sábado, 4 de febrero de 2012

Parte 6 Caminos Bajo el Sol

XVIII
La Puesta de Sol

Caminar no les resultó tan difícil después de todo. Siguieron el sendero del río. A media tarde escucharon al grupo de gente que desde la Ciudad Subterránea los seguía y decidieron esconderse, sabían que sus perseguidores se verían obligados a volver con la cercanía de la noche, ya que no se expondrían a un posible ataque de los Wakos, cuyas probabilidades de aparecer aumentaban al caer la tarde.
Y no se equivocaron. Antes de que el cielo terminara de oscurecer, los chicos vieron como los aldeanos dieron media vuelta y regresaron por el sendero por el que habían venido. Sólo entonces se sintieron seguros y descargaron los fardos y las provisiones.
Akím se quedó mirando por primera vez, luego de más de seis meses, la puesta de sol y de golpe se le vinieron encima los recuerdos de su madre con el cabello al viento y de su padre asegurándole con su voz lejana que ella lo veía. Sintió unas terribles ganas de llorar, pero se aguantó pensando en el valor que demostraba Anú al ocultar sus propios sentimientos. Descubrió que se sentía mejor mirándola y decidió ayudarla a sacar las provisiones que repartieron esa noche y a buscar un lugar seguro y alto para descansar mientras los Wakos aparecían.
Pero aquella noche y luego durante muchas noches más los animales no aparecieron y los niños y Walo se vieron liberados del temor y la rabia que provocaban los Wakos en sus correrías nocturnas. Aún así repartieron turnos para vigilar, pero como Walo se empeñaba en quedarse despierto continuamente, los niños terminaron por dormir al mismo tiempo y despertar con el sol picándoles la cara.
Caminaron varios días siguiendo el sendero del río, sin tomar ninguna decisión definitiva acerca del próximo paso a seguir o el plan que llevarían a cabo para resolver el dilema de la piedra. Como el río era una fuente de agua inagotable, descargaron el fardo del agua y lo llevaron vacío, lo que aligeró su carga. Se limitaron a disfrutar la belleza del paisaje, los sonidos de la naturaleza a su alrededor y la paz de su propia compañía.

El río se abría camino a través de un valle que se extendía hasta el horizonte. Ningún ser humano vivía por allí, pero sí grandes manadas de animales que se propagaban en grupos dispersos coloreando el paisaje solitario. Era una extensión de verde interminable con árboles disgregados, inacabables flores de colores, coros de pájaros y danzas de mariposas. Todo bañado por un sol constante que elevaba mucho la temperatura pero permitía aquella vida reverberarte.
Walo se divertía durante muchas horas correteando a las manadas de animales salvajes que a su paso echaban a correr diseminándose. Le encantaba sobre todo espantar a las aves que anidaban en inmensas colonias sobre los árboles y al escuchar el paso y los ladridos de Walo se elevaban en vuelo contándose por miles y cambiando el matiz del cielo, parecían nubes de colores extravagantes, bandadas amarillas, rojas y con un sinfín de tonos brillantes. Lo más impresionante para los chicos era el ruido de sus alas batiéndose en desenfrenada huída y el graznar de sus gargantas en conjunto como si invocaran una sola voz para asustar a sus enemigos. Cuando Walo no estaba correteando se pasaba el tiempo dormitando en los lugares donde los chicos se sentaban a comer.
Las noches en aquel lugar eran increíblemente claras y estaban acompañadas por un croar incesante de ranitas al borde de los riachuelos, lagartijas bajo las hojas, mágicas cigarras de voces nocturnas, hormigas que no paraban de trabajar de día o de noche, y el vuelo ocasional de alguna lechuza buscadora de ratas bajo el suelo.
El amanecer se anunciaba con el mugir de algunos animales, el canto interminable de los pájaros en vuelo tras su desayuno y los rayos de un sol que parecía querer desatar un incendio. Walo era el primero en ponerse en pié, lo hacía de un salto empujando hacia arriba su enorme cabeza, lanzándose directamente al agua del río, chapoteando y volviendo para lamer las caras y las manos de los niños que aún dormían. Y como continuaban repartiéndose las provisiones, Walo no necesitaba cazar su alimento.
A esa hora los niños decidieron sacar los mapas que habían traído consigo y averiguar donde se encontraban
  • Creo que es aquí- dijo el chico poniendo su dedo sobre un espacio vacío del mapa
  • Lo llaman “Planicie de la tranquilidad”- dijo Anú señalando la leyenda del mismo
  • Si continuamos hacia el este veremos aparecer a nuestra izquierda una gran cadena de montañas ¿las ves?
  • Si pero me cuesta calcular la distancia
  • Debemos pensar que aún estamos muy lejos porque no vemos nada en el horizonte
  • Hacia el final de la cadena montañosa y sobre uno de los picos dice “ M-Guarida de Bragmar”
  • Si… La Montaña Guarida de Bragmar- dijo Akim como en sueños- Debemos seguir nuestra ruta hasta allí
Sabían que se encontraban en territorio Wako, pero no podían explicarse por qué no parecían correr ningún peligro ¿Qué habría pasado con la manada? ¿Por qué no habían vuelto a verlos? ¿Estarían preparándoles una trampa? Desecharon la idea ya que la planicie no les otorgaba a los Wakos ningún lugar para esconderse, y menos aún para preparar una celada, estaban además rodeados de animales por todas partes que saldrían en loca carrera al apenas percibirlos, así es que cuando se acercaran inevitablemente los chicos los verían llegar.
XIX
La división de los Wakos

