de las vendas que envolvían las heridas en sus brazos y recordó el enfrentamiento con el Pitiless. Un estremecimiento recorrió su cuerpo entero ¿Cuánto tiempo habría pasado?
Al poco rato entró una mujer a la cabaña y se aproximó al lecho. Sonrió al ver la cara de Akím despierto y levantando su cabeza con manos habilidosas, le acercó a los labios una marmita que contenía un líquido oscuro cuyo sabor era idéntico al olor que envolvía la estancia. Luego de beber el chico sintió un gran alivio y calló en un sueño profundo y reparador.
Tres horas después abría los ojos para descubrir que Anú estaba allí, sentada junto a su cama, con una tablilla de piedra tallada sobre las piernas y diciendo:
  • Hola Akím coyphe
Akím sintió una penetrante alegría al volver a ver la cara de su amiga
  • ¿Cómo?- balbuceó
  • Akím coyphe, así te han bautizado los hombres de Aldea Central desde que diste muerte al Pitiless
  • Ah… - Suspiró
  • Fuiste muy valiente- dijo Anú cerrando los ojos
Por suerte el cuarto estaba en la semi-penumbra, así Anú no podía ver como el rubor subía rabiosamente por la cara del chico.
  • ¿Qué significa coyphe?- alcanzó a preguntar
  • Significa “hombre”- dijo ella- y quiere decir que formas parte de la tribu y eres libre de escoger tu destino.
  • Ah…- volvió a decir casi sin darse cuenta
  • Pero ahora estás muy débil- añadió Anú- descansa y bebe este extracto de corteza de sauce, que la curandera del pueblo ha preparado para ti.
La chica entonces acercó a sus labios resecos la misma marmita que viera antes y que contenía el mismo liquido que lo hizo dormir.
Antes que el sueño lo venciera Akím volvió a preguntar:
  • ¿Que es lo que tienes en las piernas?
  • Una tablilla de contenido- y la levantó.
Akím pudo ver que tenía símbolos labrados por un lado
  • Así escriben aquí- agregó ella y no dijo nada más.
El chico se quedó dormido y ella pudo contemplar su cara. Todavía parecía un niño con los ojos cerrados. Dormía placidamente. De vez en cuando se contraía con una mueca de dolor y Anú sentía una punzada de miedo en el pecho. Era difícil describir el sentimiento que crecía en su interior y entendía que no sería posible desprenderse de él.
Al día siguiente Akím pudo levantarse y salir de la cabaña para sentir en la cara la luz del sol, bajo sus pies la humedad de la grama verde y en sus pulmones la energía del aire renovado. Afuera la gente continuaba sus labores habituales pero se acercaban a él cuando lo veían llegar y lo saludaban todos repitiendo “Akím Coyphe
Anú lo llevó hasta donde estaban Walo y sus compañeros. Akím se sorprendió al distinguirlo desde lejos. El animal había crecido mucho ¿o acaso Akím llevaba mucho tiempo sin verlo? Había alcanzado la estatura completa de un Wako adulto (bastante grande incluso para su raza) su pelambre negra estaba reluciente y su lomo plateado parecía el camino que deja la luz de la luna sobre el agua oscura. Walo estaba resplandeciente. La alegría se desprendía de sus ojos suplicantes e infantiles (que contrastaban con su poderoso cuerpo).
Akím abrazó a su querido amigo, colgó sus brazos malheridos alrededor de su cuello y Walo se agachó para conseguir que su dueño amado hiciera el menor esfuerzo posible. Los animales aún estaban amarrados. La gente de la Aldea Central sentía miedo de ellos. Walo había permanecido allí sabiendo que Akím volvería pronto y se dejaba alimentar, bañar, acariciar y cepillar con paciencia debido a la dedicación y a las palabras cariñosas que Anú tenía con él y sus compañeros.
Cuando los otros Wakos vieron a Akím se agacharon también en señal de respeto y el chico los abrazó con un entusiasmo que logró desprender de sus almas los últimos vestigios de miedo y resentimiento. Ahora eran Wakos distintos. Vivían a la luz del sol y comían de la mano de la niña que se encargaba amorosamente de ellos. Jamás dejarían a su Walo-Alfa y nunca serían capaces de dañar a los humanos.
  • Walo- dijo Akím seriamente- es hora de darle nombre a tus amigos
Walo agachó su cabezota y movió la cola en un gesto que repetía desde su infancia. Entendía las palabras de Akím y respondían a ellas con lengüetazos y suaves sonidos en su garganta.
  • ¿Cómo quieres llamarlos Anú?
  • ¡Pensé que tú les darías nombre!
  • No, tu les has alimentado y cuidado ¡Es tu derecho!- y añadió- ¡Ahora eres como la mamá del grupo!
  • No te burles de mí
  • No me burlo, ellos parecen haber cedido el domino del grupo sobre nosotros
  • Bueno. Yo también lo he sentido así.
  • Entonces ¿Cómo los llamarás?
Anú miró al grupo de enérgicos y bien cuidados animales. Además de Walo había otros dos. Uno era más pequeño y el otro tenía la cola más larga de los tres. La chica se acercó al más pequeño. Este era un animal plateado en el lomo y las patas, con el cuello y la punta de la cola grises. Sus ojos eran visiblemente más grandes y dorados. Acariciando su lomo dijo:
  • Esta se llamará Kiba, porque es una chica
Akím se sorprendió. No lo había notado
  • Y este- dijo acercándose al otro, al que tenía una larga cola- se llamará Ayizo, que en el lenguaje de esta gente significa amigo.
Los animales menearon las colas de contento y aceptaron agradecidos los nombres. Sabían que con este ritual eran incorporados a la manada, esta extraña manada multirracial, que accedía a formarse tanto de animales como de seres humanos y olvidaba sus diferencias de raza. Walo era el más feliz, daba grandes saltos y movía la cabeza tanto como sus ataduras lo permitían. Los chicos pasaron el día con ellos.
