sábado, 26 de noviembre de 2011

Parte 2 La piedra llega a manos de Akim. Su aventura empieza

De un solo salto, que pareció detenerse en el tiempo, Yako alcanzó la piedra y la tomó entre sus dientes. Sobre la cabeza del inmenso monstruo el wako parecía apenas una sombra que cruzó a toda velocidad de un lado al otro. Y antes de que Bragmar despertara llegó de vuelta a la hendidura donde lo aguardaba el asombrado grupo de Wakos.
Este acto de valentía acrecentó su poder entre sus subordinados. Desde entonces Yako-Alfa contó siempre y hasta el fin de sus días con un grupo de animales que lo siguió ciegamente incluso hasta su propia ruina.
Más de cinco días les llevó el retorno entre las galerías y no se detuvieron en ningún momento. Sólo se sintieron a salvo cuando abandonaron las cavernas y se deslizaron fuera por los senderos de las escarpadas montañas, nuevamente con Yako-Alfa de guía. El camino de regreso les resultó inquietante, cada momento temían sentir el vuelo de Bragmar sobre sus propias cabezas, pero no fue así, ninguna eventualidad interrumpió su viaje. A medida que se alejaban del dragón, Yako notó que la piedra iba perdiendo su brillo hasta que quedó completamente extinguida. Solo parecía una piedra transparente y común.
Durante la marcha todos se encontraban terriblemente hambrientos. Lograron cazar pequeños animales pero no pudieron frenar su voracidad, la mala animosidad aumentaba en el grupo. Una noche antes de alcanzar su territorio Yako provocó una pelea entre los Wakos y dieron muerte al compañero de pelaje rojizo que luego fue cruelmente devorado por todos. Jurándole lealtad a su jefe, aquellos animales decidieron mentirle al resto de la asamblea en cuanto al destino sufrido por el Wako muerto.
Pero el daño estaba hecho, entre ellos creció la desconfianza y el miedo que habrían de sentir siempre en presencia de su jefe. No eran capaces de enfrentar ninguna de sus decisiones, jamás le pidieron explicación acerca de sus ideas o planes y nunca se separaron de él, ni aún en la mala hora en la que sus destinos se vieron entrelazados con la muerte o la rendición. Sin embargo al llegar a los dominios de los Wakos en las altas rocas de las montañas fueron acogidos como grandes héroes y se prepararon para llevar a cabo la siguiente etapa del plan.

V
Una Piedra y un Niño

Aquella mañana los habitantes de la Aldea en lo Alto se levantaron como siempre. Eran un pueblo simple y trabajaban y vivían de la tierra. Disponían de escaleras plegables para descender y dirigirse a sus campos sembrados para cosechar, recoger y traer las provisiones de alimento diario alrededor de las cuales giraba toda su existencia. Algunos se quedaban cerca de sus casas tejiendo, cortando madera para hacer muebles o juguetes, y otros trabajaban preparando vasijas de cerámica. Todos acarreaban muy temprano el agua que habrían de utilizar durante el día.
Una mujer encontró en medio de las casas aquella piedra extraña, redondeada y algo transparente. No parecía nada especial a primera vista, pero como nunca antes había hallado nada igual decidió guardarla en su bolso de trabajo y entregarla al atardecer a los sabios ancianos de la aldea, quienes a esa hora se reunían para educar a los niños, hablar acerca de las leyendas y las historias de otras épocas, y dictar las sencillas leyes de todos.
Para Akím aquella fue una jornada como cualquier otra, descendió de su hogar junto a su padre, que cojeaba debido a una vieja herida de guerra, y se dirigieron a sus parcelas labradas en los campos de trabajo. A medio día fueron al río, compartían un íntimo gusto por la pesca y aprovechaban el tiempo libre para practicarla hasta tarde. Cuando el sol anunció con sus rayos que se ocultaría pronto en el horizonte, volvieron a casa.
