martes, 10 de enero de 2012

Parte 5 La Huída


XII
Los problemas de Yako-Alfa

Reunir a todas las manadas de Wakos no resultaba tan fácil ahora que su viejo padre había muerto. Hacía ya más de cuatro meses que se había llevado a cabo el plan que propuso la noche siguiente a la que asumió la jerarquía de las manadas y los hombres no parecían disminuir ni tener problemas. No había respuesta de Bragmar por ninguna parte en contra de los seres humanos y las manadas comenzaban a desconfiar de los buenos resultados de su gestión. Yako se encontraba afiebrado de irritación.
Durante las últimas semanas se había visto en la necesidad de enfrentar a dos Wakos Fuertes, un Lomo Plateado y a otro Rojizo de largas zancadas, y los había matado a todos. Aquellos actos habían logrado contener la decepción creciente entre los Wakos, pero Yako sabía que no la contendrían por siempre.
Sin embargo y pese a toda la agitación, desde hacía cuatro días los viejos líderes de las manadas de menor jerarquía realizaban concilio con él, lo que demostraba que aún se sometían a su autoridad, reconociendo su jerarquía. Era necesario mantenerlos así, si quería continuar a cargo de su especie.
  • Debemos marcharnos de estas tierras - decía a su derecha el viejo líder de los Fuertes con grandes colmillos blancos - perseguir a las manadas y buscar nuevos pastizales donde vivir-
  • No abandonaremos nuestros dominios - respondía Yako - nuestra ley volverá a ser escuchada sobre las demás leyes - disimulando su irritación.

  • ¿Qué nos garantiza que será así?- se atrevió a preguntar un viejo Wako Enano que había pasado la mayor parte de su vida reptando en cuevas - Los hombres no han sentido el frío roce de nuestros colmillos hace ya mucho tiempo y mis hijos se cansan de recorrer cada vez mas distancia para volver.
  • Entonces- dijo Yako - Que abandonen sus cuevas y vengan a vivir conmigo y mis Lomo Plateados, nosotros cazaremos juntos cerca del río donde aún se reúnen algunos animales para beber.
  • Y mis hermanos también te seguirán- dijo un viejo Wako delgado y de pelaje Rojizo - Nos mudaremos a las rocas de las cumbres, donde estaremos bajo tu protección.

Así daba por terminada la reunión aquella noche. En otros tiempos ninguno se habría atrevido a negociar sus deseos con el líder Alfa pero ahora resultaba diferente. Yako sabía que debía apaciguar sus instintos asesinos si quería regir como jefe supremo. Por el momento era conveniente acercar a las manadas y mantenerlas ocupadas organizando cacerías nocturnas para todos.
Cada uno de los viejos Wakos antes de retirarse agachó su cabeza frente a Yako-Alfa, y sin darle la espalda se marcharon con paso sereno. Entre los Wakos las señales de cortesía y sumisión eran de extraordinaria importancia para mantener la disciplina del grupo.
Durante la noche siguiente los aullidos retornaron. Si alguien hubiese podido asomarse a mirar en aquella oscuridad habría visto una multitud de Wakos Enanos que abandonando sus cuevas en las faldas de las montañas se dirigían a paso veloz y ordenado hacia las altas rocas de las cumbres. Habrían visto también una multitud de Wakos Rojizos y de largas patas que dejando la seguridad de sus guaridas entre las rocas de las distantes praderas escalaban las escarpadas paredes de las colinas para llegar a los dominios de los Lomo Plateado. Y habría finalmente visto como los Wakos Fuertes, poderosos y eternos rivales de los Lomo Plateado, se empeñaban en dirigirse a las cumbres con ellos.
Fueron todos recibidos por Yako-Alfa y su gente, que los condujeron al río, para esperar a las manadas de animales herbívoros que venían a beber. Cuando los primeros ciervos llegaron fueron cruelmente perseguidos y cazados por los Wakos. En medio de aquel baño de sangre hicieron un pacto de convivencia mutua, con el que demostrarían su sometimiento a Yako, temido y respetado como líder común.
La matanza se prolongó hasta muy altas horas de la madrugada, ahora había muchos hocicos que alimentar. Los Wakos arrastraron los cuerpos sin vida de los animales que les servían de presa a través de todo el Bosque Prohibido y dejaron surcos de sangre. Por primera vez desde que se tenía memoria la gente de la Ciudad Subterránea escuchó los pasos, los aullidos y los ataques de los Wakos aquella noche.

No se desperdició nada entre las manadas, y la carne que no fue devorada inmediatamente, fue enterrada y guardada como posterior alimento. Ante los primeros rayos del sol, los animales hicieron nuevos espacios entre las rocas, entre los zarzales, entre los arbustos, en las pocas cuevas que había en las cumbres, y lograron disponer de un sitio seguro para ocultarse del día, sin que ninguno de ellos quedara expuesto a la luz.

La mañana atrajo a muchos animales carroñeros, especialmente buitres y ratas que venían siguiendo el olor de la sangre en el suelo del Bosque Prohibido y entre quienes se entabló combate por el precario despojo. El ruido del alboroto y el olor reinante atrajeron la atención de otro residente de las cumbres, Bragmar.

Bragmar siguió el rastro desde el cielo, podía verlo como una estría brillante bajo los rayos del sol, reconocía el color de la sangre, la había visto muchas veces y descubría su olor desde grandes distancias. Otro olor la acompañaba y al dragón le recordó la visita inesperada en su sueño. Así que sobrevoló el lugar hasta que se hizo nuevamente de noche y descendió sobre el Bosque Prohibido.