Esa noche se llevaría a cabo un evento especial en la Aldea Central, la kermés, que era una celebración exclusiva luego de la cacería mensual de los Pitiless. Los chicos estaban invitados como miembros de honor, ya que Akím se había convertido en uno de los cazadores exitosos de la tribu.
Con menos dolor en los brazos, Akím aceptó gustoso ponerse el traje que habían confeccionado para él, constaba de pantalones de tela fuerte y un largo camisón con las letras XXXI bordadas en el pecho. Anú apareció vestida con un traje floreado y una guirnalda adornando su cabeza, que le recordó a Akím la imagen de la chica, ya muchos meses atrás, en las celebraciones de la cosecha de su pueblo subterráneo. El chico se sorprendió pensando en las similitudes de los hombres, que aún manteniéndose en territorios alejados y evitando el contacto entre sí, guardaban las mismas costumbres y mostraban conductas similares.
A
Tazakoh XXXI
IV YEN CC ADO
Akim Coyphe
Kehifo Pitiless coha aspa
Toj fasejxia nasio cehiko ej phanon
Fialeho ke askea
Koyakoh qaton
nú traía consigo la misma tablilla que viera Akím dos noches antes y que tenía escrito lo siguiente:




  • ¿Qué dice esa tabla de escritura?
  • Cuenta la historia del cazador XXXI
  • ¿Yo?
  • Si
  • ¿Que significa eso?
  • Significa que ha habido antes que tú, tres decenas de cazadores exitosos. Que eres un viajero de la aldea y un ¡domador de Wakos!
Akím hubiera deseado que la habitación estuviera a media luz para que Anú no notara como el rubor inundaba su cara. Pero la chica lo notó y tomándolo de la mano lo llevó afuera, sonriendo y mirándole con sus ojos oscuros y brillantes.
A cielo abierto la aldea estaba iluminada por el fuego generoso de muchas hogueras que frente a cada una de las casas, dispuestas en círculo central, cocinaban grandes piezas de carne aún adheridas al hueso ¡La carne de los Pitiless! Por eso los aldeanos salían de cacería. Dependían de los Pitiless, tanto como las aves dependían del bosque.
Aquella noche los aldeanos cantaron, comieron y bailaron alrededor de las hogueras, y contaron la historia de cada uno de los cazadores exitosos incluyendo la de Akím, que Anú tradujo con paciencia al oído de su amigo.

domingo, 19 de febrero de 2012

Parte 7 Los Caminos de las Cavernas

XXI
El último Sueño del Dragón

Ahora Bragmar soñaba despierto, dormir le resultaba imposible, su pensamiento estaba enfocado en su piedra mezclando todos sus deseos y desesperaciones. Divagaba envuelto en su sopor, esperaba sin saber que esperar, temía sin sentir miedo. Las rocas habían comenzado a derretirse bajo sus patas. El suelo antes escabroso y cubierto de polvo dorado era ahora de materia viscosa y ardiente igual que su alma. Su avidez se expandía al mismo tiempo que el vapor que exhalaba y revolvía el aire con polvo y roca en su propia morada convirtiéndola en una bomba a punto de estallar. Por eso no sintió la presencia de los intrusos que irrumpieron serpenteando en las antiguas cavernas de su mansión.
En sus ojos amarillos y llenos de fuego se reflejaban las imágenes tantas veces invocadas y odiadas. Repasaba en silencio las sombras de su pasado reciente tratando de descifrar su significado, entreviendo respuestas a su búsqueda. Sumido en su misma angustia consiguió esperar mientras trazaba en su interior un plan para encontrar su Piedra de la Inmortalidad, su propia alma perdida.
Aunque Bragmar lo ignoraba, la montaña había comenzado a cambiar bajo sus propias narices. El agua comenzaba a dominar la amalgama interna de la montaña luego de colarse lentamente abriéndose camino entre los intrincados resquicios en las piedras. Durante años y gota tras gota había logrado mudar la fachada de los muros y el adoquinado de los pisos. Tercamente consiguió tamizarse hasta los más enredados límites de su geografía y logró avasallarla. Desplazó al calor y al vapor en su tarea de talladores de las rocas y consiguió hacer florecer nuevos espacios y colonizar algunas de sus grandes extensiones.
El agua se hacía aliada de la luz y echando abajo las cubiertas de algunas cámaras obtenía el reflejo del sol durante algunas horas sobre sus afluentes subterráneas. Y bajo el influjo de esta nueva energía ignorados animales y plantas crecían protegidos en el lugar. Y aunque Bragmar no toleraba otros seres en sus dominios se vio infestado por esta existencia invasiva, imperceptible e imparable. Con la presencia protectora del agua los chicos avanzaban ignorantes de la ayuda que les brindaba a su paso por la montaña.
Durante muchos días los chicos siguieron el camino de las afluentes del agua subterránea hasta que sintieron que habían detenido el ascenso y se desplazaban a través de extensiones planas. Caminaban ahora por galerías donde la oscuridad no era total, donde se extendía una luz mortecina que llegaba desde algún lugar desconocido. Decidieron descubrir el origen de la luminosidad y se orientaron hacia ella.
Después de mucho avanzar distinguieron el final de un pasillo iluminado y cuando se acercaron quedaron maravillados frente a lo que vieron. Allí se mostró ante sus ojos un formidable lago de aguas mansas y oscuras en cuyo centro se balanceaba lentamente el reflejo brillante de una luz que se colaba por un agujero irregular y enorme, abierto en el techo. Debido a la presencia de miles de diminutas partículas de polvo en el aire el rayo de luz era visible a los ojos y se extendía como una línea recta y blanca desde el agujero hasta la superficie líquida. La distancia entre el lago y el techo era inconmensurable, los niños calcularon que podía contener otra montaña adentro.