Al atardecer todos los habitantes de la aldea trepaban por sus escaleras de mano hasta los andamios que sostenían sus casas. Akím y su papá lo hicieron también. Y mientras su padre calentaba el fuego y la cena adentro, el chico se quedó un rato más observando el cielo. Y es que Akím amaba las puestas de sol y se sentaba con las piernas colgadas sobre el borde del andamio a contemplar como los colores cambiaban la expresión de las nubes lejanas y daban nuevas formas a la cara de la tierra. Akím imaginaba tierras extrañas y distantes aventuras llenas de color como el horizonte mismo.

Entonces solía preguntar:
  • Papá ¿Crees que mamá esté mirándonos ahora?
  • Claro Akím ¿No vez su cabello rojo desordenado en el cielo? Ella está allí cada atardecer saludándonos nuevamente.
Por eso Akím sonreía a los rayos anaranjados del atardecer y no entraba a su casa hasta que el sol terminaba de despedirse en el cielo.
Aquella noche hubo una agitación inusitada entre los habitantes de la aldea. De casa en casa atravesando puentes colgantes, los vecinos comenzaron a llamarse unos a otros, los ancianos estaban reuniendo a todos en la Casa-Centro del pueblo.
Cuando Akím entró junto a su padre en la estancia amplia y bien iluminada de la Casa-Centro, intuyó lo raro de la situación. Todos los aldeanos estaban allí, caso insólito ya que la gente mostraba poco interés por los cuentos de antaño. Allí estaban los niños, sus compañeros de juegos y sus madres, padres, abuelos, primos, tíos, jóvenes y viejos.
Las voces no cesaron hasta que entraron los ancianos sabios, entonces los adultos ocuparon las sillas rústicas de madera y los niños se sentaron con las piernas cruzadas en el suelo. Todos esperaron a que el Viejo-Sabio hablara. Este, sentado en su sillón, se dirigió a los presentes:
  • Se han de preguntar ustedes - dijo con voz clara- por qué interrumpí la paz de sus hogares esta noche. Aunque los niños se sentirán aliviados de sus lecciones, ya que nos atañen por el momento cosas de mayor importancia.
Los niños comenzaron a reír pero la cara seria del Viejo-Sabio les hizo callar inmediatamente.
  • Hoy ha llegado a mis manos ésta piedra- y levantándola en alto la mostró a la audiencia, mientras otro Sabio decía:
  • Es una reliquia del pasado, un tesoro que ya no puede verse hoy en día y que no deberíamos estar contemplando en este momento. Pocos entre ustedes o entre quienes viven hoy reconocerían el peligro que atrae sobre quien la posea.
Todas las caras se miraron con expresión confusa, nadie entendía aquel acertijo. Y el Viejo-Sabio retomó la palabra:
  • Se trata de una joya realmente valiosa y que es poseída por un dueño al que hay que temer.
Al decir esto se inclinó hacia los niños y abrió sus ojos desmesuradamente provocando un salto de asombro entre los pequeños. Y continuó:
  • Esta es la Piedra de la Inmortalidad de un dragón, su tesoro mas preciado, el peso de su propia alma. Y ha de estar buscándola ahora mismo y si la encuentra aquí acabará con nuestra aldea, para lo que le bastaría una de sus poderosas llamaradas.
Todos se agitaron en sus asientos -¿Qué podemos hacer?- ¿Cómo llegó aquí?- ¿Por qué a nosotros?- así iban creciendo los rumores, las dudas y los miedos entre los presentes. Entre tanta confusión el Viejo-Sabio volvió a hablar:
  • Cómo y por qué llegó aquí es algo que no podemos explicar, ni aún con toda nuestra sabiduría de ancianos. Sólo sabemos que debemos sacarla de aquí cuanto antes para no atraer sobre nosotros la ira de su legítimo dueño.