En su descenso levantó bocanadas de aire que desperdigaron la tierra y las hojas que estaban en el suelo haciéndolas bailar en un soplo como pequeños remolinos y cubrió el territorio con un vapor pesado y brumoso. El dragón encogió sus alas lustrosas sobre su espalda y caminó agachado entre los árboles hasta que encontró un lugar donde pudo camuflar su cuerpo perfectamente a la luz del día o bajo la oscuridad nocturna. Y allí se quedó y aguardó.
XIII
El Descubrimiento de Walo
Mientras tanto había gran agitación entre la gente de la Ciudad Subterránea, se disponían a declarar el Festival Final de la Cosecha. Al recoger las últimas siembras del año, la tierra se preparaba nuevamente para hacerla cultivable al año siguiente y este último acontecimiento era celebrado por todos con gran alegría. Este había sido un año de especial abundancia y las reservas se contaban por miles. Entre los miembros del equipo de trabajo en el campo se sentía la euforia y la inquietud crecientes.
  • ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué todo parece tan agitado últimamente?- preguntó Akím a uno de los chicos que era su compañero en la cuadrilla de trabajo
  • Se trata del Festival Final de la Cosecha- dijo el chico- Todos participamos en la celebración, incluso la gente que no trabaja en el campo. Las mujeres y niñas hacen guirnaldas, los chicos y los adultos se reúnen para cantar, comer en abundancia, beber mucho (a los menores no nos dejan), se reparten obsequios y la gente viste sus mejores galas. Son tres días con sus noches estupendas, no hay horario para dormir, todos se divierten y la gente se trata con mayor cariño que nunca.
Anú apareció a media mañana, llevaba un largo vestido de colores blanco y amarillo, con velos trasparentes que caían sobre su falda. Venía acompañada por gran cantidad de otras chicas y mujeres vestidas de forma parecida y de muchos colores diferentes, unas de azul, otras de morado, verde, rojo, rosado, todas llevaban velos trasparentes sobre sus largos vestidos. Se veían resplandecientes bajo la luz del sol.
  • Esto si que es extraño, nunca antes vi a Anú fuera de la ciudad- exclamó Akím
  • ¡Claro!- dijo el chico que lo acompañaba- es la colecta de flores, te lo dije en la mañana, todas las chicas hacen guirnaldas para adornar a la gente durante la celebración.
Akím no dejaba de mirar como las chicas se agachaban en el césped, recogían flores en sus cestas, se sentaban todas juntas y hacían pequeñas cadenas que se colocaban sobre el pelo o en el pecho a modo de collar. Algunas cantaban mientras trabajaban.
El largo cabello de Anú se balanceaba al viento junto con los pliegues de su vestido. De pronto se levantó y se dirigió corriendo hasta donde se encontraba Akím. Su mirada brillaba de alegría y traía consigo una guirnalda en las manos y otra en la cabeza. Akím supo que siempre la recordaría así, como en un momento en su memoria detenido por el tiempo, con el cabello al viento, enmarcado por las flores, con la sonrisa radiante y las mejillas encendidas. Se acercó al chico y le deslizó la guirnalda hasta el pecho. Su corazón se aceleró cuando ella tomó su mano y corriendo se dirigieron juntos hasta donde se hallaba el resto del grupo, al borde del camino que llevaba de vuelta a la ciudad.
Walo esperó a que la gente se alejara, por lo general no dejaba solo a Akím, pero hoy había visto que Anú lo acompañaba y parecían dirigirse de regreso a la ciudad sin prestarle mucha atención. Por el momento aquello no le preocupaba. Estaba interesado en algo más. Desde la mañana temprano, cuando salieron aquel día, Walo había sentido un extraño olor que le era totalmente desconocido y nuevo y a este se sumaba un vapor constante que parecía emerger a lo lejos en dirección al Bosque Prohibido. Walo comprendió que era el momento de explorar a sus anchas y sin que nadie exigiera su presencia. Lentamente y tratando de pasar desapercibido (lo que no le costó trabajo porque la gente parecía estar ocupada con algún tipo de ritual o celebración que él no entendía) se deslizó silencioso a través de la pradera, pasó luego entre los matorrales y por detrás de las miles de plantas en flor que ya estaban deshojándose. Continuó su camino en dirección al bosque siguiendo instintivamente el olor de aquel vaho que solo él parecía estar percibiendo.
Walo entró solo al Bosque Prohibido. Lo primero que llamó su atención fue la total ausencia de ruidos, ningún animal se movía en aquel mutismo, ni una sola hoja parecía caer, ni el viento entraba bajo los árboles. Ese vapor constante suspendía toda vida y todo tiempo en el vacío absoluto. Walo se apostó en guardia, agachó su cabeza, mostró sus colmillos, deslizó sus patas fantasmalmente sobre las hojas y no pudo ver nada mas allá de tres o cuatro metros por delante, donde solamente se acumulaba la neblina espesa. Entonces sintió miedo, un estremecimiento paralizó sus miembros, sus ojos se abrieron para ver mas, sus oídos se levantaron para escuchar mejor y su lengua quedó seca. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para moverse hacia delante. La curiosidad podía más que el miedo.
En este estado de exaltación y moviéndose tan lentamente que parecía que no lo hacía, se internó a través de la espesa niebla acumulada frente a sus ojos. No supo entonces por cuanto tiempo avanzó entre aquellas tinieblas blancas. Pero mantuvo su mente despejada y sus orejas y ojos atentos al peligro.
Pasó entre unos árboles, de los que solo pudo ver parte del tronco, y escuchó atento. Distinguió poco y mal un sonido como de burbujeo, pero resultaba confuso. Sin embargo el extraño olor iba en aumento, tanto que llegó a ser casi insoportable. Los ojos y la nariz de Walo se llenaron de líquido, ahora no podía ver bien, pero el ruido se acercaba.
Walo se detuvo, entre la espesa niebla parecía vislumbrar algo, estaba inmóvil y muy cerca. No se diferenciaba mucho de los pocos troncos a su alrededor. La visión comenzó siendo apenas un esbozo verduzco pero había mas, Walo entrecerró los ojos y los enfocó sobre lo que parecía parte de una roca gigantesca, pero mirando con cuidado la roca se movía casi imperceptiblemente, dibujando un contorno más grande tras la espesura. Aquello estaba vivo, debía ser un animal pensó Walo, estaba seguro de que respiraba emitiendo aquel burbujeo confuso. Y su cuerpo era enorme y era el responsable del olor y la niebla. Era un cuerpo verdoso, cubierto de escamas sin color definido, el esbozo parduzco era su modo de imitar el color del bosque. Mirando mas abajo distinguió una pata tan grande que habría podido aplastarlo sin siquiera sentirlo. Probablemente el cuerpo completo de Walo apenas alcanzaba el tamaño de aquella pata. No pudo distinguir si tenía otras patas o cabeza porque el resto del cuerpo se perdía diluyéndose en la neblina, más allá no se descubría nada. Walo volvió lentamente sobre sus pasos, el regreso le pareció eterno, la posibilidad de que aquel monstruo despertara y lo encontrara allí le cortaba el aliento, sólo se atrevió a respirar nuevamente cuando estuvo fuera de los límites del bosque. Tardó un rato en reaccionar y partir a toda carrera hacia los campos sembrados que ahora se hallaban vacíos, las últimas personas estaban en ese momento cruzando el umbral de la entrada a la Ciudad Subterránea, Walo se dio prisa y pudo entrar con ellas.