Aún absortos por la belleza del hallazgo decidieron sentarse a comer a orillas del lago. Akím no quiso pescar y repartió con Anú algunos de los víveres que todavía quedaban en su bolso. Pero Walo no pudo conformarse con eso y se entretuvo bordeando las orillas del lago y sacando algunos peces demasiado trasparentes y sin ojos, que los niños miraron con repulsión, pero que Walo saboreó relamiéndose el hocico de puro gusto. El lago debía tener una increíble extensión porque cuando Walo estuvo en la orilla opuesta apenas si parecía un punto lejano entre las rocas.

  • ¿Crees que estamos en medio de las montañas correctas?- preguntó de pronto Anú
  • Sí, según el mapa sí. ¿Por qué dudas?
  • Por la gran cantidad de agua. ¿No se supone que los dragones odian el agua?
  • Probablemente su morada se encuentra muy lejos de aquí
  • Y ¿Por qué construir su morada en una montaña llena de agua?
  • Bueno, quizás cuando el dragón llegó no había tanta agua… o quizás del otro lado las montañas son muy secas y calientes
  • Seguramente tienes razón ¿tenemos que llegar al otro lado?
Akím la miró extrañado
  • Me refiero a… ¿No podemos simplemente dejar la piedra en un lugar visible y marcharnos?
  • ¿Y si el dragón no la encuentra y continúa atacando nuestros bosques y aldeas?
Anú suspiró y deseó fervientemente ahogar al dragón en ese lago subterráneo que tenía enfrente, pero no le dijo nada a Akím, no quería que el chico pensara que su cabeza estaba llena de crueles ideas.
  • ¿Qué estas pensando?- dijo Akím de repente
- En la belleza del agua - dijo ella mirándole los ojos. Y él vio en ellos la misma luz maliciosa que había visto antes y que le causaba una mezcla de intimidación y encanto al mismo tiempo, y la impresión de saber que ella veía más allá de lo que decía y aún más allá de lo que era evidente.
XXII
La Persecución Subterránea
Unos kilómetros adelante llegaron a oídos de Yako los sonidos diluidos de las voces de los chicos en el aire y se dirigió directamente hasta ellos sin poder calcular la distancia que los separaba y sin darse cuenta que su loca carrera lo alejaba mucho de los demás miembros de su manada.
Walo se mantenía atento, no le gustaba aquel lugar, no le gustaba que los chicos estuvieran tan expuestos a los peligros que presentía. El aire estaba cargado de muchos olores. Walo pudo reconocer atisbos del vapor exhalado por la criatura del bosque, el monstruo que los chicos llamaban Bragmar. Pudo reconocer también el aroma de los Wakos que los asechaban persiguiéndolos desde los túneles distantes. Y junto a la carga de olores distinguía también una carga de ruidos. El aleteo de los animales nocturnos, las pisadas de otros en las galerías, el burbujeo lejano del dragón y el constante deslizamiento del agua que en algunos lugares se incrementaba y en otros se hacía más débil.
Aún así Walo se mantenía sereno, tensaba sus músculos y afinaba sus sentidos preparándose para el encuentro ineludible que los esperaba más adelante. No podía dormir pero aprovechaba el tiempo alimentándose bien y guardando fuerzas. No entendía por qué Akím se empeñaba en continuar por esta ruta peligrosa acercándose a una fatalidad inevitable. Pero no lo dejaría solo, hacía mucho tiempo que había decidido compartir el destino del chico aunque éste lo guiara hacía su propia destrucción y contra ese deseo no podía luchar. Lo último que verían sus ojos en el mundo sería el rostro de su amado dueño.
Akím estaba adormecido, todos sus sentidos le parecían lejanos, miraba bajo la bruma la figura de Anú sentada de espaldas a él frente al agua, veía el lejano andar de Walo al otro lado de la laguna y le parecía ver como la luz se desvanecía al centro de la cueva y escuchaba. Se hacía el silencio. De pronto como si un gran peso golpeara su espalda le vinieron encima todos sus temores, se levantó de un salto, había escuchado claramente los pasos que venían tras ellos, y los reconoció. Eran los mismos que lo habían seguido mucho tiempo atrás, la noche que escapaba de su aldea.
Miró a Walo, quien en ese momento elevaba sus orejas y lo miraba desde lejos emprendiendo una loca carrera de vuelta hacia ellos, él había escuchado también. Tomó a Anú por el brazo, tan fuerte e intempestivo, que la chica dio un grito de dolor. Ella apenas si tuvo tiempo de entender pues Akím ya la arrastraba fuera de la gruta hacia las cavernas descendentes. Walo les dio alcance. La luz se apagó en sus antorchas y se escondieron bajo unas piedras. Sobre sus cabezas miles de murciélagos esperaban. Cuando todo se hizo finalmente oscuro los murciélagos emprendieron vuelo hacia la salida de la gruta en el techo sobre el lago subterráneo.
En ese momento Yako entró jadeante a las cavernas. Entre el aleteo de los murciélagos, el ruido y el olor, no pudo rastrear a los chicos que lo miraron desde bajo las piedras. Yako se detuvo, olfateó, aulló y prosiguió su carrera caverna abajo. Walo no se movió y al poco rato vio como el resto de los Wakos pasaba corriendo frente a sus ojos detrás de su Yako-Alfa, quien ya se les había adelantado mucho. Más adelante se darían cuenta de que habían sido engañados y se devolverían por entre las galerías superiores casi hasta el lugar por el cual habían entrado cinco días antes.
Walo y los chicos esperaron a que sus pasos se alejaran para salir del escondite. Entonces tomaron el camino de vuelta a la laguna subterránea. Ascendieron por la caverna hasta alcanzar la gruta, apenas si pudieron mirar maravillados a los miles de animales que salían en ese momento volando a través del hoyo en el techo. Recorrieron parte de la orilla. Adelante encontraron dos aberturas que accedían a cavernas desiguales y descendieron sin pensarlo mucho por la del lado derecho. Apenas empezaron a bajar el piso comenzó a rodar bajo sus pies y rodando, junto a las miles de rocas que se despeñaban en desorden, cayeron al fondo de una mina llena de piedras brillantes.