Luego de la carrera desenfrenada persiguiendo a los chicos y al Walo traidor, y luego de las muertes causadas por la furia de Bragmar y por el diente largo y azulado que cargaba uno de los humanos, los Wakos se hallaban desconcertados, molestos con su líder y más agresivos que nunca.
Algunos de los animales más viejos o más débiles habían sido liquidados por aquellos que no pudieron ser controlados luego de desatarse el desorden colectivo y endemoniado que causó el ataque del dragón. Otros volvieron a sus guaridas originales alejándose para siempre de las altas rocas calizas de los Wakos Lomo Plateado, viviendo vidas separadas y muriendo sin dejar nuevas generaciones. Y otros más se perdieron en los alejados territorios que nunca estuvieron dentro de las fronteras de los Wakos.
Pero los que se quedaron formaron dos grupos bien definidos. Uno al mando de Yako-Alfa, quien aún era considerado líder, este grupo estaba conformado por los restantes Lomo Plateado y muchos Wakos Enanos. El otro grupo quedó integrado por los Wakos Fuertes, eternos rivales de los Lomo Plateado, y habían acogido entre sus filas a la gran mayoría de Wakos Rojizos que desconfiaban de Yako y de sus métodos para convencer empleando la fuerza y la brutalidad contra ellos.
Estos grupos desataron una guerra que duró siete noches, al cabo de las cuales su número se había reducido considerablemente sin establecer un ganador absoluto. La primera noche los Wakos Fuertes fueron emboscados por los Lomo Plateado, quienes los esperaron agazapados tras los arbustos cercanos al río. Lo único que los Fuertes tuvieron tiempo de ver fueron las sombras de sus atacantes cayéndoles encima. Muchos de los Fuertes terminaron masacrados. Así fue como decidieron vengarse.
La segunda noche los Fuertes, junto a sus aliados Rojizos, llegaron sigilosamente a las altas rocas calizas dominio de sus enemigos. Los vieron salir y dirigirse a cazar y esperaron durante horas su retorno. Cuando comenzaron a escuchar los primeros aullidos salieron a su encuentro arrojando rocas desde lo alto, aplastando a muchos e hiriendo a otros. Luego devolvieron, sobre los sobrevivientes, el feroz ataque recibido la noche anterior, dejando las ranuras entre las peñas manchadas con su sangre.
La tercera y cuarta noche no hubo tregua, ambos grupos protagonizaron escaramuzas en cada lugar donde se hallaron y los cuerpos amanecían destripados en grandes extensiones de terreno.
Las noches que siguieron fueron ejemplo del canibalismo que se extendió entre los sobrevivientes. Los animales cansados y hambrientos se dedicaban a devorar a los caídos aún antes de morir. Imperaba el desorden y el miedo, ninguna manada se salvó del desastre. Finalmente los dos grupos decidieron separarse y declararse un odio que se preservaría con el paso del tiempo.
Pero aún luego de aquellos repetidos ataques Yako-Alfa no olvidó al pequeño grupo de humanos que los habían emboscado a la salida del Bosque Prohibido, dando muerte a tres de sus amigos una semana atrás. Y después de reunir lo que quedaba de su manada y aliados, quienes no llegaban a una decena, resolvió montarles cacería. Yako los olfateó y aullando fuerte para ser escuchado por todos dio inicio a la persecución, prometiéndole a sus compañeros que probarían la carne humana.