XIV
Un Deseo de Dos
Atravesando los pasillos Walo sentía desesperación ¿Dónde estaban Akím y Anú? sentía confusión entre tantas piernas, brazos, canciones, gente caminando de aquí para allá, olores mezclados e infinidad de colores en los trajes, adornos, manteles, viandas, bebidas, incienso, y aquel olor de la criatura del bosque que se colaba por algún sitio y que nadie parecía notar en medio de tanto barullo. Walo caminó, trotó, corrió, escarbó, olfateó, subió y bajó escaleras, atravesó puertas y se perdió en medio de la celebración y lo intricado del laberinto subterráneo. Por fin encontró una ruta que le resultaba familiar y siguiendo su instinto llegó al cuarto de Akím, entró y esperó.
Los chicos tardaron un buen rato en llegar. Encontraron a Walo en un estado de exaltación poco usual. Antes de llegar a la habitación ya lo escucharon sacudiendo sus patas contra la puerta. Al entrar, Walo los empujó hacia fuera y ellos se vieron obligados a seguirlo. Los condujo hacia los pasillos por donde se iba al Tribunal de los Tres, donde se hallaban las aberturas elevadas a nivel del techo que dejaban entrar el aire del bosque. Pero ahora una niebla extraña y densa se filtraba por allí. Walo se colocó bajo la ranura abierta y elevándose y poniendo sus patas delanteras sobre la pared apuntó con su nariz hacia el vapor que se colaba lentamente.
Akím miró arriba y luego volvió sus ojos a Anú que le devolvía una mirada interrogante. Entonces recordó el libro acerca del estudio hecho a los dragones, sobre la química de su cuerpo y el vapor exhalado por estos cuando entran en estado de sueño o de hibernación. El olor era insoportable, mezcla de azufre y ácido sulfúrico (según el libro) y Akím tuvo la seguridad de que se trataba de Bragmar, el dueño de la piedra que él guardaba en su cuarto, en el bolsillo de su abrigo (y que en ese momento brillaba fuertemente sin que el chico lo supiera) Sintió miedo. Mirando a la chica supo que debía abandonar la ciudad y consideró la posibilidad de contarle todo a Anú.
  • Hace tiempo que quería preguntarte acerca de esto- dijo ella sorpresivamente.
Akím titubeó
  • ¿Qué quieres decir?-
  • Se que has estado buscando información acerca de dragones y mapas antiguos y me preguntaba si escondes algo relacionado con eso.
Akím se sorprendió
  • No te asustes- dijo ella- estoy de tu lado. Nunca he hablado de mis sospechas con nadie- enfatizó tratando de no espantar al chico que la miraba cada vez mas atónito.
  • ¿Por qué nunca preguntaste?- dijo él
  • Porque aquí dentro todo es escuchado y repetido a quienes dirigen nuestra ciudad, pero hoy nadie está prestando atención. En los próximos tres días seremos relativamente libres.
  • ¿Por qué te interesa saber? Digo…- titubeó Akím nuevamente- ¿No sientes miedo de lo que pueda ser?
  • No…
Akím bajó su cabeza y le dijo:
  • llévame a la biblioteca, quiero enseñarte algo.
Llegaron a la biblioteca con cierta dificultad, por el camino tuvieron que rechazar a la comitiva de las mujeres que buscaba a Anú para continuar el adorno de la ciudad con pétalos de rosas. Fue una suerte que la chica aún tuviera en su poder las llaves del lugar. Alcanzaron la puerta de la biblioteca, entraron y sintieron un pesado y absoluto silencio que les confirmó la ausencia total de gente en el recinto.
Buscaron los libros de Akím que aún reposaban en la mesa de trabajo. El chico abrió la página que describía las piedras y los nombres de los dragones antiguos. Mostrando con el dedo la piedra en cuestión dijo a la chica:
  • Esto es lo que tengo en mi poder
  • ¿Cómo la conseguiste?
  • No lo sé. Simplemente despertamos en mi pueblo una mañana hace ya más de seis meses y esto estaba en medio de las casas, sobre el césped.
  • Y ¿Por qué la tomaste?
  • Porque los ancianos querían que mi padre la regresara a su verdadero dueño, pero él no está en condiciones de viajar mucho, cojea debido a una herida de guerra recibida hace muchos años.
  • ¿Guerra? ¿Es un soldado?
  • Sí. Esa fue una guerra en contra de la gente de su propio pueblo. Algunos como mi padre se negaban a seguir bajo la autoridad de un rey antiguo, que finalmente fue vencido. En su lugar se creó un consejo de ancianos. Ellos decidieron dar la piedra a mi papá.
  • ¿Qué dijo tu padre cuando la tomaste tú?
  • Él no sabe nada, escapé una noche con la piedra escondida, los Wakos me siguieron hasta el bosque y el resto de la historia la conoces tú.
  • Así que la piedra es tu secreto ¡El secreto que quiere conocer el tribunal de los tres!
  • No deben saberlo porque ¡pondría en peligro a tu ciudad también!
  • Lo sé… Debemos salir de aquí
  • ¿Debemos? Yo no arriesgaré tu vida en una huída así
  • No arriesgas nada que yo no arriesgue por mi propia decisión, y además ¿Cómo encontrarás el camino de salida tu solo?
  • No lo se… Pero no quiero ponerte en peligro
Anú se rió de él
  • No te sientas tan culpable por eso. Yo también guardo un secreto desde hace tiempo.
  • ¿Cuál secreto?
  • Deseo salir de aquí. Quiero conocer el mundo de allá afuera y me iré contigo o sin ti. Aunque probablemente me encuentre mejor si tú me acompañas.
  • ¿Sabes que lo que exhala vapor allá arriba es el dragón?¿Crees que nos espere para devorarnos?- dijo él
  • Puede ser, pero prefiero salir ahora que vivir aguardando una nueva oportunidad para mí.
Akím suspiró, ella parecía estar verdaderamente decidida a irse. Quizás no resultaría tan malo tener su compañía durante el viaje.
  • Bueno- dijo el chico- lo haremos juntos.
  • Debemos prepararnos- fue toda la respuesta que ella le dio.