Se levantaron con dificultad, sucios, magullados pero sin heridas visibles. Al ponerse en pié vieron que la entrada de la caverna había sido sellada hasta la mitad por las rocas que se deslizaron con ellos. Walo y Akím intentaron inútilmente remover las piedras, no se podía. El chico escaló el tumulto y notó que apenas quedaba espacio para que pasaran uno a uno por la parte de arriba, entre las rocas y el techo de la caverna. Desistieron de la idea.
Comenzaron a buscar otra salida cuando vieron las piedras brillantes en la pared de la mina y Anú advirtió la misma luz dentro del abrigo de Akím
  • Mira eso ¡Aquí abajo hasta tu piedra brilla!
Akím la extrajo asombrado de su bolsillo. Al retenerla en la mano la luz de la piedra escapaba entre sus dedos dándole una luminosidad especial a la mina y formando un coro de luces junto con las piedras de las paredes, que brilló sobre el chaleco de anillos metálicos de Akím, sobre el techo y el suelo y en los ojos de todos. Muy pronto la estancia estuvo resplandeciente. Los chicos advirtieron que todas las piedras estaban formadas del mismo material aunque la que Akím sostenía era visiblemente más grande que las demás.
  • ¿ Siempre ha brillado así?- preguntó Anú rompiendo la exaltación de todos
  • No… Me parece que no – Akím tardó un rato en contestar
  • ¿Y que las hace brillar aquí abajo en medio de la nada?- insistió ella
  • ¿Cómo saberlo?
  • ¿No había nada escrito sobre eso en los libros?
  • No- dijo él
  • Bueno, si alguna vez salimos de aquí yo agregare esta información al libro de los dragones- dijo ella. Y añadió:
  • Las piedras de un dragón brillan cuando están en su morada
  • O en su presencia- dijo Akím guardándose la piedra en el bolsillo del pantalón.
Los tres se quedaron quietos y silenciosos, no se escuchaba nada en la estancia cerrada, pero por algún lugar entraba aire. Akím se agachó y comenzó a buscar una salida cerca del piso por donde sentía la corriente del aire a sus pies y mientras lo hacía, Anú comenzó a recoger las otras piedras que brillaban en las paredes, le resultó fácil desprenderlas y se las metió en los bolsillos. De pronto escuchó al chico diciendo:
  • Encontré la entrada del aire. Es por aquí- y señaló un agujero en el piso
  • Síganme- y se introdujo por el hueco
Enseguida Walo fue tras él y luego Anú que aún tuvo tiempo de meterse otras piedras en los bolsillos. El estrecho túnel bajaba unos metros pero luego comenzaba a ascender. Era apenas lo suficientemente ancho para que Walo pasara raspándose los costados y todos se sintieran embotellados y asfixiados, el aire era pesado y polvoriento y al avanzar arrastrándose levantaban más polvo y arena de la que hubieran deseado ver.
Ahora comenzaban a entender que la montaña cambiaba. Ya no se sentía la presencia del agua alrededor y el aire se hacía tan seco que dolía la garganta al respirar. Y el ambiente anteriormente frío y húmedo se volvía caluroso y denso. Desde algún sitio se colaba una luz rojiza que flotaba tímidamente sobre las partículas de arena en el aire y lo enrarecía.
Caminaron a rastras por muchas horas, no se atrevieron a detenerse por miedo a que los Wakos que los perseguían les dieran alcance. El túnel reptaba profundamente a través de la montaña, la mayor parte del tiempo ascendía. El calor llegaba desde la parte baja del suelo, y encontraron algunas rocas muy calientes que les quemaron las manos. ¿Dónde estaba el dragón?
Finalmente el túnel se abrió a una galería rocosa, de paredes desniveladas pero altas donde Walo y los chicos pudieron ponerse de pie y caminar por un rato. Lo único que se les ocurrió fue seguir andando en dirección a la luz que aún podían ver danzando lentamente en el aire. Más adelante los pasajes se comenzaron a llenar con un vapor espeso y sofocante.
  • Estamos cerca del dragón- susurró Akím al oído de Anú
  • Tengo un plan- le dijo ella al oído también y agregó- Vamos a sacarlo de aquí
  • ¿Cómo?- preguntó él tratando de no levantar mucho la voz
  • Con esto- dijo la chica sacando las piedras brillantes de sus bolsillos
  • Las tomaste- dijo él mirándola con ojos suspicaces
  • Sí… para enseñarle el camino de salida
  • Bueno, primero tendremos que encontrar uno
Si continuaban caminando en línea recta por los pasajes desembocarían frente al dragón, o al menos eso creían, ya que el vapor parecía hacerse mas denso por ese camino. Decidieron intentar un ascenso por entre las rocas caídas que conformaban las paredes y pisos en las galerías superiores. A medida que subían los chicos iban colocando las piedras brillantes en lugares visibles para que el dragón al pasar por allí pudiera verlas. No estaban muy seguros de hacia donde se dirigían pero sentían que no tenían otra opción. En las últimas galerías se abrió frente a ellos un gran abismo del lado derecho donde podían escuchar elevándose desde el fondo un sonido burbujeante y continuo. Walo se mantuvo atento.
Mientras tanto Yako-Alfa daba vuelta al entender que había sido engañado. Se devolvió alcanzando un lugar entre las cavernas superiores y decidió esperar a que el grupo se viera obligado a pasar por allí, ya que aquella era la única salida por la parte superior de la montaña que los animales conocían. Y solo tuvo que esperar un día.