Tomando la palabra el otro anciano, que en ese momento miraba a Akím junto a su padre, dijo:
  • Así que hemos decidido que sea Kimath quien lleve la piedra a sitio seguro, ya que es él y no otro, el único soldado sobreviviente de las últimas guerras que aún vive entre nosotros
Akím no concebía lo que veía cuando su padre se acercó a los ancianos y tomó de la mano del Viejo-Sabio aquella extraña reliquia llegada del pasado remoto que podría ser la causa de su propia muerte (aquel pensamiento lo aterró). Tampoco escuchó ni sintió los saludos de asombro y felicitación que salían de todas las bocas a su paso, mientras se dirigían lentamente, a través de los puentes colgantes, a su casa.
Una vez allí su padre no habló. Tomó la piedra y la depositó cuidadosamente dentro de un cofre. Sacó de un viejo baúl de madera una espada corta de acero azul, un chaleco de anillos en malla para proteger el pecho y un hermoso cinturón para sostener todo al cuerpo. Era la vestimenta de un soldado, muy antigua, ya en la aldea no se fabricaban cosas así. Luego besó a Akím en la frente y se fue a dormir, aparentemente tranquilo.
Akím no podía aceptar lo que estaba ocurriendo, aunque su padre ostentaba aún gran parte de la fuerza que lo destacó como soldado, había sido herido y no podía caminar como antes, se veía impedido de desplazarse a gran velocidad. ¿Y si se encontraba en peligro?- ¿Y si los Wakos lo atacaban?- ¿Debería permitirlo?- Pero siendo solo un niño ¿Qué podía hacer ahora?- Estos pensamientos lo atormentaban.
El chico se movía en su cama de un lado a otro mientras una idea iba inundando su cabeza. Se levantó lentamente, pasó frente al cuarto de su padre con paso sigiloso y comprobando que él dormía se dirigió con prudencia hacia el sitio donde colgaba su bolsa de trabajo. Despacio y sin hacer ningún ruido extrajo de ella las herramientas del campo pero dejó la caña de pescar y una pequeña cacerola. Caminó discretamente hasta donde se encontraban las vestimentas de soldado de su padre y su espada, las tomó y las metió en la bolsa. Finalmente hurtó la piedra del pequeño cofre y la guardó también.
Se puso su abrigo y botas, se colgó la bolsa a la espalda (muy pesada), extendió la escalera de mano y descendió de su casa en medio de la noche llevándose a su vez una cuerda y provisiones de las que tenían guardadas.
Bajo la sombra clara de la luna y sin mirar atrás se alejó corriendo por la ladera de la montaña, acallando en su mente los remordimientos por lo que hacía y dejando a lo lejos las casas en alto de su aldea.






sábado, 19 de noviembre de 2011

Parte 1 Cuentos para compartir

Esta es la primera parte de la historia de "La Piedra Mágica del Dragón". Espero que la disfrutes tanto como yo al escribirla.
Gracias de nuevo por compartir esta aventura...


La Piedra Mágica del Dragón

Esta es una historia antes de la historia… Un relato que sucedió hace muchos, pero muchos miles de años cuando el tiempo y el mundo aún eran jóvenes… es el tiempo en el que los seres humanos aún convivían con animales míticos y extraños, y entre ellos se conocían muy poco pues se veían obligados a vivir aislados. Su mundo era un lugar tan fantástico como la imaginación eterna de los niños… Y ésta es una historia fantástica… la historia de un niño que se atrevió a ir más allá de lo que habían ido sus antepasados y vivió experiencias maravillosas…Algunos pensarán que es imposible y absurda pero no aquellos que conocen de verdad la fantasía vívida y saben con certeza que la única limitación para los sueños es aquella que nuestra propia mente nos impone…

I

La Aldea en lo Alto
Durante las últimas semanas Akím no había dormido bien, casi todas las noches el aire se cargaba con los aullidos de los Wakos. Podía sentir aquel canto constante como un martilleo en sus oídos, que rebotaba en su cabeza y se convertía en sus peores sueños. Aquel aullar repetitivo transformaba las sombras de la noche y las hacía vagar infinitamente frente a sus ojos, le producía una sensación de vértigo que terminaba por hacerlo caer en el vacío desesperado del miedo, solo interrumpido por la presencia de aquello que se teme demasiado cerca.