XV
El Primer Ataque de Bragmar

El bosque estaba silencioso, lentamente la clara luz del día fue dando paso a la oscuridad nocturna. El cielo a lo lejos cambiaba sus colores, el rojo del sol iba filtrándose entre las nubes más altas, dando su último adiós de luz escondida tras los montes al oeste. Pero en lo más denso del Bosque Prohibido Bragmar nada veía, su propio humor y su calor ceñían el ambiente a su alrededor haciéndolo inescrutable, aún para el dragón mismo.
Llevaba dos días, anhelante entre los árboles. Nada había turbado su deseo. Nada excepto… una sombra diurna que se alejó como en un mal sueño. Pero aquella no era la presencia que esperaba así que no la atacó. Lo que esperaba se presentó en el silencio de aquella noche.
Al principio llegaron lentamente. En callada expectativa se apostaron a lo lejos, en el borde del río. Allí aguardaban a sus presas aprovechando la necesidad que éstas tenían del agua. Desde lo profundo de su escondite Bragmar los sintió, olfateó claramente su presencia, entreabrió sus ojos fulgurantes y aguantó su ira contenida aún un poco más.
A media noche llegaron los animales a beber agua del río y los Wakos comenzaron su cacería. Algunos de ellos se vieron arrastrados hacia el bosque persiguiendo a sus presas, sus pisadas eran escuchadas claramente sobre el suelo forrado de hojas. En medio de su frenesí no notaron la niebla que inundaba todo y siguieron internándose sin temor, a toda velocidad iban directamente hacia donde se hallaba Bragmar esperándolos.
El dragón extendió silenciosamente sus alas, apenas rozando las copas de algunos árboles, cuyos ramajes se movieron acompasadamente, apostó su mirada sobre las sombras que se acercaban, los Wakos se detuvieron en seco, una ola de miedo se extendió de pronto en el grupo, frente a sus ojos se levantaba ahora una cabeza parecida a la de una serpiente pero inmensa, con sus dientes relucientes y sus ojos malignos posados sobre ellos. Se paralizaron y los primeros entre ellos fueron rebanados por las garras del dragón. No hubo tiempo para aullidos, el resto emprendió una loca carrera de huída en dirección a los límites del bosque. Bragmar extendió por completo sus alas y se elevó sobre el follaje persiguiéndolos y dándoles alcance, entonces con una exhalación bañó de fuego a los fugitivos y a los árboles que cubrían su paso. Todo quedó convertido en ceniza y humo, los cuerpos se consumieron junto a las plantas y la hierba en derredor.
Los que escaparon se dispersaron entre los árboles, pero los que aún permanecían en el río tuvieron tiempo de ver como una lluvia de llamas se cernía sobre ellos desde arriba. Levantando vuelo muy alto Bragmar pasó desapercibido para el resto de las manadas y de pronto los Lomo Plateado, los Fuertes, los Rojizos de largas patas y los Enanos que aún se hallaban en la pradera se vieron rodeados por un infierno de fuego que lamía sus patas, orejas, colas, pelos y sentidos.

Se perdieron muchas vidas entre las diferentes manadas y aquellos que consiguieron dispersarse marcharon sin rumbo fijo y limitando su contacto con los otros grupos. Estaban divididos, sin líder y sin expectativas de protección.
Durante el ataque hasta el agua se evaporó. No quedó rastro alguno de vida y el monstruo, al terminar su trabajo, se alejó sobre las nubes, regresó al bosque y devoró los cuerpos de los primeros Wakos que habían quedado desparramados por el suelo. Ninguno entre sus víctimas poseía su piedra, de haber sido así, esta habría quedado sobre la tierra. La verdadera Piedra de la Inmortalidad de un dragón nunca se fundía.
Al término de su labor Bragmar se fue a las profundas cuevas en las montañas donde yacía luego de alimentarse y meditó acerca de cómo y dónde conseguir su piedra. Sabía que el Wako que la robó aún estaba con vida, encontrarlo sería solo cuestión de tiempo.
XVI
La Huída