XXIII
El Asalto en la Caverna
Los chicos calculaban que se encontraban dando un gran rodeo por encima de la cabeza del dragón y suponían (por la cantidad de veces que se habían detenido a descansar y a comer) que debían llevar una semana caminando dentro de la montaña. Se sentían exhaustos. Al día siguiente desembocaron en la caverna superior donde los Wakos los estaban esperando.
Cuando llegaron al lugar Walo se puso en guardia, se le erizaron todos los pelos plateados de la espalda y emitió un gruñido feroz, acababa de ver los nueve pares de ojos rojos que los observaban desde el fondo de la caverna. Akím y Anú los vieron también y por un segundo se sintieron desfallecer. Antes de pensarlo siquiera ya estaban retrocediendo dentro de la galería por la que habían subido, corriendo en fila pues solamente podía pasar uno a la vez.
De un gran salto Yako-Alfa se plantó en la entrada de la galería por la que el grupo retrocedía ahora y se lanzó en persecución de Walo que iba al último. Al desembocar en un lugar más amplio, donde se abría parte de un precipicio a la derecha, los chicos vieron como Walo entraba de espaldas y se plantaba delante de ellos haciéndole frente a Yako. Detrás de Yako venían los demás Wakos pero aún no podían entrar porque el cuerpo de Yako-Alfa ocupaba toda la entrada.
  • Cada Guerrero espera que una buena muerte lo encuentre y tu andas buscando la tuya - Fue lo único que Yako-Alfa le dijo a Walo.


Los chicos retrocedieron hasta chocar sus espaldas contra la pared rocosa. Allí se desprendieron de sus bolsos, pero Akím mantuvo su espada en la mano izquierda. En aquel momento Yako le decía algo a Walo en un bufido y los dos se enfrascaron en un combate feroz, parecían un amasijo de carne, pelos, gruñidos y sangre que giraba frenéticamente sobre si mismo. Los niños escalaron la pared rocosa y se ubicaron unos tres metros por encima de los animales enfurecidos.
Alcanzaron a ver como Walo con sus dientes relucientes y la cara transformada por el odio mordía a Yako-Alfa en el cuello, mientras que este lo mantenía sujeto y lo hacía girar y caer muchas veces sobre el piso. El cuerpo de Walo era más grande que el de su adversario pero aquel sabía luchar con fiereza. Ambos emitían gruñidos y aullidos estremecedores. Desde el abismo abierto a la derecha de la entrada en la cueva se comenzaba a colar una niebla espesa y una luz rojiza.
Mientras Yako-Alfa mantenía combate con Walo, cinco de sus ocho seguidores entraron en la cueva y fijaron sus ojos en los chicos encaramados en la pared de roca al fondo del lugar. Se les fueron encima, brincando y queriendo darles alcance. Akím llevando su espada con una mano, usaba la otra para empujar hacia arriba a Anú, alejándola lo más posible de los dientes de los Wakos que saltaban dando mordiscos en el aire tratando de atraparlos.
Anú miraba con ojos desorbitados los dientes de los Wakos que parecían de pronto acercarse demasiado a su cara. En aquel momento Akím saltó sobre el lomo de uno de los animales que estaba más cerca. Aferrándose fuertemente a él clavó su espada en medio de la nuca del animal y sintió bajo sus piernas como el enorme cuerpo cedía y expiraba. Entonces otro Wako saltó y atrapó a Akím por la cintura y lo desmontó del cuerpo de su compañero muerto, llevándoselo prendido entre sus dientes. Akím gritaba y forcejeaba tratando de soltarse y ambos rodaron pendiente abajo. En la caída el chico perdió la espada de acero azul que quedó suspendida entre las piedras.
Sintiendo una rabia que nacía desde el fondo mismo de su alma Anú se descolgó y alcanzó la espada. La tomó con fuerza y la hundió profundamente en la garganta del siguiente Wako que acercó sus dientes para morderla. La sangre del animal le salpicó en las manos, el pecho y la cara. Perdiendo el equilibrio y con los ojos cerrados la chica rodó hasta el suelo y cayó de espaldas manteniendo la espada en alto. Los otros Wakos corrieron de vuelta hacia la entrada de la cueva viendo a la niña con aquel diente azul lleno de sangre.
Con las manos temblorosas, la cara manchada y la ropa desvencijada Anú se puso en pie. A su lado Walo daba muerte a Yako-Alfa desgarrando finalmente su garganta, y aún jadeando y con el hocico bañado en sangre, se fue al ataque sobre el grupo de animales atemorizados y confundidos que esperaban en la entrada.
Akím yacía de espaldas unos metros a la izquierda del cuerpo muerto de Yako. En la caída el Wako que lo atrapó se había quebrado el cuello y soltó al chico que rodando fue a parar al suelo. Uno de los dientes del animal todavía estaba incrustado en los anillos de malla del chaleco de Akím y bajo la ropa se veía una mancha de sangre.
Akím miraba entre las brumas una sombra acercándose a él, tenía el cabello rojizo extendido al borde de su figura ¿o era una bruma rojiza? Akím no supo decirlo luego. La cara conocida se acercó a su rostro y el chico balbuceó
- Mamá…
  • Levántate y salgan de aquí…- dijo ella como en un sueño
  • Quédate conmigo…
- Akím - Akím- los gritos de Anú reventaban en sus oídos y rebotaban en su cerebro. La chica estaba encima de él, su rostro cerca del suyo. Con las manos movía violentamente los hombros del chico y lo golpeaba contra el piso en un espasmo frenético. Akím abrió los ojos recobrando dolorosamente la conciencia y le dijo:
  • Estoy bien, estoy bien, no estoy herido
- ¿Por qué me asustas así? - lloraba ella y lo abrazaba causándole daño al apretar el chaleco de anillos con el diente en su costado.