Durante las últimas semanas también había escuchado de continuo las pisadas de los Wakos, que bajo los troncos que sostenían su casa se deslizaban como nubes furtivas en la oscuridad. Al principio se arrebujaba en sus cobijas y no lograba conciliar el sueño, pero luego de algunos días optó por quedarse despierto y atento a aquellos pasos disimulados que se anunciaban desde lejos.
Una noche pudo más la curiosidad que el temor y asegurándose que su padre dormía se dirigió con sigilo a la puerta de su cabaña, se deslizó sobre el vientre y se acercó al borde de la plataforma sólo para ver pasar como rayos veloces los enormes cuerpos negros de los Wakos. Akím quedó paralizado, su sangre galopaba fuertemente a través de sus sienes y sus ojos no podían cerrarse. Allí abajo, una y otra vez, las figuras negras olfateaban, escudriñaban y se agazapaban. Su fuerte olor llegaba en una exhalación y se transformaba en vapor que iba cubriéndolo todo.
Aunque debido a la presencia de aquellos animales los habitantes del pueblo de Akím habían construido sus casas en lo alto (sostenidas en plataformas montadas sobre pilares de troncos) los Wakos no cesaron nunca en su intento de atrapar a los hombres incautos o de robar en medio de la noche las provisiones de los aldeanos.
Ahora nuevamente se hallaban allí, su pelaje azabache resplandecía bajo la pálida luz de luna, sus ojos rojos lograban ver a través de las tinieblas de la noche y sus grandes patas parecían flotar sin tocar apenas el suelo. Se escurrían silenciosos pero se comunicaban entre sí manteniendo constante contacto visual entre unos y otros. El niño agachó su cabeza temeroso de ser descubierto y enfocado por aquellos ojos. Esperó sin moverse hasta que el mutismo se apoderó del lugar y pudo lentamente deslizarse de nuevo dentro de su cabaña. Aún tembloroso y sudando se metió bajo las mantas de su cama.
Era la primera vez que Akím veía aquellos animales, y al hacerlo comprendió la forma de vida que llevaban en su pueblo. Eludían con terror a los Wakos y era difícil encontrarlos. Durante el día los Wakos no salían y los aldeanos aprovechaban la luz para sembrar y construir sus casas en lo alto. Cada noche en cambio aquellos animales atravesaban los bosques de troncos y veían sobre sus cabezas las viviendas de los hombres sin poder hacer nada para llegar hasta ellas. Aún así, ya no era mucha la gente que vivía allí, con el tiempo se habían ido o se habían mezclado con otros pueblos y sólo algunos pocos mantenían su herencia original.
II
La Reunión De los Wakos
Aquella noche había luna llena, las sombras fantasmales rodeaban a lo lejos los senderos de las florestas y las laderas de las montañas. El viento agitado recorría las cuestas pedregosas y las orillas de los ríos, despertando lentamente su canto nocturno. Los árboles y los animales en ellos se mantenían inmóviles. A media noche comenzaron los aullidos, las gentes en sus casas se estremecían y cubrían doblemente a sus hijos o avivaban el fuego en la lumbre del hogar. Los Wakos se estaban reuniendo.
Llegaban de todas partes. Wakos de lomos plateados y grandes patas que vivían en lo alto de las montañas. Wakos enanos y peludos que moraban en las cuevas de las tierras bajas. Wakos delgados, rojizos y de largas zancadas acostumbrados a vivir entre las rocas de las distantes praderas. Y los Wakos fuertes, de grandes colmillos blancos, y gran resistencia para perseguir y cazar a sus presas entre las manadas de animales salvajes.