En medio de la noche Walo se levantó muchas veces, podía escuchar los gruñidos lejanos, las exhalaciones del dragón y el crepitar de las llamas en el Bosque Prohibido. Nadie parecía darse cuenta de ello entre las celebraciones y la música que fluía sin cesar. Era la última noche del Festival Final de la cosecha.
Walo se recostó muchas veces contra la puerta. Dio vueltas a través del cuarto vacío y se acercó a tomar agua. Levantaba instintivamente sus orejas al escuchar pasos en el pasillo y agachaba su cabeza al darse cuenta de que los chicos tardarían aún más en llegar. Pasada la media noche llegó Akím, apenas si prestó atención a la inquietud de Walo. Se quitó las botas y se metió en la cama sin siquiera cambiarse la ropa del día. Walo supo que se durmió enseguida porque comenzó a escuchar su respiración acompasada y lenta. Lo miró por un buen rato sin pestañar y finalmente agachó de nuevo su cabeza y trató en vano de conciliar a su vez el sueño.
Anú en cambio se mantuvo muy ocupada. Visitó las despensas y preparó un bolso grande con provisiones para varias semanas. Tomó una de las bolsas especiales para el agua, que los grupos de trabajo llevaban al campo, la llenó a reventar y la escondió bajo su cama (aún no había nadie en los cuartos). Furtivamente entró a la habitación de los chicos y escogió algunas prendas de ropa limpia de las que ellos usaban para sus salidas diurnas y las escondió también bajo el colchón. Luego se dirigió a la biblioteca, copió algunos mapas a su vez y guardó cuidadosamente todos los libros que ella y Akím estuvieron utilizando.
Al día siguiente se había detenido la agitación general, casi no se escuchaba ruido dentro de la ciudad, sólo algunos grupos pequeños de personas caminaban entre los pasillos y las salas. Estos grupos estaban dedicados a limpiar todo el desorden dejado luego de los tres días continuos de celebración. Para contener su expectación Anú y Akím se ofrecieron a formar parte de aquellos grupos y pasaron el día recogiendo, limpiando y guardando todo lo que estaba fuera de lugar. Terminada la jornada los chicos se fueron a sus camas sintiéndose aún agotados e intranquilos. Akím ni siquiera notó que Walo no estaba en su habitación.
Walo en cambio tuvo la oportunidad de hacer algo más productivo. Debido a la conmoción generada por los festejos, los guardianes de algunas puertas fueron negligentes en su trabajo y muchos de los pasillos, salas y despensas quedaron abiertos y sin vigilancia. Walo olfateó desde temprano el rastro de los animales emplumados y despreciables que vivían en las despensas, que no entendían nada acerca de las normas, y que encontrando las puertas abiertas las cruzaban en forma atolondrada y desordenada. Walo los persiguió a fin de lograr reunirlos de forma organizada, pero todo parecía en vano, aquellos pequeños emplumados corrían de un lado a otro en medio de chillidos y algarabía. Así que Walo optó por darles una determinante lección de disciplina. Agarró cuellos y los sacudió de aquí para allá, persiguió y olfateó patas y alas extendidas. Mordió cuanto cuerpo emplumado encontró. Aplastó en su carrera huevos y nidos, atosigó a las rebeldes y las hizo regresar, agotó a las que corrían abatiéndolas bajo sus patas y les pasó por encima saltando una y otra vez. Pareció que finalmente la lección tuvo una respuesta positiva cuando muchas de las criaturas quedaron inmóviles, otras se refugiaron en sus nidos y la gran mayoría desapareció bajo la fuerza de carácter de Walo quien se veía ahora como jefe digno y respetado.
Recién había logrado dormirse Akím cuando fue despertado repentinamente por Anú, quién arremetió en el cuarto vestida a la usanza de los chicos: con pantalones, chaleco y botas, llevando el cabello recogido. Al principio Akím no la reconoció, parecía un niño, pero al escuchar su voz supo de quien se trataba. Tardó unos cuantos segundos en notar que la chica estaba ofuscada. Anú caminaba alrededor de la habitación mientras le decía:
  • Recoge pronto tus cosas y ponte tu ropa, tienes que venir a ver ¡lo que ha ocurrido con Walo!
Akím se alarmó, tomó el bolso con el que había llegado seis meses atrás, y ante el asombro de Anú se vistió con un chaleco de malla hecho de anillos de acero y se sujetó al cinto una espada también de acero pero azul. Ambos se miraron extrañamente vestidos de soldado y de chico sin serlo, y se habrían reído juntos de no ser por lo apremiante de la situación.
Con su bolsa a la espalda y su abrigo y la piedra bien guardada, Akím siguió a toda carrera a Anú, quien se dirigía directamente a las despensas detrás de las cocinas y de la sala comedor. Allí tropezaron con algunas personas que corrían en sentido contrario y una de ellas iba gritando:
  • Debemos informar al Tribunal de los Tres ¡inmediatamente!
La angustia de Akím iba en aumento, un mal discernimiento crecía en su mente y sabía que Walo estaba implicado en ello, se negaba a pensar que pudiera haber ocurrido algo malo, protegería a Walo frente a lo que fuera. Y lo que vio lo dejó realmente atónito. Allí estaba Walo, en medio de los corrales donde se agrupaban las gallinas. Tenía las patas y las orejas llenas de plumas y el hocico también. Se hallaba sentado en medio de los cuerpos aplastados y regados de los pequeños animales desplumados, quienes habían tratado en vano de huir de su castigo. Quedaban algunas criaturas aún vivas escondidas entre los nidos. Las cáscaras rotas de los huevos aún chorreaban sobre el piso. Lo más sorprendente era la cara de satisfacción de Walo que mantenía erguida su cabeza, sus patas delanteras extendidas en el piso y sus ojos enseñando orgullosamente su obra.
Akím se debatía entre la angustia y el enfado ¿Cómo había podido ocurrir aquello? ¿Acaso Walo mantenía aún sus instintos de depredador Wako? eso no era posible, no había ningún cuerpo devorado, no faltaba ningún animal. Entonces ¿Por qué? fue Anú quien lo sacó de sus divagaciones, lo tomó fuertemente del brazo y lo empujó fuera. Walo se levantó y los siguió, sacudiéndose las plumas de las patas y el hocico.
- ¿Por qué te portas así? - dijo Akím a Walo tomándolo por las orejas y jalándolo tan fuerte que lo obligó a aullar de dolor y no se atrevió a moverse hasta que el chico lo obligó a seguirle. Pobre Walo, no entendía el mal que había hecho y el problema en el que complicaba a los tres ahora.