El chico se incorporó, la abrazó también y luego la apartó mostrándole el diente que aún tenía clavado bajo la ropa. Ella lo miró y lo ayudó a quitarse el chaleco, sacándoselo por entre los brazos. Luego miraron el rasguño sobre la piel en su costado y pusieron una venda improvisada con un trozo de tela de la ropa de ella, alrededor de la herida.

Estaban rodeados por los cuerpos de los cuatro Wakos muertos. El olor de la sangre y el humo eran insoportables. Buscaron a Walo con la mirada pero no pudieron verlo. Supieron que se hallaba persiguiendo túnel arriba al resto del grupo de animales que los había atacado. Entonces no tuvieron tiempo de pensar en nada más, el suelo comenzó a temblar, desde el abismo se elevaron llamas y una humareda negra y densa. Las piedras comenzaron a resbalar y a caer y los chicos corrieron a refugiarse bajo un dosel en la pared del fondo desde donde observaron petrificados como el dragón ascendía de las profundidades. Se escuchaba un ruido sordo elevándose desde lo profundo junto al enorme cuerpo del monstruo del que los chicos pudieron distinguir parte del vientre, las patas posteriores y una cola que se prolongó durante un buen rato antes de llegar arriba.
Walo seguía con su loca carrera de persecución túnel arriba cuando sintió la tierra estremecerse bajo sus patas. El suelo comenzó a rodar y a llenarse de piedras que venían de todos lados, desde arriba, de las paredes, del suelo mismo. El aire se volvió mas pesado y difícil de respirar, sus ojos se llenaban de lágrimas. Walo vio más adelante como los otros Wakos quedaban aplastados bajo una lluvia de rocas que se desprendió de repente y cubrió la salida de la cueva.
Perturbado aún por la furia y con una fuerza que no podía medir, Walo empezó a escarbar entre las rocas buscando una salida. Al cabo de unos minutos escucho quejidos bajo sus patas. No se detuvo hasta que alcanzó a mover toda la parte superior del muro y despejó la salida del túnel. Entonces se dio vuelta y ayudó a salir a un par de Wakos que habían quedado vivos pero sepultados en el derrumbe.
Cuando estuvieron fuera apenas hubo tiempo de respirar el aire limpio, tuvieron que echarse a correr porque el dragón sobrevolaba el área por encima de sus cabezas amenazándolos, escupiéndoles encima grandes llamaradas de fuego que ellos lograron esquivar orientados por Walo. Pero de pronto algo distrajo la atención del dragón y orientó su vuelo hacia la pendiente de rocas desparramadas que había quedado desnuda luego de la acción destructora de su ascenso desde el fondo de la montaña.

Entonces el grupo de animales se detuvo. Al principio Walo miró con cautela a los dos Wakos que tenía frente a sí, pero ellos agacharon las cabezas y se le acercaron lentamente, lamiendo sumisos sus patas y su hocico. Lo habían elegido como Wako-Alfa y acatarían su voluntad. Walo los aceptó y les prohibió que tocaran a los niños que venían con él, y los amenazó diciendo que “si alguno intentaba desobedecerlo lo mataría”. Entonces se devolvió por donde había venido y fue en busca de los chicos. Los otros lo siguieron.

XXIV
EL Escape de la Montaña
Cuando el terremoto terminó la cueva era un desastre, casi todo el suelo había desaparecido rodando pendiente abajo, la entrada estaba cubierta y la salida era ahora una pequeña abertura llena hasta la mitad de rocas apiladas y escabrosas, desde el fondo aún llegaba la luz de las llamas y el aire era asfixiante.
Los chicos tardaron un rato en salir de su escondite. Se deslizaron hasta la pequeña abertura sosteniéndose con pies y manos de la pared de rocas. Si miraban hacia abajo solo distinguían un abismo interminable y una columna de fuego flameante que lamía los cimientos de la montaña. Consiguieron rescatar parte del equipaje que se encontraba en uno de los bultos y Akím se lo había colgado a la espalda. La espada y el chaleco de anillos de acero de su papá se habían perdido para siempre en el derrumbe.
A medio camino Anú se detuvo:
- No puedo seguir me estoy ahogando- gritaba delante de Akím, sujeta de las rocas
  • No pienses en eso, sigue adelante
  • Me caeré, las rocas están calientes
  • ¿Cuantos Wakos mataste allá atrás?
  • Uno solo ¿Por qué me preguntas eso ahora?
  • Las rocas te atacarán menos que el Wako que mataste
  • ¿Y si me caen encima?
  • ¡Apúrate! para que eso no suceda
  • No puedo moverme, me tiemblan las manos
  • Espera un momento
Akím sacó con gran esfuerzo la cuerda que iba enrollada dentro de su bolso. Tomó uno de los extremos y el otro se lo lanzó a la chica diciendo
  • Aferra la cuerda y amárrala a tu cintura
  • No puedo, mis manos están pegadas a las rocas
  • Sí puedes ¡nunca vi antes una chica como tú! ¡Puedes hacer lo que quieras!
  • Pues deberías salir mas a menudo
Pero diciendo esto se sintió con más confianza y muy despacio desprendió su mano izquierda y la estiró tomando la cuerda. La deslizó obediente y la amarró alrededor de su cintura. Entonces Akím se amarró a su vez y le gritó
  • Si caes te sostendré
  • Solo intenta no caer tu también – dijo ella sin que él pudiera escucharla
Una vez sujeta Anú comenzó a moverse muy lentamente, le costaba trabajo aferrar sus dedos de las salientes calientes y los orificios entre las piedras, sentía como de manera muy torpe sus botas se incrustaban en las estribaciones del muro. Con cada paso soportaba además de su peso, su propio miedo.
Finalmente alcanzaron la salida y se deslizaron por encima del torrente de piedras que había llenado el túnel hasta la mitad. Arriba se veía luz y se escuchaban aullidos y un continuo crepitar de llamas que iba en aumento. Salieron y soltaron la cuerda, guardándola en el bolso.