De todos los senderos venían caminando en filas sombreadas por la luna. Venían a reunirse en lo alto de las colinas de las rocas calizas, dominio de los Wakos Lomo Plateado. Habían sido todos convocados por éstos, los más antiguos Wakos que se conocen y también los más sabios. Eran aún todos ellos comandados por el Wako-Alfa más viejo de la manada más vieja, éste tenía ya todo el pelo encanecidoRodeábale su manada de Wakos Lomo Plateado y a su derecha se situaba su hijo Yako, con grandes patas y colmillos relucientes. Cuando todos se hubieron ubicado Wako-Alfa habló:
  • ¡Hermanos Wakos! Fuertes, Enanos, Pelirrojos y Lomos Plateados, muchos han sido los años que hemos vivido sobre esta tierra y muchos aún vendrán en los que nuestras voces se escucharán como la ley de estos dominios, sin oposición y con miedo.
Grandes estallidos de aullidos llenaron los espacios vacíos entre las rocas. Y Wako-Alfa continuó:
  • Aún así nuestra fuerza se ha reducido y nuestro número disminuye, y si nuestras leyes ya no se escuchan y nuestro pueblo agoniza es por culpa de los HOMBRES.
Ahora se mantenía un profundo silencio, cada Wako sentía en su interior dolor por aquellas palabras. Todos comenzaron a mostrar sus colmillos con odio.
  • ¡Sí Hermanos! De los hombres, que ya no muestran respeto por nuestro pueblo y han dejado de proveernos alimento. Alejan a los animales y se burlan de nosotros escondiéndose, planeando nuestra destrucción y la ruina de nuestra tierra.
Nuevos estallidos de gruñidos furiosos.
  • Si hemos de bajar la cabeza ante estos enemigos no lo haremos sin pelear, por eso os he convocado aquí esta noche, para iniciar una GUERRA.
De todas las gargantas salían aullidos de júbilo, de odio, de rabia, de furia contenida durante mucho tiempo.
- Pero para poder llevarla a cabo necesito el apoyo y la ayuda de cada uno de ustedes, con la fuerza de todas las manadas juntas, solo así lograremos vencer al hombre e implantar nuevamente la Ley del Aullido y del Colmillo que será escuchada y acatada por cada ser viviente en nuestro territorio.
Todas las patas comenzaron a golpear el suelo al unísono, a modo de marcha constante y aterradora, que iba en aumento y rompiendo el silencio de la noche. El Wako-Alfa esperó a que aquella manifestación de orgullo y apremio concluyera para continuar diciendo:
  • Pero ahora los años me pesan, así que aquí he de presentar a mi hijo Yako como nuevo líder y esperar si alguno le presenta desafío para que pruebe su capacidad frente a esta asamblea.
Yako, que estaba a su derecha, se adelantó. A la luz de la luna su fuerte lomo plateado se veía aún más reluciente. Su tamaño era impresionante y sus colmillos blancos intimidaban a cualquier oponente. Sin embargo era un Wako y sabía que no podría ser un líder sin un desafío que demostrara su grandeza.
Sólo un Wako Fuerte se atrevió a hacerlo. Luego de los Lomo Plateado los Wakos Fuertes eran los de mayor jerarquía debido a su gran tamaño. Siempre habían deseado la jefatura sobre las manadas, que desde el principio había sido ejercida por los Lomo Plateado ya que eran los más antiguos. El Wako Fuerte se aproximó a Yako. Los que estaban alrededor se alejaron dejando un círculo en el que los dos animales se miraron frente a frente.
Wako-Fuerte atacó primero, se lanzó con una dentellada sobre Yako rozando apenas su pata peluda. Yako retrocedió y saltó sobre el lomo de su adversario y éste se retiró no sin haber recibido un fuerte mordisco en la espalda. Debilitado y sangrante pero aún dueño de toda su furia, Wako-Fuerte embistió por un costado a Yako quien repentinamente perdió el equilibrio y calló. Entonces, aprovechando la caída de su adversario, Wako-Fuerte se arrojó sobre él tratando de desgarrar con sus dientes el lomo plateado de Yako, quién no pudo reprimir un fuerte aullido de dolor y rabia. En cuanto pudo Yako se separó de un salto hacia atrás de su oponente y ganando tiempo se repuso y de pronto saltó otra vez y se fue encima del Wako-Fuerte, rebotando varias veces sobre su lomo y aplastándolo bajo su peso. Yako mantenía ahora sus mandíbulas apretadas sobre el cuello del Wako-Fuerte, quien murió asfixiado tratando en vano de deshacerse del cuerpo de Yako que lo aplastaba y mordía inevitablemente.