Fue Anú quien tomó la decisión por ellos. En aquel momento se oían pasos de carreras por el pasillo, un grupo se encaminaba directamente hacía allí, se escuchaba muy cerca su vocerío. Entonces la chica corrió afuera, se dirigió empujando a Walo y a Akim escaleras arriba, cerrando cada puerta a su paso, creado una barrera entre ellos y sus perseguidores.
Sabía que el Tribunal de los Tres vendría por Walo, recordaba lo dicho el día que entrevistaron a Akím “Estará a prueba aquí y si su presencia trajera consigo alguna desgracia para nosotros será expulsado de nuestros dominios y una vez fuera será sacrificado” esas habían sido las palabras exactas de Kirra, el Juez de la Pena. No podía olvidar sus temibles ojos rasgados y la luz amarilla que brillaba en su mirada.
¿A dónde irían ahora? una idea de pronto iluminó la conciencia de Anú y sin detenerse llevó al chico y a Walo a la biblioteca. A esa hora estaba vacía. Al fondo, detrás de la mayoría de los estantes, había una doble pared, la primera se hallaba llena de libros y manuscritos hasta el techo, pero la segunda que se erguía inmediatamente detrás, contenía el sistema de ventilación de la biblioteca, aquellas grandes aberturas circulares en cuyo centro giraban pequeñas hélices.
  • ¿Qué hacemos aquí Anú?
  • Es el único lugar que se me ocurre para esconderte mientras recojo nuestras provisiones
  • ¿Y por donde saldremos?
  • Por allí - dijo ella señalando las aberturas circulares de la pared
  • ¡El sistema de ventilación! - dijo Akím abriendo increíblemente sus ojos
  • No hay otra opción, ahora esperen en silencio. Si alguien entra no se muevan, muy pocos llegan hasta este lugar.
Dicho esto se levantó mirando nuevamente a los dos amigos que se abrazaban en el suelo, conmoviéndose ante su temor. Akím le devolvió la mirada y ella le sonrió antes de alejarse corriendo de vuelta hacia el pasillo.
No podía pasar por las escaleras centrales que conducían a la biblioteca porque ella misma las había inutilizado cerrando con llave sus puertas de acceso principal, así que tomó un camino alterno, mal iluminado y peor ventilado, que la llevó directamente al pasaje en el que se abrían los cuartos de los chicos. Entró sin hacer ruido a la habitación donde las niñas dormían y extrajo los bolsos que estaban aún ocultos bajo su cama, de pronto escuchó una voz a su espalda que decía:
  • ¡Hay un chico en la habitación! y ¡está tomando algo de la cama de Anú!
  • Si, si ¿Quién eres tú?- comenzaron a decir las otras chicas que se iban despertando
  • No lo dejen salir- gritó una desde el fondo del lugar
Pero ya era tarde, Anú se dirigía a todo correr hasta la puerta de la gran habitación y cuando la alcanzó la cerró de un golpe y lo mas rápido que pudo le pasó doble llave por fuera. Ya escuchaba los porrazos de las chicas que se agolpaban del otro lado, llamando a gritos por ayuda. Tratando de reprimir su angustia corrió de vuelta al pasaje alterno donde quedó ciega de repente, las pocas luces que antes existían se había esfumado. Se pegó entonces a la pared y caminó lentamente con el fardo a su espalda, manteniendo alerta sus oídos ante cualquier ruido extraño, pero no escuchó nada. El camino de regreso le pareció mas largo aún.
Cerca de la biblioteca escuchó ruidos crecientes de pasos y vio a lo lejos antorchas que se acercaban por el pasillo que acababa de dejar atrás. Abrió lentamente el acceso al recinto, haciendo un gran esfuerzo por contener el temblor de sus manos, que casi no le permitía manejar el manojo de llaves. Cerró tras de sí y entró con un suspiro de alivio dándose cuenta de que el lugar continuaba vacío.
Tras la doble pared consiguió a Akím y a Walo en la misma posición en la que los había dejado. El chico se levantó y le quitó los bolsos de la espalda. Ella había olvidado que estaban allí y sintió alivio cuando él tomó la carga. Buscaron una de las sillas de la biblioteca y la colocaron bajo el ducto de la ventilación. Akím extrajo de su propio bolso la cuerda que hace tanto tiempo atrás había tomado sin permiso de la casa de su padre y sintiendo cierta nostalgia al verla la sujetó a la hélice por un extremo, dándole a Walo el otro y pidiéndole que la arrastrara hacia atrás. Cuando Walo tiró de la cuerda la hélice cedió. La arrastraron fuera de su sitio y dejaron el conducto circular abierto. Anú subió a la silla y se introdujo a través del canal, era bastante amplio, aún para Walo que había crecido mucho últimamente. Asomando su cabeza le dijo a Akím:
  • Vamos, aquí hay suficiente espacio para los tres, ¡suban ya!
En aquel momento alguien daba golpes a la puerta de acceso a la biblioteca.
Los dos amigos siguieron a la chica, pasando también por la abertura con los tres fardos que contenían las provisiones y el agua. Tras de sí Akím empujó la silla que calló al suelo y luego, para cubrir nuevamente la abertura, colocó con cuidado la hélice, que ya no se movía. Ellos tapaban el acceso del aire a la habitación.
El camino de subida fue lento y accidentado. Estaba oscuro y húmedo y cada cierto tiempo se topaban con otra hélice que debían remover para pasar. El pobre Walo fue quien más sufrió, tuvo que deslizarse arrastrándose sobre sus patas porque no había espacio siquiera que le permitiera levantar la cabeza, los chicos en cambio caminaban gateando y podían mantener sus cuellos erguidos. Además Walo arrastraba tras de sí los tres bultos del equipaje.
Fue imposible calcular el tiempo que les llevó el viaje en ascenso hacia la abertura de salida. Cuando finalmente la vieron estaban agotados y empapados de sudor. Allí arriba estaba la hélice mas grande de todas y les costó trabajo desprenderla de su lugar. Al trepar a través de la abertura Akím entendió finalmente como funcionaba aquel sistema: sobre su cabeza se levantaba a la altura de los árboles una especie de molino empujado por el viento que dirigía la corriente de aire directamente hacia la hélice que se suponía cubría el orificio superior, ésta a su vez dirigía el aire a través de todo el ducto de ventilación empujado por el resto de las hélices hasta el cuarto que se hallaba a nivel del subsuelo ¡Que ingenioso era todo aquello!
Sin embargo, no tuvo tiempo de pensar en nada más pues quedó paralizado ante las sombras que vio acercándose hacia ellos.