XX
El Hallazgo en la Montaña

Tras varios días caminando bajo el sol Anú se sentía agotada, necesitaba más horas para dormir y bebía grandes cantidades de agua. Ciertas veces Walo la llevaba en su lomo y enternecido trataba de no moverse bruscamente para no molestarla. Akím escogía las frutas mas jugosas para ella y le daba raciones extras del alimento que llevaban, algunas veces se turnó con Walo para cargarla y le sorprendió lo ligera que estaba y lo pequeñas que parecían sus manos. Aún así ella mantenía su buen ánimo y se levantaba aparentando sentirse más fuerte.
Llevaban cerca de doce noches viajando cuando Walo sintió los distantes pasos de los Wakos que los perseguían, olfateó su inconfundible olor empujado por el viento nocturno y escuchó sus aullidos a lo lejos, Akím también los escuchó y un temblor de miedo le recorrió la espalda. Se miraron y decidieron prepararse.
Akím sacó del equipaje lo que no necesitarían y cargó los fardos a su espalda, llevó poca agua pues dedujo que el río se nutría de muchos afluentes que bajaban de las montañas, montó sobre Walo y logró que Anú, medio dormida, se aferrara a él con los brazos al cuello y las piernas cruzadas alrededor de su cintura, y así montados los dos sobre el enorme cuerpo de Walo emprendieron la carrera hacia las lejanas montañas del este cuyas cumbres ya se divisaban en la distancia.
Walo era un animal fabuloso, Akím veía su brillante pelaje reflejar la luz de la luna sobre su lomo plateado donde ahora aferraba sus manos para sostenerse. La cabeza enorme subía y bajaba en plena carrera dándole impulso al resto del cuerpo, sus patas eran tan sigilosas que no dejaba restos a su paso y casi no se escuchaba su correteo y sus orejas bien levantadas mantenían una vigilancia permanente.
Walo era ahora tan grande y fuerte que apenas si notaba el peso de los chicos en su espalda y su marcha era tan veloz que no podía distinguir nada de lo que iban dejando atrás. Akím sentía el azote del viento sobre su cara y casi no podía abrir los ojos. Sentía también el suave balanceo del cuerpo de Walo que hacía saltar ligeramente a Anú entre sus brazos. De pronto hundió su nariz en el pelo de Anú y se estremeció descubriendo su cuerpo sujeto al suyo, sus brazos y piernas rodeándole y su cabeza dormida. Se reprobó a si mismo por no concentrase en medio de una huída peligrosa y se limitó a dormitar sentado y a agarrarse fuerte para no caer ni del lomo de Walo ni en sus divagaciones románticas.
Unos kilómetros atrás Yako presintió la huída de su presa, aceleró el paso y decidió dirigir al grupo hacia las montañas entendiendo de pronto que los chicos y el otro Wako se dirigían hacía allí.