Toda la asamblea contenía el aliento. No se escuchaba ni un quejido, ni un gemido, ni aún entre las filas de los demás Wakos Fuertes. Tan rápido y letal había sido el ataque de Yako que nadie se atrevió a emitir ningún sonido.
Yako soltó el cuerpo sin vida de su oponente, y aún con el hocico bañado en sangre y con su voz de trueno gritó:
  • Reclamo para mí y mi manada la jerarquía de los Wakos.
Se rompió así el silencio y hubo grandes manifestaciones de apoyo y aprobación. Los Wakos tenían un nuevo líder y ninguno osaría en adelante desobedecerlo.
Ya en el horizonte comenzaban a aparecer los primeros rayos de luz. El cielo clareaba lentamente, así que la asamblea se disipó, quedando obligada a reunirse durante la noche siguiente para escuchar a su nuevo guía.
III
YAKO-Alfa
A la siguiente noche ya estaba Yako ocupando su nuevo sitio en el morro más alto de las rocas calizas en las montañas, desde donde veía venir a todas las demás manadas de Wakos bajo la luz de la luna.
Yako se veía tan imponente como su padre, aunque en sus ojos, a diferencia de los de aquel, brillaba una nueva luz cargada de terrible aborrecimiento.
Yako había crecido sin conocer el miedo, era irreverente y poco reflexivo. Prefería la pelea y el enfrentamiento al acuerdo mutuo o al sometimiento. No sentía aprecio por nada y no aceptaba depender de nadie para sobrevivir. Se creía con derecho y sin impedimento a la jefatura de la manada y se veía a si mismo como el único capaz de llevarla a cabo adecuadamente.
Cuando ya todos se habían ubicado como la noche anterior, Yako-Alfa se dirigió hacia ellos con entusiasmo renovado:
  • ¡Hermanos! Ahora soy la voz de mi padre y la voz de vuestro interior. Ahora sólo escuchareis mis palabras. Porque ahora mi voz es la Ley del Aullido y del Colmillo. Y no seré nada sin ustedes y ustedes no serán nada sin MÍ.
Un profundo silencio enmarcaba su mensaje, éste era un líder más fuerte que ninguno y tan poderoso como todos, tenía la aprobación íntima de la manada por su fuerza, y la colaboración total de cada uno por sus palabras.
  • Soy lo que cada uno desea de mí y seremos juntos los más poderosos
Estallaron enérgicas manifestaciones de apoyo: Aullidos, marchas, movimientos de colas, cabezas y patas que tardaron un buen rato en ser acalladas. Cuando la asamblea volvió finalmente a la calma, Yako-Alfa habló de nuevo:
  • Entre los Lomo Plateado y yo hemos ideado el modo de destruir a los humanos y deseamos que sea aprobado por todos los presentes en esta asamblea.
Yako miró a cada uno directo a los ojos, y ninguno soportó por mucho tiempo el peso de su mirada. Uno a uno, los Wakos fueron obligados a bajar la cabeza en señal de sumisión, una conducta de disciplina exigida entre animales de la misma manada frente al líder.
  • He aquí nuestro plan: Unos cuantos de entre nosotros ascenderán a las cuevas profundas de las altas montañas del este, que son la morada de Bragmar, el último dragón.
Los Wakos en la asamblea contuvieron el aliento.
- Una vez allí robarán la Piedra de la Inmortalidad de Bragmar y la colocarán en medio de la aldea de los hombres. Así cuando el dragón descubra donde está, destruirá la aldea y con ella a nuestros enemigos que quedarán al descubierto.