XVII
Yako y Walo se Conocen

Cansados de su huída a través del bosque los Wakos finalmente lograron reunirse al caer la noche siguiente. Las bajas entre ellos habían sido numerosas y la poca confianza que quedaba aún para con su jefe menguaba. Yako-Alfa estaba vivo, había visto con ojos estupefactos cómo el dragón daba muerte con sus garras a muchos de sus subordinados que entraron al bosque antes que él. Y luego había logrado evadirse prodigiosamente del fuego de Bragmar, quien con su poderoso aliento había consumido los árboles, la tierra y la carne de sus vasallos.
Sobreponiéndose a la derrota y a la desconfianza creciente consiguió reunir escasamente las pocas fuerzas que aún le quedaban y dispuso de un grupo compuesto por los sobrevivientes de las diferentes manadas, quienes luego del incendio, habían corrido a ocultarse bajo los árboles del bosque.
Era este el grupo de Wakos que ahora se desplazaba silenciosamente entre los troncos que aún quedaban en pie y las cenizas que cubrían el suelo. Bajo la luz de la luna sus cuerpos se veían como figuras alargadas y fantasmales cuyo paso era indescifrable. Se sentían desalentados, sedientos, irritados y hambrientos. De no ser por el creciente temor que se agrandaba entre ellos, se habrían caído a mordiscos los unos contra los otros. Pero preferían aguardar unidos y en silencio. El temor de ver aparecer nuevamente al dragón como un heraldo en el cielo era mayor que su creciente furia.
Pero lo que vieron aparecer ante ellos no fue la estampa temida del dragón sino tres figuras grises que surgieron de pronto desde el suelo entre el ramaje. Los Wakos se miraron entre sí y luego entrecerrando los ojos enfocaron al pequeño grupo que emergía de entre las sombras. Allí había un Wako más, pero parecía entenderse directamente con los humanos que lo acompañaban.
Yako-Alfa miró nuevamente a sus compañeros entornando los ojos y comunicándoles, a través de ellos, la orden directa de acercarse sin hacer ruido. Y eso fue exactamente lo que hicieron, se dirigieron sigilosos en pos de los niños y de Walo.
Walo levantó su cabeza en aquel momento y los vio. Se paralizó por un segundo, tiempo suficiente para que Akím y Anú los vieran también. Los dos grupos sintieron miedo. Yako-Alfa cegado por su rabia arremetió primero.
Akím, quien sabía ya como actuaban los Wakos tomó a Anú y levantándola la puso a lomos de Walo junto a los tres fardos de provisiones que ya cargaba. Luego golpeó a Walo fuertemente sobre la cola y lo obligó a evadirse en desenfrenada carrera. Yako-Alfa corrió entonces tras él tratando en vano de darle alcance. Aún con la niña y las provisiones a cuestas Walo era mucho más veloz y estaba acostumbrado a correr a diario.
Sobre el lomo de Walo, Anú volvió la cabeza para ver como Akím era atacado por el grupo de Wakos que quedó atrás. El chico levantó su espada de izquierda a derecha y rebanó la primera cabeza del Wako que se le vino encima, luego hizo el movimiento contrario y de derecha a izquierda rebanó una segunda cabeza. Un tercer Wako cayó sobre el cuerpo del chico enterrándose la espada en el abdomen y aplastando en su caída a Akím, quien ya no se movió más.
El grupo de Wakos que quedó, pasó saltando por sobre los cuerpos caídos, y se dedicó a seguir a su líder en persecución de Walo, quien se alejaba cada vez más de ellos. Anú no podía verlos bien. Sus ojos estaban empañados de lágrimas y metiendo su cabeza entre el lomo plateado de Walo se sujetó lo más fuerte que le permitieron sus brazos y se dejó llevar sin pensar en nada más.
El amanecer los encontró aún en desenfrenada carrera. Cuando Anú levantó la cabeza se dio cuenta de que hacían el camino de retorno y ya nadie los perseguía. A lo lejos divisó los cuerpos de los Wakos extendidos por el suelo, a medida que se acercaban descubrió un paisaje que no había notado la noche anterior. El suelo estaba cubierto de cenizas y sólo se mantenían en pie algunos troncos. Algunas franjas del bosque estaban completamente destrozadas y quemadas, no se veía ningún tipo de vida alrededor.
Walo se detuvo frente a los restos de los Wakos, estaban regados con sangre y había dos cabezas separadas de sus cuerpos. El espectáculo era horrible. Bajo uno de los cuerpos sobresalía el brazo de Akím. Walo y la chica se dedicaron a quitar de encima de su amigo aquel peso gigantesco y al hacerlo notaron que el chico continuaba con vida. Había sido aplastado y sus ropas y cara estaban llenas de la sangre de los Wakos, pero respiraba aún. Con mucho cuidado lo llevaron hasta la ribera del río y le lavaron la cara, las manos y la ropa. Al contacto con el agua el chico abrió los ojos, se sacudió y sonrió. Se levantó, se mareó y volvió a caer. Sus amigos lo sujetaron no sin dificultad y él, acercando su cara a la corriente del río, tomó agua ávidamente. Sentía frío. Se puso en pie otra vez con ayuda de Anú y juntos lentamente quitaron los fardos de la espalda de Walo.
Sintiendo todo su cuerpo adolorido Akím se cambió torpemente la ropa mojada y se puso su viejo abrigo. Al introducir las manos en los bolsillos sintió el duro contacto con la piedra que permanecía escondida allí. La extrajo en su mano izquierda y la mostró a Anú, quien viéndola la sujetó y volvió a introducirla en el bolsillo del chico.
Akím aún mareado se dirigió al lugar donde había dado muerte a los tres Wakos. Muy afectado aún por el trance vivido y hastiado del olor de la sangre pegado dentro de su nariz, se acercó a los cuerpos sin vida de los animales y extrajo del vientre de uno de ellos la espada de su papá.
  • Debo agradecer a este Wako que halla caído sobre mí- dijo Akím- Así los otros no me vieron
  • Tienes sangre de soldado Akím- dijo Anú mientras el chico limpiaba la hoja de la espada
  • Creo que un soldado siente más miedo del que yo había supuesto- dijo el chico
  • Supongo que es su modo de sobrevivir- dijo Anú
  • Pobre papá, imagino las cosas por las que ha debido pasar
  • Ahora debe estar sintiendo mucho temor por ti
  • Sí - dijo él con la mirada triste – Quisiera poder regresar a casa ahora
Entonces se quedaron en silencio. Se miraron mientras el sol iba lentamente elevándose en el cielo y borrando las sombras del miedo dejadas por la noche anterior, en medio de un paisaje cubierto de cenizas, de troncos retorcidos por el fuego, de caminos irreconocibles. Walo olfateaba de aquí para allá, había encontrado el rastro de los Wakos, especialmente el de Yako-Alfa que sobresalía por encima de todos los demás, y ahora sentía como en su interior la cólera crecía en contra de aquellos seres de su propia especie. Eran como él, pero no se sentía como uno de ellos. Protegería a los chicos contra lo que fuera.
De repente recordaron que se estaban fugando de la Ciudad Subterránea. No habían avanzado ni cinco metros mas allá del lugar por donde salieron hacía apenas unas horas. El molino de viento del sistema de ventilación todavía se hallaba en pie frente a ellos, y en ese momento comenzaba a moverse trabajosamente, emitiendo un sonido ronco e inconstante. Se encontraba ligeramente quemado luego del ataque del dragón, pero sorprendentemente funcionaba. Pensaron que pronto verían salir cuadrillas de búsqueda tras ellos. Era el momento de comenzar la marcha, no podían quedarse allí. Debían buscar a Bragmar y ver de qué manera le devolverían su piedra.
Repartieron la carga entre los tres. Walo llevaba el fardo lleno de agua y parte de las provisiones que habían recogido. La chica por su parte cargaba con el bolso de trabajo de Akím y al chico no le dejaron cargar nada mas que su vestimenta de soldado bajo su abrigo, sobre sus ropas secas, ya que en las condiciones en las que se encontraba escasamente podía cargar la espada.