Cuando acabaron de salir vieron un paisaje desolado. La montaña en un costado se había desgarrado y desbarrancado con todo lo que tenía encima, árboles, vegetación, rocas y tierra. Las llamas cubrían buena parte del lugar y el humo se elevaba muchos metros hacia el cielo. La fuerza del viento era abrumadora, empujaba todo en ráfagas que aparecían de pronto y se elevaban nuevamente, tardaron un buen rato en darse cuenta de que era el dragón quien las producía bajo el batir furioso de sus alas.
El monstruo parecía bastante confundido. Allá abajo en medio de la devastación brillaban como diseminadas en varios kilómetros las muchas piedritas resplandecientes que los chicos habían dejado caer durante su ascenso subterráneo por la montaña. Ahora estaban expuestas, habían salido a la superficie debido a la acción destructora del dragón sobre la montaña. Y allí estaba el monstruo también, volando de un lado a otro, observando incrédulo los miles de trozos en los que se había transformado su Piedra de la Inmortalidad y parecía absorto en su desolación.
Mientras observaban asombrados, los chicos vieron una sombra aparecer en medio del humo y las llamas. Era Walo que emergía herido, con su lomo plateado lleno de sangre y sus ojos brillantes exaltados. Corrió hasta los chicos y al darles alcance lamió irreverente sus caras, manos y botas. Ellos lo abrazaron y trataron de limpiar sus heridas con la poca agua que les quedaba y con trozos de las mangas de sus camisas que aún les colgaban de los hombros.
De pronto los chicos enmudecieron, acababan de ver dos nuevas figuras de Wakos que emergían del humo delante de ellos. Sin embargo Walo no se movió y los otros dos no se mostraron agresivos, al contrario, se echaron al suelo, sumisos y manteniendo las cabezas gachas, siempre atrás de Walo y mostrándole respeto.
Con un movimiento de su fuerte cuello y de su enorme cabeza, Walo le dio a entender al chico que quería que lo montara. Akím le sonrió, comprendió que su amigo había encontrado dos aliados y alzando a Anú, antes de que ella se quejara, la montó sobre Walo y luego montó él también. Walo se levantó conservando a los chicos en su lomo y comenzó a correr encabezando la marcha, los otros dos venían detrás manteniendo prudente distancia y dispuestos a seguir a su nuevo Wako-Alfa hasta el fin del mundo. Asombrados se descubrieron recorriendo la montaña bajo la luz del sol que durante tanto tiempo habían evitado (Pero si el nuevo líder Alfa corría bajo el sol, ellos también lo harían).
Unos kilómetros adelante Anú distinguió un amplio agujero en el suelo por el que a esa hora emergían algunos murciélagos. Señalándolo le pidió a Walo que se acercara, desmontó y aproximándose a la orilla pudo ver muy al fondo el lago subterráneo. La luz se reflejaba y se devolvía desde la superficie del agua. Akím se acercó también a mirar y se sintió sobrecogido y tembloroso.
  • Debemos traer a Bragmar hasta aquí- dijo Anú
  • No, es mejor dejar la piedra en algún lugar visible y que el dragón la encuentre
  • Él no se marchará, nos perseguirá, puedo entender sus intenciones
  • ¿Qué quieres hacer con la piedra? ¿volver a las cuevas?
  • Quiero arrojarla al fondo del lago subterráneo.
Akím miró a Anú asombrado y un poco desconcertado
  • ¿Crees que el Dragón nos siga hasta aquí?
  • Sí, volvamos, llama su atención y tráelo a la trampa
  • Mejor sería si tu me esperas aquí, cerca de los árboles, no puedo seguir exponiéndote
  • ¿Y como sabremos a quien perseguirá?
  • Yo le mostraré la piedra y haré que nos persiga a Walo y a mí.

XXV
La Caída de Bragmar
Confundido y desolado, aquella tarde Bragmar pudo distinguir derramados sobre el abismo, miles de trozos brillantes de su Piedra de la Inmortalidad. Pero no era su piedra, eran las piedritas brillantes que Anú había recogido en las paredes de la caverna. Bragmar no lo sabía y vertió en el lugar sus llamaradas poderosas y notó con frío desánimo como los fragmentos de las rocas iban perdiéndose uno a uno bajo las llamas.
Luego de permanecer largo tiempo sobre el sitio comprendió que había sido engañado. Lograron despertarlo en su cueva con los aullidos y gruñidos furiosos de los animales que se peleaban sobre su cabeza. Consiguieron hacerlo ascender desde el fondo de la montaña tratando de darles alcance y finalmente, confundiéndolo, lo habían hecho tropezar con el engaño de los trozos brillantes sobre el suelo.
Con la mente en blanco por la furia y conteniendo la fuerza de su desolación Bragmar se elevó muchos kilómetros sobre la cadena montañosa. Desde el cielo borroso a la hora del crepúsculo pudo distinguir unos puntos lejanos que como sombras se perdían bajo el forraje espeso de un bosque que se extendía en las laderas bajas. Pero uno de aquellos puntos estaba acercándose ahora al lugar del derrumbe.
Akim venía sobre Walo y mostraba en alto la Piedra de la Inmortalidad del Dragón. “Bragmar” gritó Akím muchas veces y el dragón expuso con furia sus dientes al escucharlo. Decir el nombre de un dragón en su presencia equivalía a ofenderlo y el corazón del monstruo se heló por un instante. No podía moverse porque la sola mención de su nombre lo hechizaba y lo paralizaba. Era una ofensa que perseguiría de por vida a quien se atreviera a cometerla. Bragmar fijó sus ojos ardientes en Akím y la cara del niño se grabó para siempre en las ondulaciones oscuras de su cerebro feroz. Y sus ojos comenzaron a actuar como un sortilegio inevitable sobre la mente del chico.