La Piedra de la Inmortalidad era una joya que cada dragón poseía y que le permitía vivir para siempre. Muy al contrario de lo que se podría pensar, no se trataba de un hermoso diamante o de un rubí, sino de una sencilla roca de forma redondeada que se tomaría por una piedra cualquiera.
  • No arriesgaré la vida de ninguno de ustedes sin antes arriesgar la mía propia, así pues partiremos mañana por la noche, si alguno quiere acompañarnos será bienvenido.
Yako se adelantó con dos Lomo Plateado. Entonces un Wako-Rojizo se acercó también, y luego dos Wakos-Fuertes de enormes colmillos junto a un Wako-Enano muy peludo completaron el grupo.
Yako se exponía a que el primer capítulo de su vida como jefe fuera también el último y sin saberlo esperaba con el corazón anhelante. Durante el siguiente anochecer los siete animales comenzaron la marcha que no sólo habría de ser dura, sino que les demostraría con el tiempo que habría de cambiar para siempre sus vidas.
IV
La Mansión de Bragmar
El grupo de Wakos corría sin detenerse con Yako-Alfa a la cabeza. Sus enormes patas apenas salpicaban el suelo ya arenoso, ya sembrado de hierbas, ya lleno de rocas. Se movían como sombras fantasmales y silenciosas en la oscuridad nocturna y nada los hacía descansar, ni el sudor, ni la sed, ni su propio cansancio. Iban dirigidos por la voluntad de Yako que era mayor a cualquier otra emoción que pudieran recordar.
Al correr experimentaban la sensación milenaria del placer que llevaban en la sangre todos los de su raza. Sentían el poder de sus músculos y la libertad de recorrer sin oposición sus propios territorios. No tenían ni sombra de duda sobre el plan trazado por el jefe y lo llevarían a cabo aún a costa de sus propias vidas.
Mientras era de día se ocultaban bajo las rocas, plantas o cuevas y al anochecer reanudaban la marcha. Tardaron veinte días con sus noches en alcanzar las cumbres de las montañas del este donde reptaban las profundas cuevas de Bragmar.
Entraron a las cuevas. Casi al instante les invadió el peso del aire enrarecido y una intensa humedad a sus pies. Las cavernas eran abruptas y oscuras, se abrían en galerías desoladas donde sólo de vez en cuando encontraban agua, algunos líquenes y hongos sin color. Por muchas horas viajaron a través de las galerías sin hallar nada más que oscuridad, humedad y una emanación gaseosa e intensa. A medida que avanzaban aumentaba el vapor y un olor a podredumbre que invadía el cuerpo y el espíritu.
Sin embargo eran de una estirpe que no se aminalaba fácilmente. Harían falta más que cavernas oscuras o monstruos dormidos para que los Wakos aceptaran una derrota. La furia instintiva recorría su sangre y la supervivencia de la ley de matar o ser muerto regía sus conciencias sin permitirles reflexionar acerca del plan que tenia el jefe en mente.
Luego de una caminata interminable divisaron a lo lejos una luz intensamente roja y que se colaba por entre las ranuras más pequeñas de las rocas en las cavernas. Se acercaron sigilosos y por una hendidura abierta hacia una espaciosa sala vieron a la fascinante bestia, quien yacía aparentemente dormida sobre un suelo de arena y polvo.
Los rojizos resplandores del cuerpo del dragón creaban la luminosidad que los Wakos habían estado siguiendo.
Pisando con cuidado notaron que el suelo estaba lleno de esqueletos de animales muertos hacía ya mucho tiempo. Cabezas, mandíbulas, largos huesos, dientes y hasta colmillos de Wako. Un estremecimiento los obligó a retroceder. Solo Yako, conteniendo los enloquecidos latidos de su corazón, fue capaz de adelantarse lentamente hasta las patas del dragón, que sostenían su cabeza dormida. Y sobre su cabeza entre las espinosas escamas vio la piedra. Brillaba como una antorcha sobre la frente del monstruo.