15 comentarios:

  1. María Iholanda:

    Hola de nuevo; vuelvo a leer tu página: la verdad es que me agradó mucho lo que leí con anterioridad y ahora estoy pendiente de tus publicaciones: va gustándome mucho tu novela. Todo está narrado de tal manera que no sería difícil traducirlo al plano cinematográfico. No te resultará difícil, con este relato, captar la atención del público juvenil para el que supongo está dirigido. Te deseo mucha suerte y continuaré leyéndote. Saludos cordiales.

    ResponderEliminar
  2. Hola María Iholanda: Te agradezco la invitación que me dejaste en mi página y el comentario tan amable que me hiciste. Aquí estoy dispuesta leer tus letras aunque lo poco que he leído me agradó bastante. Voy a seguir con la lectura que me está enganchando. Escribes muy bien. Un abrazo y vuelve a mi página cuando quieras.
    Un saludo desde Sevilla.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por la invitación, y ya te sigo. Estaré al pendiente de lo que subes, me agradó bastante.

    ResponderEliminar
  4. Hola, María Iholanda. Hacía tiempo que no seguia tu cuento (por problemas familiares importantes). De nuevo estoy encantada con la historia de Akim y los Wakos.
    Yo también lo veo como Gastón. La plasticidad con que describes las escenas hace pensar en la posibilidad de una película.
    Un abrazo, Soco

    ResponderEliminar
  5. hola Maria,
    interesante conocer una bloguera de Venezuela, muy a menudo escuché la frase: Venezuela, un país para sonar"
    haciendo votos porque sea todavía asi, te deseo suerte y un feliz domingo.
    Te sigo ya. Te invito a mi espacio azul^^
    RR
    http://deseosderebecca.blogspot.com

    ResponderEliminar
  6. María:

    Felicitaciones por tus publicaciones.
    Me quedaré por aquí leyendo esta interesante historia.
    Me encanta la lectura, gracias por tus palabras y la invitación a conocer tu blog.
    Vendré seguido.

    Un abrazo cariñoso.

    ResponderEliminar
  7. María te felicito por el poder de narración que tienes. Siempre he querido escribir historias de esta magnitud. Seguiré dentro de esta aventura.

    Te dejo mi blog para compartirlo. Saludos desde Junín - Argentina.

    http://alfinaldeljuego.blogspot.com/

    ResponderEliminar
  8. María,
    Nos encantaría que nos mandaras ese cuento que nos dices.
    Nuestro correo es lamacedonia0@gmail.com
    Un saludo desde lamacedonia0.blogspot.com



    Un saludo !

    ResponderEliminar


  9. Borda el pañuelo de tus sueños de mil colores
    Y en cada esquina ponle una cinta de ilusiones…

    Si se pierden los encuentras
    Si se alejan los acercas
    Si se van los atraes

    No te desveles que se enojarán
    Y si se enojan te olvidarás
    Que por un momento…
    Has sido feliz bordando un sueño.

    Un fuerte abrazo hoy desde mi tierra
    Bañada por los aromas del Cantábrico.

    María del Carmen

    (Gracias por dejar tus huellas en mi humilde blog. Besos infinitosssss)

    ResponderEliminar
  10. hola, buenos días, gracias por revisar mi blog, me elogia que una persona como tú, le guste lo que escribo, yo creo que tengo como deuda seguir escribiendo, gracias... publicare algo pronto...

    ResponderEliminar
  11. Gracias Maria del Carmen por tus buenos deseos y por el bello poema que has dejado,
    Recibe un abrazo para ti y los tuyos...

    ResponderEliminar
  12. María hermoso cuento, gracias por tu visita a mi blog.

    Cariños

    ResponderEliminar
  13. hola maria hermoso cuento, me da gusto que una persona como vos visite mi blog muchas gracias

    ResponderEliminar
  14. Gracias por pasar, ahora yo también estoy por aquí ^^

    ResponderEliminar
  15. Me encantó tu cuento, Gracias por compartir estos momentos con nosotros.

    Un beso,

    http://gelois49.blogspot.com.es/
    http://cubagelois.blogspot.com.es/

    ResponderEliminar