Akím no entendía lo que estaba ocurriendo, podía escuchar de pronto la voz de odio del dragón en su cabeza como un eco que llegaba de muy lejos y muy profundamente. Parecía querer nublarle toda su voluntad. Mitad confundido y mitad admirado, y sin salir completamente de su espasmo sintió bajo su cuerpo el musculoso cuerpo de Walo, que ahora se tensaba y retrocedía sus pasos al sentir que el dragón comenzaba a revolotear justo por encima de sus cabezas, en su mente un solo pensamiento se hizo espacio, debía proteger a Akím.
Bragmar era ahora completamente visible en toda su magnificencia. Una luz rojiza iluminaba el enorme cuerpo del monstruo que se acercaba peligrosamente a Akím. El cuerpo del chico también estaba envuelto en aquella luz rojiza, lo hechizaba, la voluntad de ambos estaba entrelazada y sus mentes divagaban en algún rincón lejano y profundo imaginado por Bragmar.
Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad y sintiendo los latidos de su propio corazón enloquecido por la rabia, Akím mantuvo en alto la piedra y se sujetó al cuerpo de Walo, juntos emprendieron el regreso al punto en el que habían dejado a Anú.
Bragmar levantó su cabeza furioso y el hechizo se rompió dejándole sin aliento. Se elevó batiendo sus alas, tratando de empujar a Walo con el aire que expelía pero el animal se mantuvo en equilibrio y continuó con su desesperada carrera.
Exasperado y frenético el dragón se esfumó vertiginoso de la vista de Walo. Akím sentía su propia respiración agitada y los alocados latidos de su corazón, el sudor que bajaba por su espalda y el miedo y la determinación que lo impulsaban en su carrera. Bajo sus piernas los tensos músculos de Walo parecían bailar a unísono con la energía del chico.
De pronto el aire se hizo helado, bajaba como un susurro desde las cumbres elevadas de las montañas. El horizonte comenzaba abrirse como una pizarra pálida donde brillaban estrellas lejanas. Era la hora que precede al anochecer, la hora más fría, cuando el mundo se silencia y se abren los sentidos. Anú escuchaba claramente los jadeos poderosos de los Wakos ocultos a su lado y deseaba con todo su corazón ver aparecer a Akím en lo alto de la montaña que contenía el secreto lago subterráneo. Y allí los vio de pronto, pero no vio al dragón que los perseguía.
Cuando llegaron a la cima Walo y Akím no sintieron la presencia del dragón. Aquella cima era ancha como una meseta cuyos lados descendían en pendientes suaves y extensas. A su izquierda, sobre un ancho dosel del suelo, se extendía la abertura que daba acceso al lago subterráneo. Parecía un gran ojo abierto en medio del paisaje, cuya pupila miraba indescriptible al infinito. A esa hora miles de murciélagos alocados se precipitaban en salida de su gruta subterránea. Se escuchaba su aleteo frenético y el sonido estridente de sus gargantas.
Walo fue acercándose lentamente a la orilla del agujero observando a los últimos animales rezagados. En ese momento se detuvo. Delante de sus ojos pudo observar como de la profunda pendiente opuesta de la meseta emergía el dragón. Se elevó de frente, sus ojos los apuntaron enloquecidos y sangrientos, su enorme cuerpo estaba cubierto de escamas espinosas y grises. La piedra comenzó a brillar incandescente y a calentarse en la mano de Akím. Antes de que Bragmar pudiera atacarlos Akím sostuvo en alto la piedra y con toda la fuerza que tenía su brazo la lanzó directamente al centro del agujero en el piso. Por un instante la piedra brilló como estrella fugaz en plena caída.
Bragmar contuvo el aliento y siguió con la mirada la trayectoria de la piedra, elevó por última vez sus vigorosas alas y se lanzó en picada a través del agujero en la meseta que sucumbió bajo la poderosa fuerza de la bestia y con sus bordes hechos añicos se agrandó tanto como para que el dragón se introdujera directamente hasta el fondo del abismo, sumergiéndose en su propia perdición.
En ese instante la tierra comenzó a temblar fuertemente bajo las patas de los Wakos que se lanzaron pendiente abajo en vertiginosa carrera. Akím llegó montado en Walo y recogió a Anú de entre los árboles. Ambos se sujetaron enérgicamente el cuerpo de Walo. Huyendo notaron como la explanada alta en la cima se iba desmoronando a su paso acompañada de un rugido profundo que parecía ascender desde las mismas entrañas de la tierra. Comenzaban a emerger columnas de vapor por entre los resquicios del suelo. Tras sus cabezas un formidable chorro de agua se elevó desde el abismo a muchos kilómetros hacia el cielo originando un ruido atronador, era el rugir del agua poderosa alcanzando altura.
Corrían ladera abajo cuando miles de rocas de todos los tamaños empezaron a llover sobre sus cabezas. Los animales las esquivaban ágilmente. La luz mortecina les mostraba un paisaje gris, que se iba cubriendo de ceniza y rocas y donde parecía que las emisiones gaseosas se tragaban todos los colores.
Cuando alcanzaron las faldas bajas del monte se volvieron para mirar como una masa amorfa de roca blanda molida e incandescente brotaba desde los bordes en la cumbre y arrastraba y aplastaba a su paso los árboles, las piedras del suelo, la ceniza y el polvo. Hervía con llamaradas crepitantes y creaba resplandores fulgurantes que consumían las peñas y lamían la superficie mientras se deslizaba vertiente abajo. Consumía todo, dejando un vacío de laderas retorcidas y chamuscadas. La montaña vomitaba sus entrañas.
De pronto los chicos notaron asombrados que estaban rodeados de una multitud de animales grandes y pequeños que venían huyendo también del desastre en la cima. Incluso algunos murciélagos lograron abandonar a tiempo la cueva donde cayó el dragón. Ahora todos corrían, se diseminaban, se perdían de vista tras las estribaciones de la cadena montañosa. Para alejarse del peligro de la erupción Akím decidió que debían seguirlos.