Un día y su noche completa duró el viaje, Walo no se detuvo en ningún momento y Anú solo se despertó para tomar agua y volver a dormir. Akím dormitó un poco pero trató de mantenerse despierto pensando en lo que harían al llegar. El paisaje comenzaba a cambiar bajo sus pies, el suelo se volvía más húmedo y el aire más fresco. Frente a sus ojos podía ver claramente la silueta de las montañas mientras se iban acercando a ellas. Una mole fría y oscura contra el cielo gris.
Cuando llegaron estaba amaneciendo y comenzaba a llover. Akím sacó una manta del equipaje y cubrió a Anú para evitar que se mojara mientras Walo escalaba las poco empinadas laderas que daban acceso a la cadena montañosa. Ahora estaban rodeados de árboles y una vegetación abundante. Las hojas mojadas en el suelo formaban una alfombra resbaladiza y recién lavada. Un sol tímido apenas asomaba entre la espesura de las copas. Cerca escucharon el sonido del agua que caía abruptamente desde la cima y acercándose vieron una cascada. Estaba en medio de una garganta angosta cuya única entrada era el camino que acababan de cruzar. El ruido despertó completamente a Anú que se sacudió ligeramente antes de desmontar. Akím ya estaba en el suelo bajando el equipaje. Apenas Walo sintió que la chica descendía de su lomo se echó en el piso y durmió seis horas continuas antes de despertar.
Mientras Walo dormía y sintiéndose seguros los chicos se lanzaron al agua del río que era muy abundante bajo la cascada. Jugaron, chapotearon, se empujaron en el agua. Se bañaron bajo la corriente que caía fuertemente sobre sus cabezas y descubrieron detrás una gruta abierta entre las rocas. Juzgándose muy hambrientos se sentaron a la orilla, y cuando dejó de llover Akím logró pescar algo un poco más abajo donde la corriente era más calma. Prepararon el pescado cerca del lugar donde Walo dormía y comieron en silencio dejándose llevar por la belleza del paraje. A esa hora el sol ya apuntaba muy alto en el cielo.
  • ¿Qué era eso detrás de la cascada?- preguntó Anú
  • Era una gruta o un camino, no estoy seguro…
  • Según el mapa estamos en las montañas del este donde vive el dragón
  • ¿Crees que viva en alguna gruta así?- dijo Akím
  • Sí, pero no aquí porque no le gusta el agua ¿Cómo encontraremos su cueva?
  • Vamos a seguir esa gruta, quizá nos lleve más al fondo de las montañas
  • ¿Y si nos perdemos?
  • Lo dudo Anú, con Walo a nuestro lado es imposible perder un rastro
La chica se rió acariciando la enorme cabeza del animal que dormía profundamente. Walo se estremeció en sueños y gimió, moviendo sus patas delanteras. Akím y Anú contuvieron la risa, se levantaron y se alejaron caminando descalzos por la suave orilla del río. De pronto se encontraron riendo y tomados de las manos, más animados ya, después de haberse lavado y comido. Se sentaron en la rivera baja y sumergieron con gran placer los pies descalzos en el agua fría. Repentinamente la cara de Akím se puso seria y miró a su amiga:
- Anú
  • ¿Qué?- dijo ella mirando los ojos de Akím
  • Nos vienen siguiendo
  • ¿Cómo sabes?
  • Walo y yo lo presentimos hace dos días mientras tú dormías
  • ¿Quién nos sigue?
  • Creo que son los Wakos que nos atacaron la noche que escapamos de tu ciudad
  • ¿Los viste?
  • No, pero escuchamos sus aullidos
  • Ellos no viajan de día ¿Dónde estarán ahora?
  • Imposible saberlo
  • Tenemos varias horas de ventaja mientras el sol brille
  • Vamos a dejar que Walo descanse, cuando despierte veremos…
La tarde declinó lentamente. Los chicos recorrieron las cercanas arboledas del bosque sin alejarse mucho del río. Anú recogió todos los tipos de flores que vio. Unas rosadas pequeñitas y muy perfumadas, unas grandes con pétalos amarillos, unas que caían como campanitas moradas y azules y otras blancas y delicadas que crecían a ras del suelo. Cuando volvió a la rivera se sentó y comenzó a tejer una guirnalda multicolor.

Akím regresó un rato más tarde y se detuvo para mirar a la chica envuelta en los resplandores del atardecer. Respiró profundamente el aire perfumado por las flores esparcidas en desorden a su alrededor. Se acercó sin hacer ruido y la empujó suavemente por la espalda, al contacto repentino ella dio un brinco y dejó escapar un grito de susto. Akím se rió de ella y terminó con todos los pétalos de flores encima de su cabeza. Ella también reía.
  • ¿Por qué siempre pareces más feliz al atardecer?
  • Bueno, papá solía decirme que los rayos rojos del sol a esta hora son como los cabellos sueltos de mi madre
  • Nunca me habías hablado de ella…
  • Porque no la conocí, apenas guardo recuerdos muy lejanos
  • ¿Cómo cuales?
  • Como el aroma de las flores y el color de su pelo
  • Debió parecerse a ti- dijo ella pasando suavemente los dedos entre las hebras rojizas del cabello de Akím y desprendiendo los pétalos que aún tenía enredados en el pelo.
Akím se estremeció levemente y se sintió inmovilizado como por un encantamiento, volvió la cabeza y miró la cara sonriente de la chica, sus ojos poseían una luz que desde algún lugar oculto llegaba para alcanzarle el corazón y quedarse allí, atrapándolo eternamente.
Permanecieron en silencio hasta que en la mirada de ambos murió el día. La noche se levantó súbitamente fría sacando a los chicos de sus pensamientos. Se levantaron, tomados nuevamente de las manos y se acercaron a Walo que aún dormía. Se acurrucaron juntos cerca del cuerpo peludo, calentándose y durmiendo en paz bajo las estrellas que comenzaban a brillar lejanas contra el cielo nocturno.
Cuando Walo despertó, antes de la media noche, vio a los chicos dormidos sobre el césped, se levantó lánguidamente y descendió por la rivera. Pronto encontró en un sitio donde había muchos peces y relamiéndose el hocico se lanzó al agua y atrapó un montón porque estaba muerto de hambre.
Akím sintió a Walo cuando se levantaba y despertó bruscamente. Se incorporó, la luna estaba alta en el cielo, el frío había disminuido y el bosque se encontraba aletargado y silencioso. Akím miró a Anú dormida. Se inclinó suavemente sobre ella y la despertó susurrándole al oído:
- Walo ya despertó, debemos continuar la marcha
Ella lo miró largamente volviendo de un sueño que no recordaba y el continuó diciendo:
  • No quiero esperar hasta el amanecer para recorrer el túnel
  • Pobre Walo debe estar cansado aún- alcanzó a susurrar ella
Al oír aquello Walo se acercó de un salto y mostró su pecho elevado y sus ojos orgullosos y moviendo efusivamente la cola se lanzó al agua olfateando la cascada y salpicando a los niños en la orilla.
  • Bueno eso lo decide todo- dijo Akím riéndose al ver que Walo apuraba el paso para encontrar la gruta.

Entonces los chicos se levantaron, se pusieron las botas y llenaron el fardo de agua pues no sabían si dentro de la montaña encontrarían alguna corriente límpida y se cargaron los bolsos a la espalda. Luego saltaron al agua, sintiendo un estremecimiento profundo al contacto frío. Imitando a Walo traspasaron la cascada cubriéndose esta vez ambos con una manta y se introdujeron en la gruta. Quedaron ciegos al principio, y aturdidos por el poderoso rugir de la caída del agua, ahora amplificado dentro de la caverna.
Torpemente lograron encender una luz improvisada pues aún cargaban en los bolsos restos de las viejas antorchas que extrajeron de la Ciudad Subterránea. Bajo el brillo de la luz la gruta les devolvió una visión magnífica y extraña. Era un túnel redondeado, cargado de piedras que parecían hacer acrobacia para mantenerse al borde de las paredes. Caminaron un poco para ver un techo lleno de estalactitas que filtraban lentas y gordas gotas de agua que se negaban a caer pero lo hacían finalmente en un constante chapoteo. Sobre el suelo una tímida corriente de agua se deslizaba hacia la salida y enlodaba todo a su paso, estaba cubierto además por rocas sueltas y resbaladizas.
- Si nos perdemos podemos seguir esta pequeña corriente- dijo Anú y en las paredes rebotó su propia voz incrementada junto al estallido de miles de aletas de murciélagos que enloquecieron en el techo y comenzaron a circundar las cabezas de los recién llegados.
Sin otra salida posible ante aquel bombardeo de pequeños seres huidizos los tres se vieron obligados a seguir adelante en el túnel hasta que lograron evadirlos. El túnel se extendía siempre en ascenso y a veces se estrechaba obligándolos a caminar en fila y otras veces se ampliaba mostrándoles unas enormes estancias que el resplandor de la antorcha no lograba iluminar por completo.
Resultaba imposible medir el tiempo ni saber cuanto habían avanzado ya o cuanto les faltaba aún por caminar. Sólo se detenían cuando sentían hambre o sed y dormían por turnos montados sobre Walo quien nunca sintió necesidad de dormir. Le molestaba la sensación de ser observado y la certeza de ser perseguido de cerca por otros Wakos.
Tres noches después Yako encontró los restos de la pesca que Walo y los chicos habían dejado en las orillas del río y siguiendo su rastro llegó hasta el lugar donde se elevaba la cascada. El grupo de Wakos que lo seguía se detuvo a pescar y a comer pues luego de llevar tanto tiempo corriendo, escalando y gastando energías en la búsqueda se encontraban hambrientos, y muy cansados. Fue imposible para Yako obligarlos a continuar y tuvo que limitarse a comer y después descansar con ellos, lo que agriaba aún más su carácter.
Aquella noche y sintiéndose abatido Yako perdió el rastro de su presa bajo la cascada. El amanecer los encontró aún olfateando, trotando de arriba abajo por el río, escalando la cuesta desde donde caía el agua, hasta que la luz los obligó a buscar refugio para continuar la noche siguiente.
La siguiente noche Yako comprendió que tendrían que encontrar otra entrada si quería continuar la cacería. Tenía la certeza de que el pequeño grupo se dirigía a las entrañas mismas de la cueva del dragón y supuso que habían decidido devolverle la piedra. Entendió que debía darse prisa pues si Bragmar encontraba primero a los chicos entonces él fracasaría nuevamente en su disposición de cazar carne humana y ya no podría continuar siendo jefe Alfa de su manada.
Yako sabía también que la única manera de abandonar el lugar de Wako-Alfa en una manada como la suya era mediante la muerte y en un resplandor de clarividencia supo que moriría en aquel lugar. Entonces sintió un profundo silencio a su alrededor y se vio a si mismo robando la piedra del dragón muchos meses atrás, intuyendo que desde aquel día había sellado irremediablemente su destino.
La certeza de ver su propia muerte tan cercana encendió nueva ira en su corazón, agrandó su energía e hizo resurgir su voluntad, envolviendo con ella a sus compañeros que en aquel momento vieron reaparecer una vieja luz de desprecio en sus ojos. Y como reanimados por aquella nueva fuerza lo siguieron sumisos y esperanzados ignorando que iban buscando su propia destrucción.
Se dirigieron entonces a la única entrada que Yako-Alfa conocía y que nuevamente se atrevía a cruzar ingresando en los dominios de Bragmar, olfateando en silencio, acechando en la oscuridad, enfocando todos sus sentidos en la búsqueda febril del pequeño grupo que ahora constituía su única razón para continuar con vida. Exploró seis días con sus noches antes de dar con ellos.

5 comentarios:

  1. Pues creo que ya va un poco adelantado, y que tendré que ponerme al día para seguirte, pero gracias por pasarte por mi blog, ya me hice seguidora y volveré por aquí.

    un besazo.

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  2. Anda que yo....... Esto es cosa de ponerse a ello.

    Mañana voy a ver qué tal pero es que tiene hasta dibujos y todo, describiendo....... tiene muy buena pinta.

    Saludos María y a Tamara.

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  3. Hoy día del amor y la Amistad me detengo a tú lado, para sentirme arropada por el calor y el afecto entrañable que se respira en este tu espacio.

    Para los enamorados;
    que lo han estado,
    para los que lo están,
    y para los que pronto
    lo estarán.

    Para todos ellos!!

    ¡¡Feliz día de San Valentín!

    Muackkkkkkk
    Muackkkkkkkkk
    Muackkkkkkkkkkkkk

    De esta tu siempre amiga…

    María del Carmen



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  4. La Vida es espectacular y hay que aprovechar a disfrutarla en todas sus vertientes, incluido el carnaval que mañana es su día grande y algunos de los más jóvenes lo pasaran en grande devolviéndoles la ilusión a los no ya tan jóvenes...

    Te deseo un fin de semana lleno de todo aquello que tu alma necesite por abrigo...

    Un beso
    un abrazo
    y mi aprecio
    para siempre

    María del Carmen


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  5. Seguiré leyendote, vas por buen camino y te deseo toda la suerte que se le puede desear a una hermana.

    Una cubana, no tan buena escritora como tu, pero dispuesta a sacar su novela para el mes de mayo.

    Un beso,

    Gracias por tus comentarios tan lindos.

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